jueves, 26 de noviembre de 2009

PERORATAS



-Las peroratas de Cristina
Por Carlos Berro Madero

www.notiar.com.ar


“Desde hace casi dos siglos se ha creído que hablar era hablar , es decir, A TODO EL MUNDO Y A NADIE. Se ha abusado de la palabra y por eso ésta ha caído en desprestigio”

- Ortega y Gasset

Quien recopilara los deshilvanados mini discursos de la Presidente, podría advertir sin mayor esfuerzo las enormes fallas de sintaxis y SIGNIFICADO de lo que dice. Resulta incomprensible su pasión por hablar sin tomar notas previas, o hacer redactar un texto por alguien que le ordene el pensamiento.

Parecería que la preocupación de Ortega viene a resumir en ella las malas costumbres de muchos políticos, quienes, después de pronunciar sus alocuciones públicas, dejan a sus oyentes alelados tratando de interpretar afanosamente el sentido de las mismas.

Si de algo debiéramos cuidarnos es de alentar pasivamente esta mala costumbre de que nos ametrallen con cataratas orales lanzadas al aire para no decir nada sustancioso. La palabra es siempre el vehículo portador del pensamiento, por lo que si es oscura o rebuscada, indicará la confusión mental de quienes así la empleen.

Es la mala costumbre de oradores que olvidan que existen interlocutores, y que, de alguna manera y en algún momento, el diálogo deberá ser iniciado, aún con las limitaciones que impongan las circunstancias.

“Todo auténtico decir, no sólo dice algo, sino que lo dice a alguien”, sigue diciendo Ortega; y al respecto de la verborrea tan en boga y a la que se ha adscripto fervorosamente Cristina Kirchner añade: “esta costumbre de hablar a la humanidad, QUE ES LA FORMA MÁS SUBLIME, Y POR LO TANTO, MÁS DESPRECIABLE DE LA DEMAGOGIA, fue adoptada hacia 1750 por intelectuales descarriados, ignorantes de sus propios límites y que siendo, por su oficio, los hombres del decir, del LOGOS, han usado de él sin respeto ni precauciones, sin darse cuenta de que la palabra es un sacramento de muy delicada administración”.

Estamos convencidos que estas severas advertencias no han de haber sido siquiera leídas por quien intenta deleitarnos con los gorjeos de su pretendida exquisitez, ignorando la sensación de asfixia opresora que produce el solo oírla.

Es muy probable que nuestra Presidente esté afectada ella misma por la rara enfermedad que dice detectar en los medios y su apego a los mensajes “bi norma” (¿), que consistirían –según su explicación-, en decir dos cosas a la vez para que ambas se opongan y ocurra finalmente que carezca de sentido aquella que se busca desaprobar. Sin dedicar ni un minuto de reflexión inteligente a la tarea crítica esencial que debe prestar la verdadera prensa libre.

Por supuesto, no hemos comenzado estos pensamientos con la idea de refutar o hacer mofa de quien confunde desde la fórmula del agua hasta la naturaleza de los cultivos, sino para señalar que el camino elegido por la “locutora” gubernamental “todo terreno”, ha resultado ser una bomba molotov arrojada en la cara de los ciudadanos, provocando el efecto contrario al supuestamente pretendido. En efecto, no puede imaginarse la construcción de un pensamiento inteligente y racional a partir de mensajes insustanciales que surcan el aire y se alejan raudos por el horizonte como si tuvieran alas, sin dejar nada detrás de ellos.

¿Dónde está la supuesta y alabada inteligencia de una persona que nos endilga enseñanzas sobre lo que no entiende ni conoce y se queda tan fresca como si estuviera legando la solemnidad de su “estilo” a la posteridad?

Solo una ciudadanía adormecida y golpeada pudo haber tardado tanto tiempo en rechazar este abuso verbal “que se asemeja mucho a una verdadera secreción espontánea, PORQUE ES EL LENGUAJE QUIEN CONSIGUE A VECES DECLARAR CON MAYOR APROXIMACIÓN ALGUNAS DE LAS COSAS QUE NOS PASAN ADENTRO” (Ortega nuevamente).

Muchos de nosotros ya habíamos advertido hace varios años la exhuberancia incontrolada de la actual mandataria cuando era senadora, como así también las frases rudimentarias y entrecortadas que algunos periodistas recogían de su marido cuando le hacían entrevistas en el tiempo que era gobernador de Santa Cruz.

Podríamos decir, sin temor a equivocarnos, que entre los dos sintetizaron siempre la extravagancia y la vulgaridad, aporreando sin misericordia el valor de las palabras y el lenguaje oral.

Eran los tiempos en que algunos comenzaron a soñar que esta pareja insólita podía aportar nuevos “aires” a la República.

¡Y vaya si lo hicieron!

Ver hoy a Cristina en su papel sobre actuado, representándonos ante gobiernos vecinos y otros más lejanos, insistiendo machaconamente en que “el árbol no debe tapar el bosque”, mientras anda errante entre los que ella misma va plantando en forma asaz despareja aquí y allá, causa una vergüenza incontenible. No es casual que tengamos tantas dificultades para establecer diálogos respetables con el mundo en general y que el círculo de nuestros mejores amigos en el plano internacional sean los primates que dirigen algunas repúblicas latinoamericanas, como Chávez, Ortega (el de Nicaragua) y Morales .

Al respecto, recordamos con tristeza los dichos del ex presidente uruguayo Jorge Batlle -un poco molestos sin duda para todos nosotros-, pero que en este caso resultarían bastante certeros: “los argentinos hablan un idioma que el resto del mundo no entiende”.

Desde las chocanterías dedicadas al dictador O´Biang de la Guinea Ecuatorial, hasta las admoniciones dirigidas recientemente a Bachelet y Lula, sumadas al análisis técnico “al voleo” de proyectos enviados al Congreso, asistimos a la incontinencia de quien parece poseída por una pasión irrefrenable por hablar, adoptando un lenguaje “posmodernista” indescifrable.

Quizá esta crisis nos deje una enseñanza útil para el futuro: no es la palabra usada en el discurso de tal modo –confusa, pretenciosa, altisonante y contradictoria-, la que permite desarrollar una sociedad de cara al futuro. Hace falta darle un sentido mucho más profundo, para permitir la ejecución de políticas públicas alejadas de cualquier fantasía.

En el camino de la verborrea presidencial han quedado registradas tantas frases “culturosas”, que si hoy viviera el inolvidable Adolfo Bioy Casares, hubiera aprovechado para compilar un segundo tomo de su “Manual del argentino exquisito”, donde recogió con humor sin igual el idioma rebuscado de muchos compatriotas al hablar.

carlosberro@arnet.com.ar

Gentileza en exclusiva para NOTIAR

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