martes, 24 de noviembre de 2009
NI LOS MUERTOS SON IGUALES....
Ni los muertos son iguales ante la ley (No es alegre, pero es cierto)
El análisis habitual de Malú Kikuchi desnuda el momento político:
Hay algunas pocas cosas que los argentinos sabemos con certeza, una de ellas es que la muerte es definitiva. No tiene vuelta atrás, es el punto final, el no va más, por lo menos de esta vida.
Para los creyentes hay otra vida. Para los no creyentes, simplemente, se acabó.
Desde la política, en estos últimos años han intentado cambiarnos demasiadas creencias.
A veces lo han conseguido.
Pero con el tema de la muerte, todavía no han podido convencernos que es sólo una sensación.
Los muertos ya no sienten. Los que quedan sienten dolor.
Sabemos que hay varias clases de muertos.
Están los muertos entrañables, esos que dejan vacíos en nuestro corazón, imposibles de llenar.
Están los muertos que nos son queridos, por los que guardamos un tierno afecto a través del tiempo.
Están los muertos conocidos, que nos generan una suave tristeza ante su ausencia. Esos que recordamos cada tanto.
Están los muertos de las noticias, esos cuyas muertes violentas escuchamos, vemos y leemos en los medios.
Estos muertos, cada día son más.
Los muertos “mediáticos” que nos son desconocidos, preocupan. Obligan a pensar en la inseguridad que nos rodea.
Y de pronto tomamos conciencia de que la muerte del otro, siempre es un poco nuestra propia muerte.
Los muertos que aparecen en las noticias, esos que nos preocupan sin que hagamos algo para ocuparnos del tema, son muertos entrañables para sus familias, queridos para sus amigos, conocidos para otros.
Pero todos están irremediablemente, muertos.
Nos preguntamos cómo es posible que ocurran tantas muertes evitables, tantas muertes por unas zapatillas, o por un celular o simplemente, por que sí- Porque el que mató estaba “dado vuelta”.
Nos preguntamos, nos quejamos, lo comentamos con frases llenas de lugares comunes, tales como,”¡Qué horror! ¡Alguien tiene que hacer algo! ¡Así no se puede seguir!”, pero seguimos sin hacer nada, sin exigirles a los que les pagamos un sueldo para que nos cuiden, que cumplan con su deber. Deber que desconocen.
Mientras, nos matan. Nos hemos convertido, a pesar de las cifras de Aníbal Fernández al respecto, en un país muy, pero muy peligroso.
No importa que seamos menos peligrosos que México o Nicaragua, estamos en Argentina, nos matan en Argentina.
Las estadísticas no consuelan ni a los padres, ni a los hijos, ni a ningún familiar o amigo de los asesinados.
Si existiese algún consuelo posible, éste debería venir de la mano de la prevención y de la justicia.
La prevención no existe, parece que está prohibida por ley. Por las muchas leyes que innumerables genios del derecho abolicionista han ido implementando, considerando siempre con benevolencia la situación de los asesinos y condenando a las víctimas.
En cuanto a la justicia, esta ha desaparecido del poder judicial (salvo poquísimas y honrosas excepciones).
Argentina será otro país el día que la justicia vuelva a ocupar el lugar que le corresponde, dentro del poder judicial de la nación y de las provincias.
Buscando las razones profundas de este delirante y mortal sistema en el que estamos atrapados, encontramos dos nombres emblemáticos en la historia reciente argentina: Maximiliano Kosteki y Darío Santillán.
26 de junio 2002, plena crisis socio económica, gobierno de Duhalde.
Un gran número de militantes salieron a la calle a demandar el aumento de los planes de $150 a $300, la creación de un programa alimentario, la liberación de los compañeros presos por cortar rutas, y un clásico, manifestarse en contra del FMI.
El gobierno le ordenó a la policía, reprimir. Reprimir, según el diccionario de la RAE consiste en contener, refrenar, moderar.
En los países civilizados, la represión se ejerce sin violencia. No confunden autoridad con autoritarismo, ni represión con asesinato.
En la estación de Avellaneda, ese 26/6/03, dos activos militantes, Kosteki y Santillán, fueron ejecutados por la policía.
Desde entonces, el desorden y el caos se adueñaron de las calles.
El gobierno entró en pánico, Duhalde renunció a la presidencia antes de terminar su período y llamó apresuradamente a elecciones.
Temiendo que Menem ganara las internas del PJ, dividió al peronismo. Primero propuso un candidato que no aceptó, Reutemann; luego propuso otro candidato que no subió en las encuestas, De la Sota; finalmente, terminó apoyando a Kirchner.
O sea que el primer gobierno de Kirchner, 2003/2007, se debió en gran parte a las muertes de Kosteki y de Santillán. Los fantasmas de los dos militantes asesinados aterrorizan a los gobiernos de Néstor y de Cristina; el resultado es que todo está permitido.
Los ciudadanos y sus derechos no le importan al gobierno.
Y entre la permisividad absoluta con los que manifiestan lo que sea y en contra de lo que sea (siempre y cuando no moleste al gobierno) y los jueces educados en la escuela del abolicionismo de las penas, matar ciudadanos decentes se ha convertido en un deporte nacional.
Para tomar hechos recientes, 19 policías asesinados en lo que va de año en la provincia de Buenos Aires, la muerte del chico Urbani en el Tigre, la muerte de la arquitecta en Wilde, una madre y su hijo el mismo día, y más, muchos más, a razón de tres asesinatos por día, todos estos muertos juntos y sumados, son menos que Kosteki y Santillán.
El artículo 16 de la Constitución Nacional dice que: “Todos los habitantes son iguales ante la ley”.
No se aplica.
Ni los vivos son iguales ante la ley, ya que los amigos del poder tienen privilegios que la Constitución les niega, ni los muertos lo son.
Es obvio que en tiempos K, hay vidas que valen más que otras.
Y ni los héroes que nos parieron la patria, ni los sabios que nos mejoraron la calidad de vida, ni los seres buenos que dedicaron su existencia a los demás, ninguno de ellos vale más que otro ante la ley.
Una vida cualquiera, la que sea, es siempre única, preciosa e irrepetible.
Pero en nombre de la memoria de Kosteki y de Santillán, los demás muertos, y los muertos que desgraciadamente vendrán, no tienen importancia.
¿Cómo nos hemos permitido llegar a este punto? ¿Por qué lo hemos permitido?
¡Ni los muertos en la Argentina K, son iguales ante la ley!
Por favor, en nombre de todos, los vivos y los muertos, recuerde, la Constitución Nacional tiene soluciones para todos los problemas, el juicio político es una de ellas.
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