lunes, 17 de octubre de 2016

IMPORTA ??

¿La política no le importa a nadie? por Sergio Berensztein - Analista político ¿Puede un presidente ser visto, al mismo tiempo, como un frío y calculador tecnócrata ajustador que apenas disimula su verdadero perfil ideológico (una suerte de neoliberal de closet) y como la expresión del neopopulismo de una curiosa derecha light aferrada a los manuales de autoayuda y superación individual para alcanzar la utopía de la felicidad? Ese parece ser el karma de Mauricio Macri, que se descargó entre sus íntimos, los integrantes de la mesa chica del gobierno, con un lenguaje mucho más franco y contundente ("de vestuario", se diría en el contexto de la campaña electoral norteamericana). El gobierno ha avanzado, de forma renuente, en la convocatoria a una mesa minimalista de diálogo entre trabajadores y empresarios para intentar procesar las tensiones naturales de un proceso de estabilización económica costoso y nunca explicitado que, para peor, no logra generar los suficientes "brotes verdes" como para que se note su impacto en la sociedad, en especial en la creación de empleo. ¿Por qué minimalista? Porque se trata de discutir si, y en todo caso quiénes y cómo, se puede pagar el bono de fin de año para evitar el primer paro de la CGT. Es un secreto a voces que el gobierno quería tener alguna ofrenda amigable para llevar a Roma. ¿Alcanza acaso este decreto? ¿Por qué focalizar el debate en las consecuencias económicas y sociales de las malas políticas aplicadas durante tanto tiempo, en paliativos efímeros como lo es un bono especial, y no en las reglas del juego, las instituciones, la regulación y los incentivos que ellas plantean? Si no tenemos la recuperación que muchos esperaban, en cantidad y en calidad, es por qué hay un problema de credibilidad de corto, mediano y largo plazo. Más allá de este gobierno, los inversores buscan certidumbre y estabilidad en el mediano y largo plazo: las trilladas políticas de Estado. ¿Por qué negarse a ir a fondo y deliberar en esa mesa de diálogo de los problemas de fondo que tuvo y tiene el país? ¿Cuáles es el riesgo, o el costo político, que enfrenta por eso el oficialismo? En todo caso, ¿se han evaluado también las consecuencias de seguir postergando los debates estratégicos, para en todo caso dialogar sobre las consecuencias de no darlos? De todas maneras, sería interesante saber por qué recién ahora se intenta coordinar mejor los comportamientos de los actores económicos y sociales. Si es una instancia útil, se la pudo haber utilizado antes. Si no, tampoco tiene sentido proponerla ahora. Desde 1983 hasta la gran crisis de 2001/2002, Argentina tuvo liderazgos ideológicamente moderados, aunque el sistema político siempre resultó inestable y generó dudas respecto de la sustentabilidad económica y hasta política de los sucesivos gobiernos. La inflación fue siempre la gran obsesión: por su descontrol (Alfonsín) o por el terror a que regrese (Menem y De la Rúa) luego del trauma de la híper. Una situación económica y política sin precedentes (el súper ciclo de los commodities más la anarquía disparada por la desintegración de la Alianza) le permitió a los Kirchner construir un régimen relativamente estable a partir de la concentración de una enorme cantidad de recursos fiscales, políticos y simbólicos para maximizar el perverso exceso de autoridad que la Constitución le otorga al Presidente de la Nación. Muchas veces, incluso, traspasando esos límites. Curiosamente, fue una experiencia crecientemente radicalizada desde lo ideológico, que abrazó el populismo inflacionario para alcanzar respaldo popular. Esta última estrategia fue posible por el favorable entorno externo e implicó la depredación de los stocks acumulados (en infraestructura, divisas, ahorro de los jubilados, etc.). Una vez consumidos e imposibilitados por desidia y mala praxis de conseguir crédito internacional, las restricciones resultantes erosionaron el apoyo popular y le abrieron el camino al triunfo de Cambiemos. La pregunta central es si Mauricio Macri y sus aliados podrán crear las condiciones para que la Argentina tenga por fin un sistema político sólido y estable, ideológicamente moderado aunque abierto, plural y diverso y, sobre todo, que en un clima de certidumbre macroeconómica genere el entorno regulatorio necesario para la inversión productiva. Estos tres atributos (estabilidad política, económica y moderación ideológica) se han perdido en el país hace casi 9 décadas, si es que alguna vez se habían logrado. ¿Puede acaso armarse semejante modelo con el liderazgo de un gobierno que cree que la política no le importa a nadie? ¿Puede la sociedad no involucrarse en semejante debate y, al mismo tiempo, asegurar que este nuevo modelo contará con la legitimidad y el apoyo necesarios para consolidarse en el tiempo? ¿Es suficiente un dialogo minimalista, acotado, renuente, para dar semejante salto de calidad? En un contexto donde bandas de narcos incendian juzgados federales, las fuerzas de seguridad no pueden disimular que son más parte del problema que de la solución, el propio gobierno reconoce que un tercio de la población es pobre y el optimismo se reduce, a pesar de que todavía una buena parte de la sociedad confía en que las cosas van a mejorar, a la crema del establishment parece prudente repensar los próximos pasos y entender que el adelantamiento del calendario electoral como factor determinante de las decisiones políticas y económicas pueden conspirar contra los objetivos básicos de esta administración. La oposición está fragmentada y la perversa necesidad de recursos financieros vuelve dóciles a gobernadores e intendentes. Nadie obliga al oficialismo a autoimponerse un referéndum sobre su gestión. Si el resultado no es un triunfo, aún en el caso de un tibio y confuso empate, el multiforme peronismo acelerará su proceso de reorganización y será tarde para revisar los supuestos que orientan las decisiones estratégicas de una gestión que todavía no definió su identidad.

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