lunes, 12 de septiembre de 2016
HERENCIAS Y MAFIAS
Tiempo al tiempo
por Sergio Berensztein
El gobierno divide opiniones en su camino entre herencias y mafias. La oposición, expectante.
Confusión, dudas, tensiones, conflictos que se agudizan, respuestas que tardan en llegar. Si uno se deja llevar por la dinámica del día al día, la política argentina parecería estar viviendo los prolegómenos de una nueva crisis. ¿Diciembre? ¿Las tarifas? ¿El avance de causas judiciales que precipiten un choque con segmentos radicalizados aún leales a CFK? ¿El submundo putrefacto del narcotráfico y la inseguridad cruzado por internas de los servicios de (des) inteligencia que estallan en el propio gabinete? Nadie puede identificar el disparador, pero hay síntomas crecientes de que la cosa podría complicarse. Y esto no sólo predomina entre dirigentes sociales y de la oposición: incluso muchos oficialistas, sobre todo radicales, consideran que es necesario cambiar a Cambiemos. Hay un común denominador: la referencia a que hace falta más política. Pero no abundan las ideas innovadoras que alimenten el debate sobre cómo volver a crecer luego de cinco años de estanflación y consolidar una democracia pluralista. Por el contrario, predominan los reclamos sectoriales, las inevitables chicanas y un creciente rechazo al estilo distante, a cierta presunción de superioridad tecnocrática de algunos integrantes del elenco presidencial.
Sin embargo, si se mira el actual contexto con un poco más de distancia crítica, es demasiado pronto para saber si las decisiones que ha tomado el gobierno fueron buenas, regulares o malas: no pasó suficiente tiempo para evaluar su impacto. Tanto los críticos acérrimos (por izquierda y por derecha) como los pocos adláteres confesos de Macri pueden argumentar desde las ideas o las teorías, pero no desde los resultados obtenidos. Finalizada la luna de miel, todavía es bastante convincente el argumento de la herencia recibida, sobre todo respecto de la energía, la inflación, la pobreza y la inseguridad. Y si bien el gobierno ha cometido un número no menor de errores no forzados, y florecen las internas palaciegas, también es cierto que Vidal, Macri y Carrió son tres de los cuatro dirigentes con mejor imagen y consideración en la sociedad, junto con Sergio Massa.
Un reciente y original estudio basado en técnicas de "big data" que analiza las tendencias de opinión predominantes en las redes sociales sugiere que la incertidumbre sobre la economía (ingreso, inflación, empleo), la inseguridad y la corrupción son las preocupaciones más importantes de la ciudadanía. Este magma de inquietud y creciente incredulidad está asociado a cuatro sentimientos (o "vectores afectivos"): decepción, frustración, esperanza y resignación. Hay un núcleo importante de argentinos, cercanos a Cambiemos, que se siente desilusionado con la realidad: pensaban que el cambio no sólo era posible, sino que se iba a producir más fácil y rápidamente. Otro segmento, más crítico del gobierno pero que al menos en parte votó por Macri en la segunda vuelta, siente frustración: para ellos la situación es más límite, sufren restricciones sobre todo en el plano económico. Todo esto aparece matizado por un vital y positivo sentimiento de esperanza: la cosa tiene que mejorar, tenemos que salir adelante. Sin embargo, hay un sector por ahora acotado pero significativo que tiraron la toalla: sienten que otra vez estamos destinados al fracaso, que esta experiencia terminará mal (ya sea porque Macri expresa lo peor de la derecha autoritaria y neoliberal, ya sea porque le falta el liderazgo y los recursos para vencer al populismo). De como evolucione este mosaico cambiante y complejo de sentimientos y sentidos dependerá el clima político y el posicionamiento de los principales actores de cara el crucial proceso electoral del año próximo.
El vacío de la política se llena con votos. Como ocurre siempre en la Argentina, cuando la política se estanca y falla en dar respuestas concretas y consistentes a las necesidades de la gente, aparecen las elecciones para sacudir la modorra y coordinar las estrategias y los horizontes del fragmentado establishment dirigencial. Porque nadie puede prescindir de hacer política cuando el calendario avanza: se recargan las baterías, se debe salir a la cancha con lo que se tiene, con lo que hay.
Y en ese desfiladero inestable, tentativo, se recompone a los tumbos el sistema político. Con un cristinismo que se abroquela en un colectivo tan minoritario como leal y homogéneo, dispuesto a resistir. Con un peronismo que se aferra al concepto de "renovación" y desempolva la figura de Antonio Cafiero, un tardío e incompleto homenaje a un protagonista central en los albores de la democracia. Sus pilares son familiares: la base sindical, un pragmatismo ilimitado y liderazgos territoriales. Se trata de un licuado de lo viejo y lo nuevo que ni se plantea la definición de una identidad: sólo busca un candidato que lo devuelva a la victoria, y por eso todos lo miran a Massa (y de reojo también a Urtubey). En ese recorrido, el peronismo tiene la ventaja y la desventaja de carecer de ideología. Así, mientras el movimiento mantiene intacta su capacidad camaleónica de mimetizarse con liderazgos o tendencias potencialmente mayoritarias, puja por distanciarse rápido de cualquier resabio tóxico que lo vincule al pasado K. Y en ese palpitar, juega al rol de policía bueno con gobernadores e intendentes siempre dispuestos a garantizar gobernabilidad a cambio de recursos fiscales y otros favores del poder, mientras tanto, buena parte del sindicalismo, más combativo y tentado de ganar la calle, muestra los dientes para disputarle a la CTA y a los movimientos sociales el protagonismo en la conducción de los segmentos más opositores: el peronismo y el Papa limitan efectivamente el espacio para que se profundice la crisis y se disparen dudas respecto de la gobernabilidad.
Hasta Cambiemos armó una mesa política en la Provincia de Buenos Aires, donde el año próximo tendrá lugar, una vez más, una batalla electoral percibida como decisiva: un referendum. ¿Tiene sentido un planteo tan dramático? ¿Depende acaso el futuro de Cambiemos, y la estabilidad política, del resultado de una elección? Sigue la apuesta a la gestión (la obra pública), a la figura de Vidal y a las nuevas formas comunicacionales. ¿Alcanzará con eso? No parece suficiente si no acompañan una recuperación económica y una mejora, aunque sea leve, en la homérica lucha contra el crimen organizado. Que impregna e intoxica buena parte del tejido político e institucional de una provincia y de un país que no son aún conscientes de la magnitud del desafío que tienen por delante si pretenden erradicar las mafias enquistadas en el poder.
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