miércoles, 31 de diciembre de 2008

A PREPARARSE

2009: Ha llegado la hora de prepararsePOR JORGE BRINSEK
El kirchnerismo, si no cambia, terminará consumiendo los declamados cartuchos de una “ nueva ” dirigencia, que resultó peor que la vieja.
NECOCHEA (Ecos Diarios). Quizás porque siempre lo tuvo todo, la Argentina no pagó el cruento precio de otras naciones en el mundo para supervivir.

Sin guerras, hambre, miserias ni devastaciones, la historia nacional reconoce un común denominador que es el de no participar, o hacerlo lo menos posible, en la cosa pública, dejando para pequeñas minorías el manejo de los asuntos del país.

Durante décadas – desde 1930 hasta 1983 -el partido militar tuvo absoluta supremacía en el gobierno de la República– aún durante los nueve años que conformaron la primera y segunda presidencia de Juan Domingo Perón hasta su derrocamiento en 1955 -teniendo en cuenta que, de hecho, el propio caudillo justicialista era general de la Nación-.

Hasta 1976 ese partido militar había compartido el poder con gobiernos democráticos demasiado débiles ungidos democráticamente por masas insatisfechas que eran la base, precisamente, de su propia fragilidad.

Perón murió en 1974 y con él el peronismo que concibió como partido en 1945 que tuvo su sustento, precisamente, no solo en los obreros sino fundamentalmente en la suboficialidad y buena parte de la oficialidad del Ejército que le fue fiel hasta el final.

La historia es reacia a contarlo, pero suman por docenas, los casos de jóvenes cabos, sargentos y suboficiales, que con un último grito de Viva Perón cayeron frente a los pelotones de fusilamiento entre 1955 y 1956, además de otros oficiales superiores como los generales Juan José Valle y Raúl Tanco, y el coronel Oscar Lorenzo Cogorno.

En 1973, peronistas y radicales tuvieron una enorme oportunidad de comenzar a construir un país en serio, pero la guerrilla no lo permitió.

La Argentina era un bocado apetitoso, un manjar, para construir una segunda Cuba donde, como en Cuba, sólo gobernara una minoría privilegiada y el pueblo pagara las consecuencias.

En 1976 los políticos de siempre creyeron que era buen momento para mirar para otro lado mientras se producía el golpe de estado que terminaría de aplastar a la guerrilla (ésta estaba virtualmente desmantelada para entonces) y poder mandar los trajes a la tintorería, recomponer las plumas y el peinado, y esperar el natural desgaste militar de tres años –como había ocurrido siempre- para un nuevo llamado a elecciones y volver al poder.

No contaban sin embargo con que el mundo estaba cambiando.

Poderosos intereses vieron en nuestro país, caprichoso y desordenado, también un apetitoso bocado tal cual lo había visto la guerrilla, pero en un sentido opuesto.

Por fortuna para ellos, lo peor de la clase militar (fruto de innecesarias purgas de la última administración del anciano líder, que cobró revancha hasta en los hijos de sus antiguos enemigos) estaba ahora al mando: Jorge Rafael Videla, que se creía Dios y admiraba a Francisco Franco y Augusto Pinochet; Emilio Massera, a quien solo le faltaba el parche en el ojo, el garfio y la pata de palo en su innata condición de verdadero pirata, y el aviador Orlando Agosti, quien nunca supo muy bien donde estaba parado.

Entrenamiento

Francia, un país que le encanta defender los derechos humanos para afuera, pero los hace trizas adentro – en particular en sus antiguas colonias, como Argel - se encargó de entrenar a los jóvenes oficiales argentinos en materias didácticas como torturas y otras yerbas sobre la premisa de que el mejor enemigo es el enemigo muerto, y si es desaparecido, aún mejor.

Lo demás es conocido.

Las brutalidades de esos años, el desquicio económico y la tragedia de Malvinas provocaron el fin del partido militar y la vuelta a escena de los viejos políticos que corrieron a desempolvar sus atributos, sacándoles la naftalina, pero sin estar preparados para una transición.

El odio y el revanchismo impidieron también formar una nueva generación que mirara para adelante.

Y así volvieron a pasar 25 años de todos contra todos, donde ganaron los pocos de siempre y el pueblo perdió una y otra vez.

En diciembre del 2001, el país literalmente se incendió por los cuatro costados.

Pero los militares habían aprendido la lección.

Nunca más serían opción en la vida institucional de los argentinos.

El kirchnerismo, si no cambia, terminará consumiendo los declamados cartuchos de una nueva dirigencia, que resultó peor que la vieja.

Si la sociedad sabe apreciar esta instancia, y si los jóvenes honestos se convencen que pueden ayudar, habrá llegado el momento de prepararse para gobernar y ayudar a que los chicos que hoy van a la escuela o al jardín, tengan algún día un país de verdad.

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