miércoles, 31 de marzo de 2010

NI VENCEDORES NI VENCIDOS



-¿Ni vencedores ni vencidos?
Por Omar López Mato

www.notiar.com.ar



“Todos nos revolcamos en el mismo fango, solo que algunos miramos las estrellas”

Oscar Wilde


A fines de 1853, el sitio de Buenos Aires llegaba a su fin. El oro porteño había comprado a la flota confederada y el coronel Coe entregaba sus naves a cambio de una fortuna que fue repartida entre oficiales y marinos. Sin el bloqueo del puerto, el sitio al que el general Lagos sometía a la ciudad, poco sentido tenía.

Después de todo, las guerras son transacciones económicas por la fuerza. Los porteños ganaron esta guerra con dinero, sin necesidad de perder vidas humanas.

Entre los sitiadores que volvían a la ciudad, se encontraban varios miembros de la Mazorca que habían cambiado fidelidades, de servir a Rosas habían mutado a leales urquicistas. Cuitiño, Badía, Alem, Suarez, Porto, Manuel Leiva, Troncoso, Parra y el poderoso Antonino Reyes creían que los excesos del pasado habían quedado en el olvido.

En mucho se equivocaban, ya que algunos ex rosistas convertidos en fervorosos porteñistas querían borrar su pasado con la vehemencia de los conversos.

Los leales señores de la Sociedad Restauradora fueron apresados y juzgados por sus crímenes, muchos de ellos cometidos 14 años antes. La sociedad porteña se dividió, una parte de la población clamaba venganza, otros hablaban de olvido. ¿Se cumpliría la proclama de “ni vencedores ni vencidos?

Esta frase la había dicho el entrerriano en Uruguay para aquietarlo a Oribe. Acá no la dijo, de hecho, después de Caseros mandó a fusilar por la espalda al coronel Chilavert, hizo degollar al coronel Martín Santa Coloma y ordenó ejecutar a los soldados que asesinaron al coronel Aquino para pasarse al bando rosista. Sus cadáveres quedaron colgando de los árboles vecinos a Palermo, pudriéndose al sol.

Después Urquiza trató de calmar las pasiones, de hecho prohibió las expropiaciones y muertes por diferencias políticas, pero cuando quiso darle Constitución a los argentinos, los porteños –muchos de ellos unitarios que habían pasado años en el exilio montevideano por oponerse a Rosas- pusieron el grito en el cielo.

¿Cómo iban a coparticipar los dividendos de la Aduana de Buenos Aires con las provincias del interior? Este y no otro fue el origen del sitio de Buenos Aires. Urquiza quería forzar a los porteños a que entregaran sus dineros… pero no pudo. El oro de los comerciantes de Buenos Aires compró la flota, y para colmo llevaron a juicio a muchos de los soldados que se habían convertido en fieles urquicistas.

Por más que el abogado defensor, Marcelino Ugarte (padre), esgrimió la caducidad de las causas, el juicio continuó. Por más que dijeron que el verdadero culpable estaba en Inglaterra, la causa siguió su curso. Fue entonces que Ugarte dijo que ellos habían cumplido como militares con la obediencia debida –el mismo argumento que había utilizado el asesino de Quiróga al cumplir las órdenes de los Reinafe.

En ese entonces eran pocos los hombres que no habían servido en el ejército ó en las milicias. ¿Cómo podría funcionar un ejército si todo el mundo desobedecía las órdenes?

Pero este argumento no fue escuchado. A falta de un responsable, alguien debía pagar. Cuitiño, Alem, Troncoso, Badía y Antonio Reyes fueron condenados a morir fusilados y sus cuerpos exhibidos en una horca. Solo Antonio Reyes pudo salvarse y años más tarde fue exculpado.

La incipiente literatura argentina se pobló de relatos de la brutalidad mazorquera con exageraciones y “libertades poéticas”. “El Matadero”, “Amalia” y “Facundo” se convirtieron en verdades bíblicas que olvidaban la barbarie unitaria. Lamadrid, Deheza, Paz, Suárez y tantos otros que hoy dan nombre a nuestras calles –elegidos por su filiación unitaria- también cometieron desmanes, exacciones arbitrarias, juicios sumarios y ejecuciones brutales. Deheza después de la Batalla de la Tablada tuvo la intención de ejecutar a los 600 prisioneros. Después de muchas discusiones, decidió quintar, es decir fusilar a uno de cada cinco. Esa tarde murieron 125 soldados.

¿Hace falta contar más para darnos cuenta que solo repetimos la historia?

Repetimos sin aprender, que es lo peor que le puede pasar a un pueblo.

Diego Guelar, ex montonero devenido en embajador, ha reconocido “ser un delincuente” y propuesto una amnistía “ampliada y generosa”. En tanto, el ex presidente Duhalde propone un plebiscito para discontinuar esta “caza de brujas”.

