martes, 6 de julio de 2010
RAZONES PARA LA ESPERANZA
RAZONES PARA LA ESPERANZA
Por † Mons- JORGE CASARETTO Obispo de San Isidro
Queridos amigos, muchas veces he pensado qué es lo que la fe le aporta a la vida de una persona. Por lo que observo y experimento yo mismo como creyente, la fe da un sentido a la vida. Un sentido global y pleno, que justifica también los temas que se presentan como sin sentido, cuestiones tales como la muerte o la enfermedad.
Ahora bien, en esta columna quiero compartir con ustedes una reflexión sobre la religiosidad de nuestro pueblo en estos 200 años de historia nacional. Voy a escribir como creyente y como obispo, haciendo una breve lectura pastoral de la situación. Lo haré desde mi experiencia religiosa, en el catolicismo, que es el lugar en el que vivo mi fe.
No soy historiador, pero sé que la fe en Jesús, llegó con la colonización, lo cual en muchas oportunidades constituyó un contrasentido ¿Cómo percibir a Jesús como el Maestro manso y humilde, el Príncipe de la paz, en medio de una conquista con tantos signos de violencia? Ese es otro tema, pero constituyó una dificultad pastoral importante en la evangelización de los pueblos originarios.
Lo cierto es que llegado el momento, el pueblo criollo, en su inmensa mayoría católico, unido a su clero que tuvo una participación importante en los hechos de 1810, apoyó la revolución de mayo. Más tarde, según comentan los historiadores, en Tucumán de 1816, hubo una fuerte presencia de clérigos. En los siguientes decenios, los caminos del Estado y de la iglesia se separaron a nivel institucional, pero el pueblo conservó sus raíces cristianas, que reverdecieron con la ola inmigratoria de comienzos del siglo XX. Otros pueblos vinieron a unirse al nuestro, fundiendo sus razas con las existentes y con algo en común: la fe en Jesús. Esa fe se mantuvo más allá y más acá de vaivenes eclesiásticos y planes de la iglesia.
El documento de Puebla, (un documento del episcopado latinoamericano, de 1979), usa un concepto que define muy bien la vivencia religiosa de nuestro pueblo: “religiosidad popular”, la define así: “el conjunto de hondas creencias selladas por Dios, de las actitudes básicas que de esas convicciones derivan y las expresiones que las manifiestan. Se trata de la forma o de la existencia cultural que la religión adopta en un pueblo determinado. (n° 444) “Esta religión del pueblo es vivida preferentemente por los «pobres y sencillos», pero abarca todos los sectores sociales y es, a veces, uno de los pocos vínculos que reúne a los hombres en nuestras naciones políticamente tan divididas.” (n°447)
Todo esto, que puede sonar muy teórico, se entiende perfectamente si pensamos en esa fe simple y sencilla , que nos lleva a alimentar, por ejemplo, las distintas devociones marianas y a los santos: Luján, Itatí, La Virgen del Valle, San Nicolás, Salta, San Cayetano, etc. Formas antiguas y nuevas de poner la vida en manos de la providencia, de confiarse a Dios, de creer que la historia de los hombres tiene un sentido. Esas convicciones se visibilizan en las peregrinaciones y en la celebración de las fiestas dedicadas a María o al santo del lugar.
Muchas veces estas expresiones son evaluadas como fruto de la ignorancia, o de la alienación, sin embargo hay una honda sabiduría de fe que tiene nuestro pueblo y que nos aporta dos grandes tesoros: el descubrimiento de un sentido para la vida, y un nexo de cohesión que atraviesa las clases sociales, extracciones culturales, lugares de procedencia, etc.
En cuanto al sentido de la vida, es precisamente lo que necesitamos recuperar en una época de “crisis de sentido” y de los valores que fundamentan un más pleno humanismo: apertura a la trascendencia, respeto por la vida y su dignidad, solidaridad, aprecio por la verdad y la justicia, etc.
Esta fe, por tanto crea un espíritu fraterno, que vemos reflejado en los santuarios: allí pobres y ricos, gente de distintos lugares y convicciones se reúne en apretado tumulto en torno a la devoción común. Esa fe, nos hace sentir por una vez, en esta Argentina tan confrontativa y fragmentada, parte de un todo, con un sentido de pertenencia y familia, caminando juntos hacia una meta común.
Por eso el título de estas líneas: “razones para la esperanza”. Son las razones que tenemos los que creemos, pero también las razones que tienen quienes miran estas manifestaciones religiosas. Para ellos también este sentido de unidad constituye un aliciente para pensar que podemos construir un Patria más fraterna, en un proyecto común. Que la Virgen morena nos reúna, más allá de nuestras diferencias, como símbolo de un nuevo comienzo, en nuestro propósito de hacer de esta bendita tierra una patria de hermanos
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