jueves, 29 de octubre de 2009

1975 : ENTREVISTA A LA ESPOSA DE LARRABURE

Cnel. Larrabure ultima foto con vida

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Impresionante documento de nuestro tiempo

Entrevista de la Sra. María Susana de San Martín de Larrabure, esposa del Coronel Larrabure, con la periodista Renee Salas, Revista Gente, N° 540, efectuada el 27 de Noviembre de 1975.


Habla la viuda del Coronel Larrabure

Acaso en ese cuaderno pulcro de tapas brillantes, que usted tiene en sus manos, esté la parte menor de esta historia, la parte más formal y más conocida.

Ud. recorre ahora las hojas de ese cuaderno, señora de Larrabure: están las esporádicas cartas que recibió. Están las solicitadas que Ud. publicó. Esos dolorosos hilos que la ayudaron a sufrir de pie. Están los recortes de todos los diarios, de todas las revistas, de todas las cosas, los días y los minutos de esas 372 jornadas de horror.

Está también la carta de su marido que apareció en todos los diarios el 22 de agosto. Está el comunicado de los profesionales y técnicos de la Fábrica Militar de Pólvora y Explosivos de Villa María, Córdoba, donde lo incluyen en la línea de un Savio, de un Moscón, de todos aquellos militares que impulsaron el despegue de esta Argentina amada.

En las 200 hojas de ese cuaderno de tapas brillantes usted ha pegado prolijamente todas las cosas que trajeron a la memoria, durante más de un año, el caso Larrabure.

De pronto, usted cierra el cuaderno, levanta sus ojos agotados y me dice: “¿Sabe por qué hice todo esto? Porque yo pensaba entregárselo a él cuando estuviera de vuelta en casa. Yo nunca perdí las esperanzas. Nunca.”

Sí, en ese cuaderno enorme, de tapas brillantes, sólo está la historia cronológica de su drama.

Pero la otra, la verdadera, la que ni yo ni nadie podría jamás medir o comprender, está en su cara, señora. En sus ojos vencidos. En sus manos de dedos muy finos que tiemblan todavía a pesar de que Ud. no quiere, a pesar de que Ud. dice que hay que ser valiente y seguir, porque la vida es siempre un desafío en el que unos pierden y otros ganan.

A Ud. le tocó perder, señora de Larrabure.

Pero en las cabriolas finales de todo destino usted sabe, usted presiente en medio de su desgarrante vacío, usted incluso me lo dijo, que está segura que nada es en vano. Que todo sirve y es útil.

Y agregó una palabra que yo creí que usted jamás pronunciaría, a partir de ahora. Usted miró a sus dos hijos, miró su nuevo y silencioso departamento de Buenos Aires, hizo un balance de las cosas, las distinciones y los recuerdos, me miró a mí, y finalmente dijo la palabra FE.

Quizás solamente por eso, por esa única palabra, dicha por usted, puede significar a mucha gente, es que esta nota que usted no quiso, que negó durante mucho tiempo por razones que todos respetamos, tiene sentido.

Este párrafo no es para usted. Por favor, no lo lea. Es para mí y para los lectores. Para rescatar cosas del olvido. No lo lea. Le prometí no revolver el pasado, no asomarme a hechos aberrantes, no recordar detalles que todavía le hacen a usted mucho daño. No quiero que piense que estoy faltando a mi promesa.

Para nosotros sí puede resultar útil volver hacia atrás. Para usted ya no.

Argentino Del Valle Larrabure tendría hoy 43 años. Los cumplió el 6 de junio, en cautiverio. Nació en Tucumán. Fue el séptimo hijo varón, por eso le pusieron Argentino. En 1959 ingresó a la Escuela Superior Técnica del Ejército, donde siguió estudios de ingeniería. En 1965 se recibió de Ingeniero Químico Militar. Durante dos años perfeccionó su especialidad en el Instituto Militar de Ingeniería de Brasil. Desde entonces ocupó el cargo de subdirector y jefe de producción de la Fábrica Militar de Villa María, Córdoba.