Ya entonces, cuando el juicio a los mazorqueros, quedó claro que debían juzgarse los excesos, no la represión en sí. En una guerra se justifica la muerte en combate, no las violaciones ni los robos. En eso se basó la condena a los señores de la Sociedad Restauradora. Por otro lado, se discutió la sanción a la autoridad máxima, de hecho Rosas fue sancionado in absentia con la expropiación de sus bienes, aún aquellos adquiridos antes de su gestión.

Los crímenes de la subversión setentista que cobraron miles de muertos e inválidos parecen haber prescripto, no así los del ejército y fuerzas del orden. Lo mismo pasó en 1853, se juzgó al represor, mientras que Lamadrid, Paz y demás oficiales de la Liga del Norte, que habían cometido excesos o permitido los mismos, aliados a potencias extranjeras (como lo fue Cuba para ERP y Montoneros donde depositaron las fortunas que lograron por los secuestros), no fueron juzgados y algunos, como Lavalle, erigidos en héroes de la patria. Espero que a nadie se le ocurra hacer un monumento a Galimberti.

Es esta asimetría la que exalta los ánimos: ambos lados fueron responsables de crímenes y hasta ahora solo se juzgó a una parte.

Es muy curioso que en el país no se haya dado debida difusión a un discurso del Presidente Mujica, cuya historia ya conocemos. A diferencia de nuestros repartidores de panfletos, él tomó las armas y hoy quiere reconciliar a la sociedad que preside, (después de haber purgado su condena en prisión) porque no quiere caer “en la trampa del dolor”. Así se dirigió a los soldados de su patria.

“No quiero que los de hoy se antagonicen por el ayer. Jodida herencia le transmitirá a la esperanza de los que estamos convocando a la vida”.

“La primera exigencia, la unidad nacional… solo es posible si se practica un inmenso respeto a lo diverso, a lo contradictorio. La unidad nacional significa que a pesar de eso, hay un algo mayor que es causa común que nos envuelve a todos… es el sueño que nuestros hijos sean mejor que nosotros”.

“Que pasó en Europa con el conflicto eterno de Francia y Alemania? Solo terminó cuando encontraron el camino común… sin embargo, estos logros de la alta política no han podido aparecer por desgracia en Colombia ni en Palestina… yo no veo otro camino, soldados, que encontrar causas comunes como nación que nos identifique”.

Varias veces en su alocución Mujica acepta que éste es un tema espinoso, sujeto de materia opinable, pero si no tenemos una actitud superadora solo vamos a chapotear en el barro del pasado, aunque a veces no nos quede otro remedio antes de detenernos a mirar las estrellas.

Respetemos la Constitución, juzguemos a los máximos responsables que rompieron las leyes (incluida María Estela Martínez de Perón y su responsabilidad en la AAA) y a quienes cayeron en excesos, pero también juzguemos a aquellos sediciosos que subvirtieron el orden constitucional y cometieron delitos que originaron esa represión. Si juzgamos un solo lado, la justicia en lugar de ser ciega es tuerta y la balanza se inclina tramposamente hacia un lado.

La iniciativa del Dr. Duhalde abre una instancia superadora en cuanto a los militares, pero también la sociedad debería expedirse sobre la responsabilidad que le cabe a los subversivos. Si hay justicia, que sea para todos.

Que Mario Firmenich ande suelto por la calle es un insulto a todos los argentinos.

Vale recordar que el odio contra la figura de Rosas y sus seguidores tiñó los primeros veinte años de gobiernos constitucionales, hasta que Avellaneda, hijo de una víctima del rosismo, puso en su gabinete a Bernardo de Irigoyen e hizo traer el cadáver del general San Martín después de 30 años de ostracismo póstumo –proscrito sin condena por su afinidad con Rosas- para construir una nueva nación más allá de las confrontaciones, sobre “la tumba de los grandes héroes”. Desde entonces la Argentina se convirtió en nación.

Para terminar les voy a contar un episodio hoy olvidado, pero que viene al caso. Cuando se decidió hacer un monumento a Lavalle –que hoy se encuentra sobre la calle Tucumán, entre Tribunales y el Colón, justo enfrente donde estaba el Palacio Miró, hogar de descendientes del coronel Dorrego-, hubo muchas protestas. Existían aún heridas abiertas. Como les dije, Lavalle cometió excesos y fusilamientos sumarios.

A pesar de la oposición, el monumento se hizo, pero el escultor tuvo el buen tino de elevar al general de bronce a una alta columna para evitar atentados y agresiones. Sin embargo, el día de la inauguración, el monumento apareció con una gran mancha roja, remedando la sangre derramada por el “sable sin cabeza”. El general Mitre, encargado del discurso inaugural, dejó sus notas de lado y dijo: “Esta sangre ya ha sido lavada por muchas lágrimas argentinas”.

omarlopezmato@gmail.com

Gentileza de www.olmoediciones.com para NOTIAR

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