viernes, 16 de julio de 2010

GUERRA CULTURAL


-Los que cruzaron de calle y los que piensan hacerlo
Por Vicente Massot

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Hoy, en la cámara alta del Congreso Nacional, se tratará el más polémico proyecto de ley que haya llegado a esa instancia desde que, durante la presidencia de Raúl Alfonsín, se votara la norma que impuso la legalidad del divorcio vincular.


Entonces, a semejanza de ahora, fue la Iglesia Católica la institución que se situó a la cabeza de la oposición y defendió con mayor énfasis la postura contraria a la que impulsaba el gobierno de turno.

La administración radical había adoptado una serie de medidas que erizó la piel de los obispos. Ello, unido a aquella muestra de iracundia protagonizada por el presidente, cuando trepó al púlpito y desde allí, en plena ceremonia religiosa, polemizó con la jerarquía católica como si fuese un purpurado más, hizo que las relaciones entre el poder civil y el eclesiástico distaran de resultar satisfactorias. Finalmente la Iglesia tuvo su revancha. Es cierto que no pudo frenar la ley de divorcio, pero fue capaz de doblarle el brazo al alfonsinismo en la disputa que sostuvieron en torno a la enseñanza.

Con Néstor y Cristina Kirchner el crescendo que llegó a la enemistad actual resultó similar al que se había dado con el político de Chascomús. En un principio los vasos comunicantes entre la Casa Rosada y el Episcopado funcionaron normalmente, al extremo de que este último no reaccionó cuando el santacruceño prohijó primero la candidatura de Raúl Zaffaroni para ser miembro de la Suprema Corte de Justicia y luego la de Carmen Argibay.

El cardenal Bergolio, en ese momento, se negó en redondo a secundar la acción del conjunto de laicos que motorizó la campaña contra Zaffaroni y la Argibay, y eso que los fallos aberrantes de aquél en materia sexual y las confesiones públicas de esta respecto de su condición de "atea militante y abortista", parecían razón suficiente para levantar la voz. Sin embargo, la máxima autoridad del catolicismo argentino hizo mutis por el foro, creyendo, seguramente, que dar esa pelea no tenía sentido.

Andando el tiempo el frágil equilibrio existente entre el santacruceño y los obispos terminó por quebrarse en ocasión de unos comicios substanciados en la provincia de Misiones. Bergolio, sin hacer pública su posición, bajo cuerda se convirtió en el principal apoyo del obispo Pigna. El triunfo de éste sobre el candidato oficialista llenó de cólera a un atribulado Kirchner que, por supuesto, sabía hasta qué punto la campaña del vencedor había sido respaldada en toda la línea por el cardenal primado.

El proyecto que se discutirá en el Senado no modificará, cualquiera sea su resultado, la relación de fuerzas vigente. Si se impusiese el texto votado en la cámara baja y los homosexuales festejasen su conquista junto al matrimonio gobernante -que tanto énfasis ha puesto en el asunto, al cual nunca antes le había prestado atención- ello no significará un cambio fundamental en punto a los alineamientos en la cámara alta.

Lo mismo corresponde decir de la oposición. La cuestión de los gays y sus presuntos derechos ha dividido aguas no solo en la clase política sino también en la sociedad, y la polémica entablada alrededor de tema tan sensible se ha trasformado en un casus belli verbal.

Ahora bien, más allá del fondo de la cuestión que está sobre el tapete, aquella divisoria de aguas a la que hacíamos referencia antes demuestra a las claras el divorcio definitivo de una institución milenaria, como es la Iglesia Católica, y el gobierno kirchnerista.

Aún en el caso de ponerle paños fríos a algunas de las declaraciones de los obispos más militantes y de entender que, muchas veces, el tono de los discursos no necesariamente refleja el sentir más profundo de los contendientes, lo cierto es que aquí se ha hablado de "guerra cultural" contra la familia y la fe, y ese léxico es nuevo. Nunca antes la jerarquía católica había empleado términos parecidos en sus desencuentros con el kirchnerismo. Que lo haga en esta circunstancia transparenta el grado de beligerancia y de animosidad al que se ha llegado.

Como quiera que sea, es seguro que la Iglesia y el gobierno no harán más que agrandar las distancias que los separan. Cabría sostener, sin temor a errar, que conforme transcurra el tiempo y se acerque la fecha de los comicios, distintos factores de poder, por muy distintas razones, irán tomando distancias definitivas de la administración de los Kirchner, a la cual alguna vez apoyaron o contemplaron con esperanza.