En la madrugada del domingo 11 de agosto de 1974 un grupo extremista intentó copar la fábrica. Secuestraron al entonces mayor Argentino del Valle Larrabure, subdirector del lugar. Desde ese momento – salvo espaciadas y dramáticas cartas a su familia – nunca más se volvió a saber de él.

En el mediodía del 23 de agosto de 1975 – más de un año desde su secuestro – un grupo de chicos que jugaba en un baldío de Rosario, descubrió en un zanjón una enorme bolsa de polietileno atada con sogas.

Dentro de la bolsa, estaba – congelado, golpeado, deshidratado y torturado – el cadáver de Argentino del Valle Larrabure, que había ascendido a teniente coronel durante el cautiverio.

Algún tiempo después – levantado el secreto del sumario judicial – pudieron conocerse detalles estremecedores de este verdadero martirologio.

Durante esos 372 penosos y desesperante días, Larrabure fue obligado a sobrevivir en un precario cajón sin ventilación. Un hueco de dos metros de alto, 1,10 metro de largo y sólo 60 cm. de ancho. La humedad del sótano agravó su vieja afección asmática. Perdió 40 kilos de peso. Para no enloquecer inventaba crucigramas o fórmulas matemáticas y hasta llegó a escribir alguna poesía.

En este verdadero infierno a Larrabure no se le ahorró absolutamente ningún sufrimiento. Alguien dijo que lo que soportó en esos 372 días puede ser definido como “un catálogo del horror”.

No obstante, horas antes de morir, el 19 de agosto de 1975, alguien que ocupaba la celda vecina oyó como, en medio de una fuerte tos, Larrabure rezaba. Alguien que ocupaba la celda vecina oyó finalmente como Argentino del Valle Larrabure, cantaba el Himno Nacional.

Después de esto todo fue silencio.

Para siempre.

Su nombre completo, me dijo, es María Susana de San Martín de Larrabure. También me dijo que es porteña, que tiene 43 años, como su marido, que él la protegía mucho porque su salud había sido precaria durante un tiempo.
Usted ahora está sentada en este luminoso living aún sin cortinas.
Tiene una simple pollera de jean azul, una remera y una cadenita en el cuello, con la que juega permanentemente mientras habla, a lo mejor, para darse ánimos. Cuando Alfieri le sugirió la primera foto, usted pidió unos minutos para arreglarse. Eso nos gustó a todos, señora de Larrabure. Le gustó a su hija, María Susana, que tiene 19 años. Le gustó a su hijo, Arturo Cirilo, que tiene 16. Porque cuando usted regresó al living con su pelo arreglado, sus lindos claritos, sus labios con un poquito de color, usted era la imagen de una mujer que no se daba por vencida a pesar de todo. La imagen de una mujer que no se va a entregar nunca. Por eso nos gustó.

Ahora ha cambiado su enorme cuaderno de tapas brillantes por un viejo álbum de fotografías.
En ese álbum todo está en orden, como lo estuvo su vida hasta esa madrugada del 11 de agosto de 1974. Adelante, las fotos del casamiento. Algunas fotos tienen gracia, señora, y se lo comentamos. Usted hasta sonrió, o nos pareció a todos que sonrió, pero estoy segura que algo cambió en la expresión de sus ojos. Y también se puso un poco colorada cuando le comentamos lo “audaces” que eran algunas fotos donde usted se besaba con su novio.

