Algo de integridad, algo de grandeza.
Un reciente incidente, anecdótico por cierto, tuvo como protagonista a la actual Presidente y al Vicepresidente de nuestra Argentina. El hecho, menor sin dudas, sirve para analizar lo que nos pasa, en tiempos de reflexión, tan propios de estas fechas.
El hecho puntual, el desaire, la incomunicación, la ausencia del saludo civilizado e institucional que lleva la diferencia de ideas al terreno del irrespeto personal, no es más que una muestra adicional de la falta de grandeza e integridad de nuestra clase dirigente.
Pareciera que las discrepancias son motivo suficiente para evitar un intercambio cordial, el estrechar la mano, el mirarse a los ojos. Es como que los dirigentes han perdido la brújula y no entienden que disentir es parte de la esencia humana, que no estamos obligados a acordar siempre y en todo, que sostener diferencias es sano, y que el discurso único es la antesala de la dictadura y el autoritarismo.
En este episodio, nos han mostrado la cara mas mezquina de la política, esa que provoca violencia verbal, exacerba las diferencias, promueve el resentimiento, se concentra en lo peor de nosotros mismos y no se enfoca en las múltiples coincidencias.
Es paradójico que esto haya ocurrido en un ámbito de fe, en tiempos de festividades religiosas, alli donde reina el discurso del perdón. También es sintomático que suceda justamente cuando se intenta recordar hechos históricos que permitieron abandonar posiciones bélicas con países hermanos, gracias a la mediación de los que acercan las partes, se concentran en la paz y dejan de lado las discrepancias circunstanciales.
El tema importa, no por el suceso en si mismo, que seguramente pasará inadvertido para la historia del pais. Una Presidente y un Vicepresidente que no se saludan, después de todo, no es un hecho relevante, sino solo un síntoma de lo que nos pasa.
Tiene que ver con lo que somos como sociedad, y mucho más aún, con lo que esperamos que nos pase de aquí en más. Hasta aquí, solo nos quedamos con lo ocurrido, pero esto sirve en la medida que seamos capaces de reflexionar.
La actitud chiquilina de nuestros dirigentes, que actúan como adolescentes para ver quien declina primero, quien da el brazo a torcer para ver quien es más fuerte, no solo muestra la mezquindad que abunda en esa casta, sino la ausencia de inteligencia. Lo que mas preocupa es algo que no se compra en la feria. Asusta la ausencia de grandeza.
La historia de las naciones las construyen los hombres y mujeres GRANDES, esos que se pueden dar el lujo de equivocarse y arrepentirse, esos que son capaces de ejercer su humildad tendiendo la mano al adversario de turno. Pero solo tienen GRANDEZA, aquellos que poseen convicciones suficientemente sólidas como para evitar la mirada corta del incidente menor. Ser grandes es una actitud que solo poseen algunos pocos. Para ello, es imprescindible tener principios, seguridad en si mismos. Solo los débiles, los inseguros, los que no califican para el rol que les asignó la sociedad muestran los colmillos. Su avaricia moral, es propia de sus personalidades inseguras y frágiles.
Estamos cansados de ver "mutar" a quienes en campaña se muestran como tolerantes y democráticos, pero que luego, al asumir sus cargos, muestran su perfil más autoritario. Son los mismos que exigen igualdad de oportunidades desde la oposición, denuncian la ausencia de libertad de prensa porque no tienen acceso al aparato de prensa estatal y para-estatal, pero que cuando su rol les obliga a ejercer el poder, cierran las puertas del debate republicano y acallan las voces diferentes. Esos mercantilistas del poder, son solo eso, oportunistas. Les falta integridad. Les falta grandeza.
El 2009 es un año electoral, no solo en Argentina, sino en buena parte de América Latina. Y todos nos estamos preguntando como revertir aquello que hacemos mal como sociedad y que la política muestra como costado mas débil día a día.
Se trata de desplazar a los déspotas de turno, a los ineficientes del presente. Pero lamentablemente, como en tantos otros ordenes de la vida, seguimos discutiendo lo incorrecto. Nos cuesta enfocarnos en lo importante.