En ese orden, el sector agropecuario, la Iglesia Católica y las clases medias urbanas ya se hallan en la vereda de enfrente de un gobierno que insiste en embestir, a tontas y a locas, a cuanta persona, grupo, partido o confesión se le cruza en su camino. No importa de quien se trate, si es Eduardo Sadous, el clero, los jueces de la Corte, el PRO o la Unión Cívica Radical. Disentir con los dogmas oficialistas, significa ser estigmatizado.

Si en el pasado semejante estrategia, enderezada a expensas de sus enemigos, le dio al santacruceño resultados óptimos y obró el efecto de paralizar cualquier intento de hacerle frente a un poder que, entre el 2003 y el 2007, resultó hegemónico, hoy luce añeja y desvencijada.

Es más, si antes imponía miedo hoy mueve a risa. Ninguno de los opugnadores del kirchnerismo está dispuesto a callarse la boca y son legión quienes, en contra del matrimonio gobernante, levantan acusaciones de todo tipo y color. Con esta particular coincidencia que es menester analizar con cuidado: tampoco en las filas del oficialismo la subordinación es la de antaño.

Si lo fuera, quienes se abroquelan en torno al llamado peronismo K en el Congreso no habrían sufrido en el últimos meses los reveses que son de público conocimiento. Domesticar a la tropa no es tan fácil como en la presidencia del político patagónico, cuando bastaba una orden de la Casa Rosada para que Miguel Ángel Pichetto en la cámara alta y Agustín Rossi en la baja, mandaran formar filas y jurar obediencia al jefe como se hace en la milicia.

Sobran razones para pensar que las rebeldías que, soterradas, se están incubando en el seno del oficialismo, cuando llegue el momento oportuno habrán de transformarse en insubordinaciones abiertas. Por ahora, con algún esfuerzo, Néstor Kirchner mantiene cohesionadas a sus líneas, y si en determinadas ocasiones pierde el control de algunas de ellas puede, después, recuperar su posición.

De momento, ningún referente de envergadura -llámese gobernador, intendente, diputado o senador- abandonará al kirchnerismo de manera abierta. Todavía faltan quince meses para las elecciones y la caja grande -de la cual dependen, sobre todo, los mandatarios provinciales y los municipales- sigue siendo patrimonio de quien, en la Quinta de Olivos, actúa como el verdadero poder detrás del trono.

No obstante, hay indicios que demuestran hasta dónde, cuando suene la hora, cada uno hará lo que más le convenga. Están los senadores y diputados que, sin mandarse a mudar, hoy votan con los K y mañana se abstienen o lo hacen en contra.

Existen los gobernadores que ya han anunciado el desdoblamiento de los comicios -al menos seis- pero, al mismo tiempo, hay varios más que guardan esa carta bajo la manga. Ni hablar de los intendentes peronistas del Gran Buenos Aires y de otras ciudades importantes del principal distrito electoral del país, que deberán renovar sus mandatos.

Con todo, no se crea que sólo en las tiendas del oficialismo se escuchan discusiones y se cuestionan las órdenes que bajan de la Rosada y de Olivos. La pelea que en estos momentos, cierto que con tono distinto y modales versallescos, se substancia entre Ricardo Alfonsín y Julio Cobos, es feroz. Como es recurrente e incomprensible el cortocircuito entre Francisco De Narváez y Mauricio Macri.

Mientras no se definan las candidaturas presidenciales, estas disputas estarán a la orden del día. Importantes o intrascendentes, según de quien se trate, son la demostración más cabal de que aún falta correr mucha agua debajo del puente.

1 comentario:

Unknown dijo...

Este gobierno pone a culaquiera en el lado de enfrente, dsde un principio generar ese tipo de situacion de convivencia donde o sos mi amigo o enemigo no es digno de una democracia, si no mas bien de una dictadura disfrasada de democracia, yo creo que se deben escuchar todas las voces en un pais, cosa que la presidenta y su esposo parecen haber olvidado, y ni hablar de sus comandados, Moreno si no opinas como el y siquiera queres entablar un debate te rompe la cara de una piña junto con su patota que lleva de un lado para otro, eso es lo que le paso a Soaje Pinto, es un ejemplo de lo que es un democracia para este gobierno si opinas diferente te comes una Piña.