domingo, 9 de octubre de 2011
NO PODRÁ ESCAPAR !!!
DESPUÉS DEL 23/10
La oposición social, no la política, definirá los límites de Cristina
No hay oposición política, pero hay oposición social. Y la oposición social al gobierno es más fuerte que la adhesión política. Porque un porcentaje alto de los votos a Ella fueron emitidos en nombre del más crudo utilitarismo: vacaciones, tarjetas de créditos, buenos niveles de consumo. Si estas condiciones se evaporaran o redujeran, ¿a dónde irían esos votos? Impecable reflexión:
“Relatar una mentira permite la amplia
comodidad de estudiar el resultado”,
Oscar Wilde
por ROGELIO ALANIZ
CIUDAD DE SANTA FE (El Litoral). Se ha dicho que la victoria electoral de la señora es irreversible.
El 23 de octubre esa victoria será ratificada por el voto y es muy probable que suba algunos puntos más.
La señora iniciará su segundo mandato con un impecable aval de legitimidad popular.
Dispondrá por lo tanto de condiciones ideales para gobernar, pero se sabe muy bien que las condiciones ideales siempre son buenas pero no garantizan por sí solas una buena gestión.
Sin ir más lejos, su marido asumió el poder en condiciones opuestas a las de ella y, sin embargo, desde allí construyó un esquema de poder consistente cuyos beneficios todavía sigue disfrutando la señora.
Una mayoría política es un buen punto de partida para gobernar, pero nada más que eso. Después hay que gobernar y la sociedad a la hora de renovar sus apoyos o endurecer sus críticas no se siente prisionera de ese resultado electoral.
De la Rúa en el 2000 llegó al gobierno con los mejores auspicios y 2 años después se escapaba en un helicóptero. A nadie, ni siquiera a él, le importaba o le servía que dos años antes el 70% de la sociedad lo avalaba como gobernante.
En una sociedad democrática es importante que los gobernantes concluyan sus mandatos y que los tiempos políticos se respeten. Es importante para la política y es importante para la Nación, porque toda continuidad jurídica siempre es beneficiosa.
Pero para que ello ocurra es indispensable que las instituciones sean fuertes y que el sistema político como tal proteja a los gobernantes de las crisis. Cuando esto no ocurre los gobernantes están a la intemperie y en política esa es la peor de las situaciones.
En teoría política, se suele hablar de la legitimidad de origen y la legitimidad de ejercicio. La clasificación es polémica, pero alude a esa legitimidad que proviene de la ley y el consenso.
De la Rúa, por ejemplo, tuvo legitimidad de origen porque fue votado, pero en cierto momento careció de legitimidad de ejercicio porque perdió el aval popular.
Un abogado diría que la legitimidad no la perdió nunca, porque su mandato fue siempre válido. Sin embargo, para el realismo político de signo weberiano, lo que importan son los resultados: De la Rúa hizo una muy buena elección, pero 2 años después el mal ejercicio de esa legitimidad lo condenó sin atenuantes al helicóptero.
En cualquier sociedad, hay crisis políticas, económicas y sociales.
Los jefes de Estado suelen llegar al poder con altos niveles de aceptación, luego esa aceptación decae y en algún momento vuelve a subir.
Para que esas fluctuaciones no pongan en riesgo su investidura, las instituciones son indispensables, cumplen la función de un blindaje o un pararrayos. Son ellas la que amortiguan las crisis y protegen a los gobiernos.
Para que ello sea posible es necesario una oposición fuerte y responsable y una clase política habituada a maniobrar en tiempos de tormenta sin darse golpes bajos y sin traicionar sus mandatos.
Esto no ocurre en la Argentina.
El populismo en el poder alienta los liderazgos personales y los lazos de lealtad que de allí se derivan. Las instituciones según este punto de vista cristalizan los privilegios y por lo tanto deben ser “puenteadas”. El líder o la líder (espero que no le digan la lídera) se relaciona con la masa a través de sus carisma y sus decisiones. Una mayoría popular consistente y un gobierno decidido a proteger a los más débiles es garantía de gobernabilidad para el populismo.
El desafío político está abierto.
El populismo en la Argentina ha creado un escenario ideal para desarrollar sus metas. Según este punto de vista, su sintonía con el pueblo es la garantía de estabilidad. Esa sintonía puede incluir el acuerdo con las clases medias y el empresariado nacional a través de prácticas corporativas que yo estaría tentado a calificar de comunidad organizada en el más clásico cuño peronista.
¿Es auspicioso el futuro político de la señora? Tengo mis dudas.