- Estuvimos tres años de novios. Cuando nos conocimos yo tenía 19 años. El era cadete. La primera vez que nos vimos fue en un “asalto” en casa de una amiga mía. A mí no me gustaban para nada los militares. Por eso ni me fijé en él. Pero me empezó a conquistar con su galantería, su tremendo romanticismo, su gran generosidad. Era un hombre limpio ¿sabe? Un hombre sano, que jamás se atrevió a pensar mal de nadie. Se entregaba con alma y vida a la gente. Le encantaba recibir, organizar fiestas, preparar grandes comidas, con el temor de que las cosas no alcanzaran. “¿Te parece Marisú que será suficiente?”, me decía. Y resulta que al terminar la fiesta la comida servía para el día siguiente y para el otro día también.

Ahora están todas las fotos de la luna de miel en Mar del Plata. A él todos le decían “el Vasco”. Usted me lo dijo varias veces, e incluso así firmaba las pocas cartas que pudo enviarle desde el cautiverio. A él le decían “el Vasco” y a usted “Marisú”. El Vasco era fanático de Vélez Sarsfield, apasionado por Reutemann y por Copello. La última vez que jugó al fútbol fue en la tarde del sábado 10 de agosto de 1974. El Vasco jugaba en la defensa y su hijo Arturo jugaba en el ataque. También le gustaba cantar. Hasta llegaron a formar un conjunto que se llamó “El cuarteto de los 4 L”, porque ese era el auto que tenían entonces. Su hija María Susana tocaba la guitarra.

“Mi marido, mi hijo y yo cantábamos. A mí marido le gustaba especialmente cantar “Luna Tucumana”, “La manogasteña” y “Gurisito costero”.Tenía buena voz, ¿sabe? Tenía buena voz. Recuerdo que durante esos dos años que pasamos viviendo en Copacabana, en Brasil, no había argentino que llegara allí que no estuviera al día siguiente en casa tocando la guitarra o cantando”.

Pero volvamos a su luna de miel. Fotos en la playa, los dos en traje de baño. Fotos caminando por la Rambla. Humorísticas fotos posadas al lado del tren que usted le sacó a él y él la usted.

“Nos casamos el 8 de diciembre de 1955 en la Iglesia Castrense. Después nos fuimos diez días a Mar del Plata. Ahora todo esto cobra gran importancia para mí. Ni se imagina usted cuántas veces me detuve en esta o en aquella foto. Me parece mentira que todo esto no se vuelva a repetir más. Nunca más. El, precisamente, que era un hombre tan vital, tan estudioso, tan buen padre, tan excelente marido. En la fábrica de Villa María había 800 empleados. Todos eran amigos de mi marido. Todos lo respetaban y lo querían. Nunca conoció el miedo. Cuando los chicos le hablaban de miedo, él les contestaba: “¿Miedo? ¿Qué es eso? ¿Cómo lo representan ustedes al miedo? ¿Cómo lo dibujan, cómo lo simbolizan? No pueden. ¿Saben por qué? Porque el miedo no existe...” Y después tenía una frase que acostumbraba repetir: “Cuando el hombre pierde su dignidad, no es más un hombre”. Estoy segura que fue coherente consigo mismo hasta el final. Que no se doblegó, no se entregó, que resistió con tozudez. Estoy segura...

Hace mucho tiempo que usted ya no prestaba importancia al viejo álbum de fotos, señora de Larrabure. Hace mucho tiempo que usted, adentro, luchaba entre la impotencia, el dolor, la injusticia y el sentido cristiano que Argentino del Valle Larrabure le enseñó. Porque releo, señora, un párrafo de la carta que su marido le envió el 22 de octubre de 1974: “No bajés la guardia, Marisita, y seguí adelante. Nita y los chicos te ayudarán. Podrás continuar conduciendo la familia. (...) No olviden mi mensaje: Aunque suceda lo peor no deben odiar a nadie. Devuelvan la bofetada poniendo la otra mejilla...”

