miércoles, 24 de marzo de 2010
DEGRADACIÓN
Río Negro - 24-Mar-10 - Opinión
http://www.rionegro.com.ar/diario/opinion/editorial.aspx?idcat=9542&tipo=8
Degradación institucional
Por tratarse del único sistema conocido que permite convivir a quienes tienen ideas muy distintas y representan a intereses diversos, la democracia es compatible con programas de inspiración izquierdista o derechista, con un esfuerzo sostenido por hacer más equitativos los ingresos o con uno destinado a privilegiar el crecimiento. Lo que diferencia a los demócratas de quienes no lo son es el respeto, o la falta de él, por ciertas reglas básicas, entre ellas las relacionadas con la división de poderes. Pues bien: cuando la presidenta Cristina Fernández de Kirchner se manifiesta dispuesta a tratar al Congreso como un apéndice prescindible del Ejecutivo al que puede marginar echando mano a vetos y decretos de necesidad y urgencia porque, según dijo el sábado pasado al celebrar en Olivos una reunión con miembros de los bloques oficialistas, "nuestra Constitución es fuertemente presidencialista", y, para más señas, hace gala del desprecio que siente por lo que su marido tildó de "partido judicial", está socavando las bases del sistema democrático. Tiene razón Cristina en cuanto al fuerte presidencialismo de la Constitución nacional -es una característica que ha frenado la evolución de nuestra cultura política-, pero exagera si cree que no fija límites al accionar del inquilino de turno de la Casa Rosada. Mal que le pese a la presidenta, la Constitución no prevé que, en el caso de que el oficialismo no cuente con una mayoría parlamentaria automática, está facultado para actuar como si fuera una dictadura electiva con derecho a pisotear todas las formalidades.
Que Cristina haya exhortado a aquellos senadores y diputados que aún le juran lealtad a defender sus iniciativas a capa y espada es perfectamente legítimo. Es lo que hacen periódicamente todos los mandatarios del mundo democrático. Lo que preocupa es que tanto en el transcurso del encuentro de Olivos como en muchas otras ocasiones haya dado a entender que en verdad no le importa demasiado si no logran hacerlo en el Congreso puesto que siempre estará dispuesta a desconocer los resultados de las votaciones, atribuyéndolos a nada más que la hostilidad de personajes resueltos a arruinar el país por motivos execrables.
A juzgar por sus agresivas declaraciones, la presidenta espera que la ciudadanía termine compartiendo el desdén que siente por quienes conforman la mayoría opositora en el Congreso, ya que "muchas veces se puede ser minoría legislativa pero se puede volver a ser mayoría política en la sociedad. Y en el futuro, ganar elecciones". Para que ello ocurra en los próximos meses la presidenta y sus colaboradores se han puesto a atacar con furia a los opositores, tratándolos como un conjunto de inútiles resentidos que "no saben qué hacer", lo que es una forma de advertirnos que continuarán produciéndose conflictos rencorosos entre el gobierno y el resto de la clase política nacional. Si bien a esta altura parece poco probable que los Kirchner consigan reconciliarse con la sociedad, sobre todo si insisten en llamar la atención a su propia arrogancia, es al menos concebible que su ofensiva contra la oposición tenga los resultados que están buscando, lo que aseguraría que, al finalizar su ciclo en el poder, el país se encontrara frente a una crisis política e institucional aún más grave que la actual.
No se equivoca Cristina cuando afirma que los opositores no saben qué hacer. Es así porque pocos legisladores no oficialistas pudieron prever que la presidenta de la República y sus laderos más locuaces reaccionarían de manera casi nihilista frente a la derrota que les fue asestada en las elecciones legislativas de mediados del año pasado. En vez de adaptarse a una situación que, en las democracias maduras, sería considerada difícil pero así y todo manejable -en Estados Unidos es normal que el presidente sea de un partido y la mayoría en el Congreso de otro-, los encargados del Poder Ejecutivo optaron por dedicarse a desprestigiar al Legislativo y al Judicial, acusando a sus integrantes de oponerse a los intereses nacionales, lo que a su entender le otorga el derecho a emplear virtualmente cualquier medio para hacerlos tropezar, incluyendo, desde luego, hurgar en sus asuntos personales con miras a encontrar pretextos para intimidarlos.
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