En primer lugar, ha sacado el 50% de los votos y obtuvo más de 30 puntos de diferencia con el segundo candidato.
Su victoria política es abrumadora, pero esa victoria política no garantiza una victoria social. ¿Por qué? Porque si bien la oposición no ha tenido candidatos capaces de ocupar ese lugar, no es menos cierto que incluso en esas circunstancias desfavorables el 50% de los argentinos decidió no votarla.
Conviene prestar atención a este detalle.
Sin líderes creíbles, sin partidos políticos fuertes, la oposición en la Argentina expresa socialmente a la mitad del país.
Es una oposición políticamente dispersa, pero socialmente homogénea. Incluso, hay motivos para suponer que se trata de una mitad beligerante, una mitad que con todos los auspicios políticos en contra decidió no votar por la propuesta ganadora del oficialismo.
Se sabe que la Argentina es un país complicado para gobernar.
El Estado, las corporaciones, los intereses económicos diversificados, las expectativas fluctuantes de sus clases medias, la diversidad de regiones, nuestra propia historia, le otorgan a la Nación dificultades objetivas para asegurar su gobernabilidad.
La propuesta populista propone dividir con precisión el campo de amigos y enemigos y desde allí lanzar una ofensiva que acorrale a los enemigos del pueblo.
Por el contrario, la propuesta deliberativa o racional propone la creación de amplios consensos y la configuración de instituciones republicanas que protejan a los gobernantes.
Estas instituciones son las que han nacido con nuestra historia. No son otras. Se las pueden reformar, corregir, pero básicamente son las mismas.
Como dijera Raymond Aron, “el hilo de la civilización es demasiado delgado como para correr el riesgo de cortarlo cada vez que se nos ocurra”.
Esta verdad es la que los populistas se empeñan en ignorar.
En la vida real el populismo convive con las instituciones, pero las acepta como un mal necesario.
Las libertades, las garantías, se toleran porque no se puede hacer otra cosa, pero el ideal político es la unanimidad.
Por ese camino el populismo recupera las viejas banderas movimientistas y activa sus añejos hábitos autoritarios.
Que los argumentos que legitiman estas prácticas estén avalados por intelectuales que estudiaron en Londres no pone ni saca nada.
Los procesos y las prácticas sociales poseen una lógica propia y el campo intelectual lo que hace es legitimarlos, renovar sus libretos y, en algunos casos, actualizarlos.
Despojado de los fuegos de artificio verbales y de sus refinados maquillajes, Ernesto Laclau sigue siendo el discípulo de Abelardo Ramos, o, como dijera Milcíades Peña, el empecinado cortesano rojo de Apold.
No hay oposición política, pero hay oposición social
Esa sería la síntesis a la hora de reflexionar acerca de lo que está pasando.
A ello debería agregarse que la oposición social al gobierno es más fuerte que la adhesión política.
¿Por qué? Porque un porcentaje alto de los votos a la señora fueron emitidos en nombre del más crudo utilitarismo: vacaciones, tarjetas de créditos, buenos niveles de consumo.
Si estas condiciones se evaporaran o redujeran, ¿a dónde irían esos votos? No lo sé, pero lo seguro es que esa masa de votantes siempre se ha distinguido por su volatilidad y que mañana condena lo que hoy apoya.
En política hay que saber que todo gobierno - sea del signo que sea - afronta buenos y malos tiempos.
A veces con sus iniciativas contribuye a que los buenos tiempos se prolonguen o se acorten, pero los ciclos del capitalismo son inexorables.
El orden republicano, con sus controles, contrapesos y acuerdos, es el que mejor garantiza conducir la política por el encrespado territorio de las crisis.
El populismo, por el contrario, es muy vulnerable.
Las crisis no sólo que lo dejan a la intemperie, sino que contradicen su razón de ser: el reparto sin ajustes.
No hace falta ser un astrólogo para prever que las nubes de la crisis ya están recorriendo nuestra geografía.
Los indicios son evidentes y un gobierno responsable lo que hace en estos casos es prepararse para afrontar los malos tiempos.
Lamentablemente para el populismo y su visión mágica de la cadena de la felicidad, los malos tiempos no existen o son producto de las intrigas de empresarios y políticos gorilas.
Desgraciadamente, los ciclos económicos duros no se resuelven con consignas sino trabajando y explicándole a la sociedad las dificultades que se avecinan.
Es lo que hace el dueño de un quiosco cuando caen las ventas, lo que hace un padre de familia cuando se achica su salario.
Es lo que no saben hacer los regímenes populistas habitualmente prisioneros de sus ilusiones y fantasías acerca de la felicidad del pueblo.
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