martes, 20 de septiembre de 2016

MACRI VS MASSA

Macri vs Massa, entre el mega y el mini Davos Por Marcos Novaro La tendencia a exagerar que recurrentemente afecta al jefe del FR le ofreció a Macri una muy oportuna ocasión de trabarle el juego. Después de varias semanas de atajar cascotazos y correr detrás de las malas noticias, el Gobierno Nacional logró poner en el centro de la agenda nuevamente sus temas preferidos: la necesidad de normalizar la economía para volver a crecer, la importancia de atraer inversiones y de lograr una rápida reinserción en el mundo, tanto política como económica. Le fue lo suficientemente bien como para que se deje por un tiempo de hablar de sus discordias internas, y hasta para acorralar de momento a la oposición más desafiante, que no es la que más grita, sino la que lo acosa con ofertas de colaboración siempre acompañadas de sugerencias de corrección, casi siempre impracticables. Como toda experiencia de transición, el mayor desafío que tuvo por delante desde un principio el macrismo fue de orden temporal: ¿Cómo lograr que la paciencia social aguantara las malas noticias hasta que empezaran a llegar las buenas? La primera fórmula que usó para intentarlo fue abrazarse al optimismo colectivo, pero ella se reveló como se sabe inconveniente: lo llevó a minimizar los problemas heredados, sobre ofertar con beneficios de corto plazo imposibles de alcanzar y no contribuyó demasiado a acelerar los cambios. De hecho el optimismo "a la Durán Barba" no aceleró en lo más mínimo el cambio de tendencia más importante que hacía falta generar, aumentar la disposición a invertir de los capitalistas. El giro hacia una visión más realista se produjo un poco a los trompicones, pero parece haberse completado en los últimos tiempos: aunque pasó un poco desapercibido fue muy sintomático que en medio del clima de euforia generado por el Foro de Inversiones y Negocios, y a la cola de una nueva sesión de autobombo del Ministro de Hacienda festejando los datos de inflación de agosto, haya sido el propio presidente quien advirtiera, a los empresarios pero también a la sociedad en su conjunto, que es muy temprano para festejar porque las tarifas van a hacer muy pronto que esos índices vuelvan a subir. El Foro fue ocasión para que el Gobierno se mostrara realista también en otros dos registros, muy necesarios para la sustentabilidad de su programa de cambio: uno, frente al mundo empresario; y el otro, frente a la competencia electoral. En cuanto a lo primero, el Foro, como iniciativa de marketing, es claro que buscó amalgamar el costado de los cambios en curso hasta aquí más festejado por la sociedad, "el regreso al mundo", con el por ahora menos valorado, la caída en la actividad y el consumo y los riesgos que ello conlleva para el empleo. Pero fue también visible que el Gobierno no se conformó con el show, y además de destacar y festejar algunos anuncios más o menos grandilocuentes de grandes compañías extranjeras, se esmeró en destacar el rol de los actores locales que pueden hacer punta en la recuperación, y de los que dependerá el futuro de nuestra economía en mucha mayor medida que de aquellas: los agronegocios y las empresas de tecnología. Que la UIA haya realizado una reunión con la CGT justo cuando sesionaba el Foro y para reclamarle una vez más al Estado por los crónicos problemas de competitividad de sus representados, achacados como casi siempre a la "apertura excesiva" y demás fantasmas de la industria asistida, no pudo ser más oportuno para reforzar este escenario de contraposición entre nueva y vieja economía. Y destacar las prioridades que el Gobierno parece decidido a darle a su programa productivo. En cuanto a la escena electoral, la drástica decisión de Mauricio Macri de confrontar con Sergio Massa, hasta aquí festejado como máximo exponente del peronismo amigable y moderno, e imprescindible socio de los cambios en curso, al menos de los que deben pasar por el Congreso, fue toda una novedad. Hasta ahora el tigrense venía haciendo un negocio redondo: podía sin esfuerzo compartir el crédito por los cambios que el macrismo impulsaba, sin pagar ninguno de los costos asociados, al achacarlos a "errores de instrumentación" del gobierno (que este mismo tanto hizo por hacer ver como habituales) y a su real o supuesta insensibilidad social. Incluso Massa, al abrazarse con Stolbizer, se cubrió las espaldas por el lado de la corrupción, que cada vez más embarga al resto del peronismo, así que su peligrosidad electoral venía en aumento. Pero así como sucedió con el aval que diera a la ley antidespidos a comienzos de año, la tendencia a exagerar que recurrentemente afecta al jefe del FR le ofreció a Macri una muy oportuna ocasión de trabarle el juego: con la presentación del proyecto de emergencia aduanera y cierre de importaciones, Massa quedó expuesto a ser excluido sin costos del Foro y, de momento, del campo colaborativo y moderado que exige la escena política argentina. Y fue así que el lugar que había recibido de regalo en el viaje a Davos meses atrás, en el mini Davos porteño lo ocuparon sin chistar Diego Bossio y Juan Manuel Urtubey. Ninguno de los cuales por ahora es una seria amenaza electoral para Cambiemos. Claro que nada de esto alcanza para remover los problemas que tiene por delante el gobierno de Macri. Las inversiones de la nueva economía no van a ser por sí mismas suficientes para generar los miles de empleos productivos que son necesarios para reemplazar el masivo desempleo encubierto en el sector público más los planes sociales, más en algún momento no muy lejano, el empleo de baja productividad en la economía asistida que está más allá de cualquier posibilidad de reconversión. Y por más que confronte más abiertamente con Massa, el oficialismo no va a poder identificarlo fácilmente con el tren fantasma kirchnerista, ni modificar el hecho de que Cambiemos carece de un candidato bonaerense con que hacerle frente (ninguno de los disponibles supera los 10 puntos, casi veinte detrás del tigrense). De allí que sigue siendo para él urgente ampliar los márgenes y los alcances de la cooperación: sólo con la contribución de una porción importante de la vieja política y economía Macri va a poder sostener en el tiempo la construcción de lo nuevo. En esos términos los dilemas que él enfrenta siguen abiertos y con solución incierta, a pesar de los pasos adelante que ha dado en estos días. Lo dieron a entender claramente varios inversores externos en el Foro: si el peronismo no se modera y moderniza en serio, ¿por qué va a ser creíble la promesa de un país moderno, abierto y sobre todo estable en el mediano y largo plazo, como para justificar que se entierren aquí cuantiosas sumas de dinero? Con su obvia contracara: si el peronismo ofreciera esas garantías, ¿qué rol le quedaría a los demás actores políticos?

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