jueves, 1 de julio de 2010

DEVANEOS


Los devaneos de una mujer desatinada

Por Carlos Berro Madero

“La persona de buen sentido se escandaliza, aguza su discurso, y fuerza mil argumentos para que el desatinado comprenda su sinrazón. Éste, a pesar de todo, no se convence, y permanece satisfecho, tan contento: las reflexiones de su adversario no hacen mella en su ánimo. Y esto ¿por qué? ¿Le faltan noticias? No. LO QUE LE FALTA ES SENTIDO COMÚN. Su disposición natural -o sus hábitos-, le han formado así. El que se empeña pues en convencerle, debiera reflexionar que quien ha sido capaz de verter un completo desatino, NO ES CAPAZ DE COMPRENDER LA FUERZA DE LA IMPUGNACIÓN-

Jaime Balmes



Que estemos representados hoy por una Presidente que, como Cristina Kirchner, es capaz de ver todo lo que la rodea desde un punto de vista inexacto o extravagante, no hay duda que resulta un verdadero bochorno.

Hemos insistido muchas veces que en el afán por levantar un sólido edificio argumental, la mandataria tiende a deleitarse en la construcción de castillos en el aire.

Impetuosa y precipitada no hace caso de las razones de “buen sentido”, y llevada por una fiebre incontenible de discurrir sobre todo, se ve arrastrada indefectiblemente por la tormentosa corriente de sus propias palabras.

Se olvida casi siempre del punto de partida de sus argumentos, NO ADVIRTIENDO QUE TODO CUANTO EDIFICA CARECE DE CIMIENTO.

Cristina ha demostrado con creces su falta de madurez de juicio y de tacto, lo que la lleva a improvisar polémicas inauditas hasta con algunos jefes de Estado a quienes dedica altisonantes “clases magistrales” de política, economía, historia y lo que se le ocurra según el momento.

Una vez que la imprudencia ha sido cometida, su cohorte de adulones amplifica lo que hubiera podido pasar desapercibido por la benevolencia de sus interlocutores, y agrega munición gruesa extra a los expresiones vertidas por nuestra autóctona versión “sintetizada” de Juana de Arco y Tita Merello.

No hay dudas que lo que tiene la señora Presidente es un enorme deseo de distinguirse que ha convertido en hábito, dejando a la vista que no tiene una conciencia clara de la vanidad que la sojuzga y la traiciona.

Los Kirchner son almas atormentadas que viven para contradecir, y que, a su vez, necesitan contradicción. Cuando no la hay, se empeñan en emprenderla y se fastidian cuando notan que, lejos de habérselas con un enemigo resuelto a pelear, encuentran solo a quienes deciden ignorarles olímpicamente.

De allí que en todos los acontecimientos recientes en los que Cristina buscó una trifulca, ha procurado “amplificar” sus desatinos –como en la réplica de estos días a algunos dichos de Sarkosy en la reunión del G20 en Toronto-, sin conocer cabalmente el límite que impone el lenguaje diplomático sobre ciertos devaneos petulantes.

En un momento en que necesitamos como nunca “amigarnos” con el mundo después de nuestras desventuras “crediticias”, no ha hecho más que cometer una nueva torpeza, cuyas consecuencias nunca serán buenas para el país. El mundo globalizado necesita más que nunca comprensión de los problemas comunes y prudencia en su resolución, y así lo manifiesta en las reuniones de sus principales líderes políticos.

En medio de una globalización incontenible, las grandes crisis deben solucionarse con el concurso de todos y a nadie se le ocurre utilizar un foro internacional para poner su dedo índice en las narices de los demás.

Si el filósofo catalán Balmes viviera hoy, reiteraría sus conceptos al respecto de personas como nuestra Presidente:

“¡Con qué ingenua complacencia refiere sus trabajos y aventuras! Su palabra es inextinguible. A sus alucinados ojos, su vida es poco menos que una epopeya. Los hechos más insignificantes se convierten en episodios de sumo interés; las vulgaridades en golpes de ingenio; los desenlaces más naturales, en resultado de combinaciones estupendas. La misma historia de su país no es más que un gran drama, todo es insípido si no lleva su nombre”.

Finalmente, nos preguntamos: ¿es imprescindible convertir siempre cualquier cuestión, por más nimia que sea, en una gesta heroica que termine “a los revolcones” con los demás?

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