Cuando hace un rato yo dije que este mediodía melancólico estaban aquí solamente usted y sus hijos, no dije toda la verdad. Porque también estaba, como siempre –ausente pero haciéndose sentir- Nita. Cuando yo le pregunté a usted quién era Nita, usted tardó en contestarme. Usted pensó y dudó. Está bien, la entiendo. A veces las palabras, las denominaciones, no son justas. Porque decir que Nita es la mucama es empequeñecer una relación sólida y linda con esta mujer que lleva ya 11 años al lado suyo, y cuyo hijo de 10, Jorgito, es ahijado de ustedes, y un poco la debilidad de su marido.
Sí, Larrabure tenía razón. Nita y sus hijos la van a ayudar. Y muchos más, señora. Sus amigos que ahora la sobreprotegen. Los compañeros de arma del Vasco que hoy siguen luchando –y también arriesgando- por los mismos ideales. Y cualquier argentino, señora, cualquier argentino que hoy opina como usted que la vida es siempre un desafío en la que unos pierden y otros ganan.
Lo terrible es que no se puede saber cuándo. Ni quién. Ni por qué.
Acaso por eso esta lucha desigual sea más heroica.

A usted le duele la palabra VIUDA. Usted entiende a la viudez como un estado difuso en el que el vacío y la responsabilidad le acechan permanentemente. Para usted esa palabra es una pesada carga. Usted me dijo:
- Es duro seguir viviendo. Es duro seguir llevando adelante este hogar. Mi marido tenía una gran autoridad sobre los chicos. Mis hijos no están en una edad muy fácil. Son muy buenos, pero tienen 19 y 16 años. Mi marido podía manejarlos sólo con una mirada. Y hoy se siente en esta casa la ausencia del padre. Quiero decir, la ausencia física, porque espiritualmente nunca se fue de acá. Pero creo que hoy más que nunca a mis hijos les hace falta la autoridad del padre... El les daba buenos consejos, siempre que ellos se lo pedían. Era un hombre mentalmente muy joven. Comprendía muy bien los problemas de estos tiempos, y a la juventud de estos tiempos. Los chicos siempre tenían una palabra muy de ellos para definir a su padre: “Es un hombre repiola”. Repiola. Es cierto. El siempre se daba cuenta cuándo le estaban mintiendo. No los reprendía. Los escuchaba hasta el final, y después les decía, muy serenamente: “¿A papá con eso?”. Y terminaban todos riendo juntos, y los chicos diciendo la verdad... Sí, es muy duro ahora seguir sola con una familia, con una casa..., es una prueba durísima la que Dios me ha dado. Sólo me mantiene en pie la idea de que va a servir para algo. De que va a tener sentido finalmente..., de que tanto, sacrificio, tanto dolor, tanto desgarramiento, tanto tremendo vacío como nadie se puede imaginar, es como una semilla..., mañana florecerá en paz, en alegría, en tranquilidad para todos. Y mi marido va a poder ver su obra. Su pequeña contribución al lado de los otros tantos que cayeron como él. Porque mi marido, seguro está al lado de Dios, y al lado de los justos. Al lado de los justos. Él precisamente, que soportó una incomprensible injusticia..., una injusticia espantosa. Dios me tiene que ayudar a no odiar...

