lunes, 12 de marzo de 2012

OLIGARQUÍAS CONSERVADORAS

Por Nicolás Márquez (*) Históricamente, con carácter peyorativo, los cultores del populismo y propagandistas del estatismo tildaron de “oligarquía” a aquellos gobiernos cuya ideología estaba en sus antípodas. Por empezar, huelga decir que esta etiqueta es torpe y redundante, porque todo gobierno necesariamente es oligarca, dado que “oligos” significa “pocos” y la definición de oligarquía es “gobierno de pocos” y por ende, inexorablemente todos los gobiernos del mundo, de izquierdas o derechas, de facto o democrático, republicano o monárquico, siempre son ejercidos por una minoría y no por la multitud poblacional. Todo gobierno necesariamente constituye una oligarquía. No es un dato valorativo sino descriptivo del realismo político. Podrían argumentar estos habilidosos manipuladores del lenguaje, que a lo que se refieren al calificar de “oligárquico” a un sector determinado, no lo hacen ajustándose a la definición etimológica sino al hecho de que una minoría obtiene privilegios a expensas de los demás. Pues bien, si aceptamos como válida esta aggiornada definición, caemos en la cuenta de que una oligarquía conservadora es aquella corporación parasitaria que obtiene prebendas y pretende conservarlas. Conforme esta definición nos preguntamos: ¿quiénes forman parte de las oligarquías conservadoras de la Argentina contemporánea?. No otros que actores oficialistas, periodistas paraestatales, cantorcitos de festivales, empresarios de los derechos humanos, constructores parricidas, propietarios de organizaciones piqueteras, mafias sindicales, relatores de fútbol y toda una variadísima recua de millonarios que lucran y viven del botín estatal en calidad de “funcionarios”, asesores, entretenedores y afines. Hay una diferencia enorme entre la oligarquía conservadora del Siglo XIX o de la primera mitad del Siglo XX respecto a las oligarquías conservadoras del kirchnerismo. Mientras aquella trataba con antipatía, displicencia o frialdad a las muchedumbres, al mismo tiempo les daba educación, derechos individuales, posibilidades laborales múltiples y movilidad social ascendente. La obra teatral “M’hijo el dotor”, escrita en 1903 por el dramaturgo Florencio Sánchez era un signo de los tiempos que se vivían: un campesino, pescador, obrero manual o “laburante” sin instrucción, podía forjar su futuro y tener luego hijos universitarios. En efecto, si bien las “oligarquías conservadoras” del pre-peronismo tendrían cierta altanería en el trato, no vivían de los demás sino del mercado libre y la propiedad privada, crearon un país con pleno empleo, confort y un sistema constitucional que defendía al individuo ante la prepotencia del Estado. Ya en 1910 el 20% de la inmigración mundial elegía a la Argentina para progresar y construir un futuro promisorio. En sentido contrario, la oligarquía actual, lejos de tratar con antipatía a las muchedumbres, las elogia a todo propósito, las enaltece, les arma festivales, les regala partidos de fútbol, les reparte subsidios electorales, les obsequia feriados ociososo y toda una serie de entretenimientos demagógicos, que le permiten a la oligarquía detentadora del poder ganarse la simpatía de los sectores empobrecidos material y culturalmente, entregándoles este tipo de juguetes y pasatiempos a cambio de una lealtad electoral ad perpetuam. Los pobres siguen siendo pobres y los incultos siguen siendo incultos, pero gozan de palmadas en la espalda y de la adulación de los oligarcas del régimen. En resumen, la oligarquía actual está compuesta por una banda de aprovechadores y mafiosos, pero simpáticos, que viven de los pobres a la vez que los adulan. Esa y no otra es la naturaleza de la oligarquía conservadora del Siglo XXI.

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