Río Negro - 07-Jul-10 - Opinión
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Editorial
México en llamas
Para muchos mexicanos, los resultados finales de las elecciones parciales que se celebraron el domingo en 14 estados importarán menos que la cantidad de muertos registrados en el transcurso de la jornada. Según se informó, hubo 16 vinculados de algún modo con los comicios, lo que puede considerarse una cifra modesta puesto que se estima que, desde el inicio de la gestión del presidente Felipe Calderón en el 2006, han muerto más de 23.000 personas en la guerra que están librando las fuerzas de seguridad contra los sicarios de siete cárteles narcotraficantes. No exageran, pues, quienes advierten que, a menos que las autoridades logren eliminar los cárteles, México corre el peligro de convertirse en un "Estado fallido", una zona caótica y violenta dominada por bandas de criminales desalmados. Como pueden señalar los horrorizados por la devastación ocasionada por los narcotraficantes, luego de nueve años de guerra, las bajas mortales norteamericanas en Irak y Afganistán llegan a apenas la cuarta parte de las sufridas por los mexicanos, ya que conforme a las estadísticas más recientes han totalizado 5.563.
Lo que está sucediendo en México no puede sino alarmar a los gobiernos de los demás países latinoamericanos, incluyendo el nuestro, en que los cárteles narcotraficantes están procurando establecerse, a veces con la colaboración de agrupaciones de la extrema izquierda que, como en Colombia, se han aliado con ellos por entender que les conviene un clima de miedo generalizado y por encontrar en el comercio de drogas una fuente casi inagotable de dinero. Además de matar con sadismo brutal, los narcotraficantes disponen de recursos tan inmensos que les es relativamente fácil corromper no sólo a políticos sino también a militares, policías e integrantes del Poder Judicial. Su forma de operar es sencilla: matan a quienes se niegan a venderse o a quienes se venden al cártel equivocado y también a sus familiares, de este modo intimidando a toda la sociedad para que los dirigentes se resignen a convivir con gánsteres. Por fortuna, por ahora cuando menos, la situación en que se ve la Argentina no se parece en absoluto a la que vive México o la de Colombia antes de que el presidente Álvaro Uribe emprendiera una ofensiva frontal contra los flagelos gemelos supuestos por los narcotraficantes y los guerrilleros de organizaciones como las FARC, pero ello no quiere decir que podamos bajar la guardia. En los últimos años, sicarios de los cárteles mexicanos y colombianos han hecho sentir su presencia aquí e incluso hay motivos para sospechar que organizaciones que les son afines han aportado a ciertas campañas electorales. Por estar nuestro país entre los más corruptos de la región, si las autoridades no los tratan con la máxima severidad, no les faltarán oportunidades para instalarse de manera permanente.
Como muchos mexicanos subrayan, la razón fundamental por la que los cárteles narcotraficantes están causando tantos estragos en su país consiste en la proximidad de Estados Unidos, el mercado consumidor más voraz del mundo. El gobierno norteamericano actual, al igual que sus antecesores, está librando una guerra sin cuartel no sólo contra los narcotraficantes sino también contra todas las manifestaciones de la drogadicción, con el resultado de que una proporción muy alta de la población carcelaria de más de 2.300.000 -por un margen muy amplio, la mayor del mundo- ha sido sentenciada por crímenes relacionados con el consumo o el comercio de drogas. No extraña, pues, que a juicio de muchos sería más sensato descriminalizar el consumo, con el propósito de tratarlo como un problema médico y por lo tanto permitir la comercialización regulada de sustancias adictivas pero, además de los argumentos planteados por quienes temen que las consecuencias serían trágicas si el consumo de narcóticos fuera considerado tan normal como el de bebidas alcohólicas, son tantas las instituciones que se han comprometido con la lucha que parece poco probable que en los próximos años se modifique la estrategia oficial. Mientras tanto, países como México seguirán siendo campos de batalla sin que haya ninguna seguridad de que la policía, respaldada por las fuerzas armadas, logre poner fin a la violencia que día tras día continúa cobrando vidas.
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