María Susana trae ahora café. Usted, señora, se levanta y va hasta su cuarto. Se amuralla en su pudor porque ud. no quiere llorar delante nuestro. Usted quiere poder ser fuerte. Y lo es. Sólo que el aprendizaje es largo, señora, es largo y difícil para todos. Y tal vez esas lágrimas que ud. no se permite exhibir delante nuestro sean una prueba.
- La última vez que lo vimos se había puesto un traje con chaleco azul marino, una linda camisa nueva blanca con guardas y una corbata azul y colorada que se la eligió la hija. Es que íbamos a una fiesta. Una gran fiesta en el casino de oficiales de Villa María, donde despedíamos a los ingenieros que se iban y dábamos la bienvenida a los que llegaban para trabajar ahí. Mi marido estaba muy elegante ese sábado. Según el, yo también. Yo me había puesto un vestido largo de brocato dorado que había estrenado para la fiesta de los 15 años de María Susana. Antes de salir mi marido le dijo a los chicos:”se va la parejita mas linda e impactante de toda la fiesta...” les hizo bromas a los chicos sobre que últimamente salían demasiado, entre las risas se perfumó con su colonia preferida, Bond Street, y salimos. En los puños llevaba una gemelos muy antiguos de zafiros y brillantes que yo heredé de mi padre, Arturo Manuel de San Martín, un excelente médico de niños. Mi marido era muy amigo de mi padre. Lo admiraba mucho. Mi padre también murió. Era la primera vez que mi marido se ponía esos gemelos, tanto era lo que los cuidaba. Lamentablemente nunca los volví a ver, nunca me los devolvieron, como tampoco me devolvieron la cadena y la cruz de oro que llevaba en el cuello y que se la había regalado un sacerdote de la Universidad Católica donde mi marido daba clases de química... lo único que me devolvieron fue el anillo de oro de su promoción como ingeniero militar, ese anillo cuadrado al que llaman (el raviol), y la alianza. También algunas cosas que el escribió en el cautiverio. Una poesía, unas formulas matemáticas...

Nada –salvo sus palabras- parecen habitar, señora, este living por donde todavía entre el sol. Nada, salvo sus palabras y el silencio respetuoso de sus hijos. Yo no sé para quién está usted hablando ahora. Pero es lindo oírla con su voz apagada, su voz sin resentimientos que recorre hacia atrás el camino que arribará al último adiós, al último momento de orden de su vida.
- La fiesta, en efecto, fue muy linda. Fue a eso de la 1 de la madrugada cuando entraron. ¿Usted cree en las ironías? ¿Sí? Pues ¿sabe cuál era la música que estaban pasando en ese momento? La música de la película “El golpe”...Entraron por dos puertas, a cara descubierta. La que dirigía la operación era una mujer, enérgica, decidida. “La fábrica está totalmente copada –nos dijeron- ; si se quedan quietos no les va a pasar nada. Pero si se mueven va a ocurrir lo de Azul...” Preguntaron por el teniente coronel Guardone, director de la fábrica; por el mayor Larrabure y por el capitán García, otro ingeniero químico. Al resto nos hicieron tirar al suelo, boca abajo. El soldado que estaba al lado mío cuerpo a tierra hacía sonar sus botas contra el suelo. Estaba temblando. Antes de salir mi marido nos dijo, con increíble presencia de ánimo, “No se muevan. Obedezcan. No se asusten y hagan todo lo que les dicen...” Fue la última vez que lo vi. Fue la última vez que lo oí... Después empezó el calvario... Nos tuvieron una hora cuerpo a tierra y otra hora nos hicieron sentar. Nos pidieron las llaves de todos los autos...; yo pensaba en mis hijos. En Arturo Cirilo, que estaba en casa con Nita. Pero sobre todo en María Susana, que a esa hora justamente estaría por llegar del centro de Villa María con sus amigos. Ella había ido a bailar a una confitería del centro, que estaba a 8 kilómetros de la fábrica. Y exactamente a las 3 de la mañana llegó. Menos mal que ya en la puerta le explicaron lo que había pasado. Le vino una crisis nerviosa. Salió corriendo y gritando: “Papito querido... papito querido...”

El sol ya casi no entra por los ventanales de este departamento, señora, y su cuerpo diminuto, frágil, se pierde casi en el extremo del sillón, muy cerca de mío. Me pide un cigarrillo. “Estoy fumando demasiado últimamente”, me dice. Pero usted quiere seguir hablando. A usted, ahora, le hace bien hablar. Por eso no la interrumpimos.
“Un mes después recibimos la primera carta. Decía septiembre de 1974, pero no el día. Era una carta tan larga, decía que lo trataban caballerescamente y que su asma estaba bien. Me quedé un poco más tranquila. La segunda vez que tuvimos noticias de él fue el 15 de octubre, cumpleaños de María Susana y cumpleaños también de la mamá de él, Carmen Conde de Larrabure.
En esa carta él se preocupaba mucho por el estado de salud de su madre. Lamentablemente mi suegra murió pocos días después, el 28 de octubre de 1974. Pero nunca se llegó a enterar de lo que le había pasado al hijo. En una solicitada que yo publiqué en los diarios para que él la leyera le informé que su mamá había muerto sin sufrimiento...La última carta que recibí tiene fecha 12 de julio de 1975, casi un mes antes de su muerte. Esa carta terminaba así:”Espero encontrarnos pronto”.
Quiere decir que él, como nosotros, no había perdido las esperanzas. Quizás por eso el final es más incomprensible.”

