sábado, 17 de septiembre de 2016

MEDIO LLENO MEDIO VACIO

Panorama político nacional de los últimos siete días La parábola del vaso medio lleno o medio vacío Por unos días el gobierno pudo en la última semana refugiarse en una burbuja reconfortante. El Foro de Inversiones y Negocios que se congregó en el restaurado edificio del viejo Correo Central (CCK, el Centro Cultural que todavía lleva el nombre de Kirchner) permitió en buena parte de su desarrollo abstraerse de los desafíos del corto plazo y lanzar una mirada más larga, hacia las expectativas y la estrategia. Espinas del presente En el laberinto de lo inmediato aparecen las audiencias públicas en curso por las tarifas del gas, las amenazas de paro nacional que impulsan los gremios de izquierda y ya empiezan a encontrar eco en la CGT unificada, los reclamos por una supuesta invasión de productos importados (que enarbolan, sobre todo, los temerosos de la competencia). De las audiencias, más allá de chisporroteos polémicos, emergerá un programa gradualista de actualización de la tarifa del gas: una autocrítica práctica del gobierno, estimulada por la protesta social y un fallo de la Corte Suprema. En cuanto a los nubarrones de un paro gremial, es posible que el pronóstico empiece a confirmarse el próximo viernes, cuando se reúna el Comité Central Confederal de la CGT. En ese escenario es probable que prospere la iniciativa de una medida de fuerza. La conducción sindical no compra el optimismo ni la estrategia del gobierno, que vaticina una caída fuerte de la inflación desde este mes y se opone, en consecuencia, a reabrir paritarias u acceder a aumentos extraordinarios antes de fin de año. “A partir de ahora, con la inflación en baja, cada mes el salario real estará recuperando un punto o más”, argumenta el ministro de Hacienda, Alfonso Prat Gay. Los gremios contabilizan la inflación del último año, que supera el 41 por ciento y, cuando comparan con los últimos aumentos pactados, encuentran que han perdido alrededor de 10 puntos. Eso, más la lenta resolución del impuesto al salario y al resto de los puntos que ya motivaron la gran movilización de fines de abril constituyen para el triunvirato de la calle Azopardo una motivación suficiente para hacer una prueba de fuerza en la segunda mitad de octubre. El consenso se inclina por un paro sin movilización: una exhibición moderada. Hay causas, tanto para inclinarse por la medida como para preferir un tono calmo. Una: la presión que ejercen sobre sus bases las corrientes gremiales de izquierda. Otra, la presunción de que el gobierno, más allá de gestos dialoguistas, se prepara para tensar la cuerda con el sindicalismo. Aunque la CGT guardó un cauto silencio ante el hecho, la detención y el procesamiento del dirigente del Sindicato Obrero Marítimos Unidos – Omar “Caballo” Suárez- fueron interpretados en clave política por los jefes sindicales: ocurren cosas que antes no sucedían. Las organizaciones sindicales deben mostrar su fuerza para defender posiciones y reivindicaciones, pero tienen que hacerlo con moderación, tomando en cuenta el clima de opinión pública si quieren evitar el aislamiento social. Mirando al futuro El cónclave porteño de empresarios y ejecutivos locales y foráneos, de su lado, vino a evidenciar que, si se la piensa más allá de estos meses, Argentina despierta esperanzas e ilusiones. Que muy probablemente se traducirán en inversiones y, en consecuencia, en oportunidades de trabajo y en un incremento de la competitividad. Ante los hombres de negocios, los voceros del gobierno dibujaron algunas ideas de esas que los ciudadanos quisieran ver armonizadas y expuestas en un programa explícito de acción. Por ejemplo: el presidente del Banco Central sostuvo que “una inflación del 1 por ciento no le sirve a la Argentina”. La afirmación sugiere que el gobierno, que por el momento parecía conformarse con que en marzo se confirme una inflación anual del 23 por ciento y que pomete 17 por ciento para el próximo ejercicio presupuestario, se propone un objetivo más exigente, comparable al que se consumó durante la década del ’90. No queda claro todavía a qué costo. Es decir: qué comportamiento supone esa meta para asuntos de tanta importancia como producción, consumo y empleo, por caso. Otra definición: el jefe de gabinete (Marcos Peña) describió las inversiones que espera el gobierno. Deben ser “de calidad” para que generen “salarios reales altos”. Es un proyecto auspicioso. Se sabe que no hay forma económica de lograr salarios reales altos sin elevar la productividad por vía de la inversión sofisticada. Claro que ese tipo de inversión requiere una fuerza de trabajo preparada, formada. Ahora bien, las cuestiones que presenta hoy el mercado de trabajo empiezan, lamentablemente, en niveles bastante inferiores. Cerca de un 50 por ciento de la población económicamente activa cuando trabaja lo hace en negro. Y generalmente en labores de muy baja productividad, porque carece de formación para tareas de mayor sofisticación. A eso cabría agregar que el sistema educativo argentino no contribuye demasiado a una instrucción adecuada para trabajos “de calidad”. Las pruebas de evaluación muestran un cuadro en el que predominan alumnos de ínfimo adiestramiento en matemáticas, con graves dificultades para comprender textos simples (y horrenda ortografía). Así, la estupenda meta descripta por Peña (un régimen de “salarios reales altos”) necesita ampliación y detalle: cómo hacer para cerrar la grieta de formación entre la fuerza laboral actual y la que requieren las inversiones de calidad; cuánto tiempo demandaría ese proceso y qué hacer entretanto para sacar de la indigencia o la pobreza e incorporar a la producción y al trabajo registrado a los sectores más vulnerables y más expuestos. En el espacio no definido entre el presente y los espléndidos objetivos está la tarea de la política. Se trata de establecer un puente de tiempo para atravesar un hueco que se ve dilatado, mientras desde un borde se trabaja en elevar la calidad productiva y la competitividad y desde el otro se tutela y se impulsa hacia niveles cada vez más calificados. Porque es cierto que el país –la sociedad argentina- debe adquirir cada vez más capacitación para participar con las reglas de juego de un mundo cada día más próximo y más integrado. Las inversiones, la conexión con cadenas globales de valor representan uno de los términos de la ecuación. Otro, más importante si se quiere, es la capacidad de organización de la propia sociedad, la voluntad y aptitud para abandonar viejas ideas y prácticas y acordar con sensatez cómo tender el puente entre el presente y el futuro. Si se resuelve esto (acuerdo, gobernabilidad, esfuerzo de competitividad) las inversiones llegarán. Y, con el protagonismo que determinen las circunstancias, los proyectos más ambiciosos serán una realidad. Por el momento, los que deben decidir sus inversiones avanzan con pies de plomo: se ilusionan con las posibilidades que exhibe Argentina, registran el cambio de atmósfera determinado por el fin del estilo K. Pero para determinar si el vaso está medio lleno o medio vacío todavía necesitan más señales. No sólo del gobierno. Jorge Raventos

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