viernes, 16 de julio de 2010

LA BATALLA DEL PUTIMONIO


EL HOMOMONIO NO ES LA ÚNICA BATALLA

El proyecto de legalizar el mal llamado “matrimonio homosexual” en la Argentina, ha movilizado a muchas personas, familias e instituciones, preocupadas por el futuro de sus hijos y de la Nación. Las siguientes palabras han sido escritas con el fin de orientar a los que están empeñados en este combate, sobre todo a los católicos de nuestro país y de otras partes de mundo:

1. El homomonio no es ni la primera ni la última de las batallas a librar. Tampoco es la “unica”… Hemos llegado a esta situación como fruto de una Revolución Cultural. Esta Revolución constituye hoy el pensamiento dominante no sólo de partidos políticos, instituciones e intelectuales de la “izquierda moderada”, sino también de ambientes aparentemente inmunes a la “mentalidad progresista” hasta hace pocos años. La Revolución Cultural aspira a lograr un cambio en el “sentido común” de las personas, poniendo en tela de juicio todo el patrimonio cultural, moral y religioso de la civilización cristiana occidental. Concurren en su origen ideológico tendencias neomarxistas, liberales “rousseaunianos” y teóricos de la perspectiva de género, mientras que su apoyo político- económico se encuentra en la ONU y en organizaciones como las Fundaciones Rockefeller y Ford, entre otras
2. No son ajenos a este problema otras ideologías distintas del llamado “progresismo”. Nos referimos, en primer término, al liberalismo “de centro – derecha” que, partiendo de una errónea protección de los “derechos individuales” y defendiendo una economía individualista, ha socavado los fundamentos ético - jurídicos de la comunidad, permitiendo que esta izquierda logre presentarse hoy como una alternativa “humanista, igualitaria y tolerante”. Grave responsabilidad tienen asimismo los católicos liberales que aceptaron las “reglas de juego” de la democracia moderna y del capitalismo “real,” como si los valores fundamentales e inmutables de la familia, del patriotismo, de la justicia social o de la religión, pudieran sacrificarse en el altar laico de las urnas o del mercado.
3. La Revolución progresista y el liberalismo tienen raíces comunes: el subjetivismo religioso, el inmanentismo filosófico y el laicismo naturalista de la Modernidad. Por su parte, la Masonería y sectas afines constituyen la Contra Iglesia sobre la cual se pretende edificar el llamado Nuevo Orden Mundial, capitalista en lo económico y progresista en lo cultural. Las redes de esta “trama masónica” han logrado infiltrarse, lamentablemente, dentro de la misma estructura temporal y humana de la Iglesia Católica.
4. Peor aún es la corrupción extendida en buena parte del Catolicismo, incluso en ambientes aparentemente “ortodoxos”, en los que existen incrustadas verdaderas “estructuras de pecado”, como la manipulación de las conciencias, el voluntarismo ascético, la mala apologética, la moral del éxito, el legalismo, el institucionalismo exagerado y, en algunos casos, los abusos sexuales y el maquiavelismo político. Este auténtico fariseísmo, y quienes de modo deliberado colaboran con él, no tiene autoridad moral para erigirse en defensor del Orden Natural y Cristiano. Es además, motivo de escándalo para quienes, desconociendo la Fe católica, encuentran en él a opositores de la “cultura progresista”. Decimos “ambientes” y no “instituciones”, porque todas aquellas aprobadas por la Iglesia, aunque estén más o menos influenciadas por tales errores y vicios, pueden llegar a purificarse, si son fieles a Nuestro Señor Jesucristo y a las legítimas decisiones o correcciones del Santo Padre.
5. La batalla contra el “homomonio” tiene pues que llevarnos a reflexionar en las causas últimas del problema, sin lo cual es imposible proponer soluciones adecuadas. En cuanto a los “no católicos”, dicha reflexión servirá para que adviertan el gravísimo daño que causa el “constructivismo cultural”. Para los católicos, además, para que tomen conciencia de que esta es una batalla principal, aunque no únicamente, teológica y espiritual. En tal sentido, la prioridad del cambio personal sobre el institucional seguirá siendo una regla de oro. En cuanto a las reformas institucionales, los medios sobrenaturales deben considerarse como la causa primera y principal, mientras que los humanos, causa segunda y subordinada. Dios es el Señor de la Historia y ninguna solución surgirá de “tácticas” semipelagianas o quietistas.
6. Esta movilización debe enseñarnos, por último, a colocar la Esperanza en lo único que puede permitirnos combatir con serenidad: las Promesas de Nuestro Señor Jesucristo. Santa Juana de Arco decía que los hombres librarán las batallas y Dios dará la Victoria. Pero recordemos que Dios puede conceder victorias parciales o puede no concederlas. Allí, en ese “futuro contingente” entran en juego las decisiones libres de los hombres y los designios misteriosos de la Providencia. Todo lo que de bueno hagamos en orden a la “instauración cristiana del orden temporal”, será positivo para muchas personas, familias e instituciones, y servirá, de algún modo, para la Victoria definitiva…pero la misma sólo vendrá con la Parusía. No sabemos qué es lo que nos espera en lo inmediato: el mundo está a oscuras y si esto es una crisis pasajera o se trata ya de la Gran Apostasía, no podemos afirmarlo con seguridad. Lo que sí debemos hacer es estar en el “costado limpio de la Batalla”, como decía el escritor argentino Leopoldo Marechal, evitando las tentaciones del derrotismo abstencionista como del triunfalismo. Y, mientras combatimos, recordar una de las principales Promesas del Señor: “Tú eres Pedro y sobre esta Piedra edificaré mi Iglesia, y las Puertas del Infierno no prevalecerán contra ella”

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