Así nos pasamos debatiendo entre nosotros buscando las características ideales de nuestros nuevos dirigentes. En esa búsqueda, creemos haber descubierto la pólvora cuando decimos que tenemos que elegir políticos honestos. La probidad, un curriculum intachable, y alguna cuota de prefabricada humildad fabrican al candidato ideal.
Luego pretendemos gente con claras condiciones de liderazgo. Allí encontramos seres carismáticos cuya atracción personal, simpatía, discurso, oratoria y adhesión popular los convierte en los circunstanciales elegidos del momento. El marketing suele hacer lo propio para que la sociedad apoye a estos mesiánicos ocasionales.
Luego nos superamos a nosotros mismos como comunidad, cuando decimos que precisamos hombres y mujeres con ideas, con propuestas. Sobreviene allí el discurso racional, el que pretende que la política aporte soluciones y que los dirigentes sean individuos preparados para asumir sus responsabilidades.
Y nos volvemos a superar como ciudadanos cuando hablamos de eficiencia y gestión como atributos esenciales para asumir los nuevos desafíos. Hacemos un culto de lograr resultados, como si esto fuera un torneo deportivo. Para esta versión de la demanda social, solo cabe decir que muchas veces esperamos resultados eficientes, y termina importando más el resultado que el camino elegido. Así pretendemos una buena administración de los recursos económicos, pero evitamos preguntarnos para que recaudar tanto. Solo aspiramos a administrar bien lo que se recauda. Después de todo, preguntarnos para qué, sería meternos en un embrollo ideológico, que implica discutir el tamaño del Estado y sus funciones. Eso es políticamente incorrecto y por lo tanto incompatible con nuestra dirigencia partidaria. En ese contexto resulta más prudente discutir de administración eficiente de lo que hay, antes que preguntarnos para qué recauda tanto dinero el Estado.
Tal vez la fórmula sea tan simple como la vida misma. Después de todo, intentamos relacionarnos con gente integra, individuos que tengan valores morales arraigados, que probablemente coincidan con los propios. No se trata de elegir seres infalibles, ni perfectos, muy por el contrario, el desafío es seleccionar seres humanos, con virtudes y defectos, pero capaces de albergar una característica mayúscula, LA GRANDEZA.
Solo con hombres y mujeres que dispongan de generosidad, que sean capaces de acertar y de equivocarse, pero fundamentalmente con amplitud de criterio y con profundas creencias democráticas y republicanas podemos hacer un pais diferente.
Suponer que líderes carismáticos, honestos y eficientes nos sacarán de este callejón sin salida es desconocer la historia de las naciones que cambiaron el curso de los acontecimientos. Hace falta mucho más que eso para revertir años de desesperanza.
Tal vez no sea necesario que cuando debamos enfrentar el proximo desafío electoral, tengamos en cuenta, las mesiánicas dotes del candidato. Es probable que tampoco debamos exigirle a los postulantes a ocupar cargos, que dispongan de frondosas propuestas y ampulosos discursos elaborados por los gurúes del marketing político. Inclusive, es posible que no sea imprescindible que deban convencernos de que administrarán el gobierno con eficiencia demostrada en alguna anterior gestión. Tal vez sea más simple y solo sea necesario que seleccionemos con idéntico criterio al que utilizamos en la vida cotidiana. Necesitamos probablemente dirigentes con GRANDEZA, que al menos puedan mostrar una cuota de INTEGRIDAD. Posiblemente así, podamos asistir al cambio que tanto ansiamos y que tan distante parece.
Si no elegimos gente capaz de tender la mano al adversario, de discutir con tolerancia, de abrir las puertas al debate democrático, de exponerse públicamente para que los ciudadanos puedan supervisarlo en forma transparente, si solo seguimos repitiendo la historia de elegir a mezquinos personajes, llenos de soberbia y autoritarismo, carentes de humildad, integridad y grandeza, el resultado será, con certeza, más de lo mismo.
Hace falta bastante para cambiar el rumbo. Pero tal vez se un buen primer paso identificar a los hombres y mujeres de la política que puedan ofrecerle a la sociedad, algo de integridad, algo de grandeza.
Alberto Medina Méndez
amedinamendez@gmail.com
03783 – 15602694
Corrientes – Corrientes - Argentina
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