sábado, 2 de octubre de 2010

FARSA PUTATIVA


Río Negro -

Farsa truculenta

De por sí, el que haya algunos personajes que quisieran tomar por asalto el Palacio de Tribunales porque no les gusta la actitud asumida por la Corte Suprema no es demasiado preocupante. Hasta en los países más tranquilos puede encontrarse una franja de extremistas rabiosos de mentalidad totalitaria que fantasean con aplicar una versión local de la ley de Lynch. Lo que sí es preocupante es que quienes están vociferando consignas propias de fascistas contra la Corte Suprema cuenten con el apoyo de sectores del gobierno nacional, además de los legisladores y, desde luego, integrantes de la farándula oficialista que participaron en la manifestación callejera kirchnerista que se celebró el martes pasado. Parecería que para esta gente la aplicación inmediata de la ley de medios audiovisuales importa muchísimo más que el respeto por las reglas básicas de la democracia republicana y que por lo tanto estaría dispuesta a provocar una crisis institucional fenomenal para conseguir lo que quiere.

Según el jefe del Gobierno porteño, Mauricio Macri, la líder de la turba que intentó presionar a los jueces del máximo tribunal, Hebe de Bonafini, "está desquiciada hace rato". Puede que lo esté, ya que entre otras cosas es una defensora entusiasta de los asesinos islamistas de Al Qaeda y los terroristas vascos de ETA, pero sucede que comparten sus opiniones nada democráticas muchos otros que ocupan puestos gubernamentales que, en teoría por lo menos, exigen cierta cordura. Por ser cuestión de una minoría sin prestigio, le convendría al gobierno nacional procurar distanciarse de ella, aunque sólo fuera porque podría costarle votos su presunta proximidad a quienes suponen que la mejor forma de convencer a los jueces de la Corte Suprema de que "el pueblo" está reclamando algo consiste en organizar escraches multitudinarios. Sin embargo, ya es evidente que la pareja presidencial no tiene la menor intención de frenar la campaña que ha puesto en marcha. De tratarse de jefes de una pequeña secta revolucionaria del tipo que, por saberse incapaz de conseguir votos en elecciones, se dedica a "ganar la calle" con la esperanza de incidir en la evolución política del país, tal conducta podría entenderse, pero conforme a las encuestas los Kirchner aún conservan el apoyo de la tercera parte del electorado, razón por la que es tan peligrosa la estrategia extraparlamentaria y antijudicial que han elegido.

Los esfuerzos del mismísimo gobierno por subvertir el Estado de derecho, como si se propusiera reemplazar a los jueces de la Corte Suprema por demagogos callejeros, no contribuyen en absoluto a mejorar la imagen internacional del país. Por cierto, sería difícil pensar en una forma más eficaz de informar a los interesados en hacer inversiones en la Argentina de que en estas latitudes la "seguridad jurídica" no es más que una aspiración utópica. Con todo, a la larga, la ofensiva furibunda emprendida por los kirchneristas más fanatizados, con la aprobación aparente de la presidenta, podría tener consecuencias muy positivas en un país que se ha acostumbrado a que, "mayorías automáticas" mediante, la Justicia sea una herramienta más en manos del caudillo nacional de turno. No es suficiente afirmar que aquí la Justicia es independiente porque así lo dice la Constitución. Es necesario que se produzcan episodios en que tanto la Corte Suprema como distintas cámaras desafíen abiertamente las órdenes del Poder Ejecutivo y hagan frente a las presiones de quienes, disconformes con las aburridas instituciones republicanas, traten de intimidar a los jueces movilizando "la calle", de tal modo mostrando que sí están a la altura de sus responsabilidades. Hasta hace poco los Kirchner sintieron orgullo por el aporte a la institucionalidad supuesto por el desmantelamiento –con métodos no muy democráticos, es verdad– de la Corte menemista y la conformación de otra que merece el respeto del grueso de la ciudadanía. A juzgar por el rencor que se ha apoderado de los santacruceños, ya no incluyen la reforma de la Corte Suprema entre sus logros más notables pero, por primera vez en muchos años, la mayoría de sus compatriotas sí siente orgullo por contar con una que se niega a dejarse conmover por amenazas proferidas por los matones politizados que, por desgracia, siguen abundando en nuestro país.

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