Ud. ya no llora. Ya no se levanta para refugiarse en el pudor. Ud. está ganando minuto a minuto ese arduo aprendizaje de mujer fuerte. De mujer que está aprendiendo a no odiar.
- “Mi marido era un hombre brillante, inteligente, con gran capacidad para relacionarse con la gente, con los operarios de la fábrica. El se había especializado mucho en pólvora y explosivos. Pasaba su vida estudiando. En Brasil se recibió en Master en Química. Le gustaba mucho también la petroquímica. La tesis por la cual recibió el doctorado fue: “Estudio de nitración de la celulosa utilizando agentes nitrantes no clásicos”. Le gustaba también la docencia. Los lunes, martes y miércoles daba clases de química y de química atómica en el Instituto Gabriela Mistral, de Villa María, un instituto privado dirigido por hermanas. En Brasil recibió una medalla al mérito y otra medalla como pacificador. Por eso yo creo que los que lo secuestraron trataron de sacarle algún secreto, alguna fórmula...Pero estoy segura de que no lo consiguieron. Que soportó todo el martirio en silencio. Ahora, a mí me queda por delante la vida sin él. La vida con mis hijos aquí en Buenos Aires. A nosotros no nos gusta Buenos Aires. Ya nos habíamos acostumbrado a la vida tranquila de provincia. En esa vida uno conoce al que se sienta al lado, al que pasa por la puerta. Pero me tuve que venir a Buenos Aires y dejar mi linda casa de Villa María para que la ocupe otro. Me quedaré aquí. Mis hijos están ubicados en los colegios. Acá tengo hermanas. Y aquí, por lo tanto aprenderé a vivir la vida sin él. Ahora definitivamente porque hasta ayer me mantenía la esperanza. Yo nunca perdí la fe. Le voy a decir algo: yo sufrí más durante el cautiverio que cuando me enteré de su muerte. No sé si podrá entenderme. Pero cuando me enteré de su muerte y de todo lo que había sufrido hasta su muerte...sentí algo parecido al alivio...No sé si podrá entenderme...sentí que él no sufría más, que ya estaba por fin al lado de Dios, al lado de los justos. Que su misión había terminado. Que ahora sí comenzaba la mía. La misión de aprender a vivir sin él, de vivir para mis hijos, mañana para mis nietos; quizás la misión de muchas mujeres en distintos puntos del mundo, sólo que, le juro, es bastante difícil seguir de pie cuando le toca a uno...”

Ahora que no estoy más en su casa, señora de Larrabure, ahora que estoy por terminar esta nota y que tengo al lado mío algunas cosas muy valiosas, algunas cosas irreemplazables de su marido que usted me confió, quiero decirle que sé lo que va a hacer usted cuando aparezca esta nota. Usted va a correr hasta el cuaderno pulcro, de tapas brillantes, lo va a abrir en las últimas páginas vacías que quedan y va a pegar prolijamente este intento mío por describirla. Por favor, no lo haga. Tome otro cuaderno, escriba en la tapa muy grande, MARIA SUSANA DE SAN MARTÍN DE LARRABURE, y pegue, sí, este desordenado trabajo.

A lo mejor va a ser el único. Tal vez ésta es la primera y la última nota que aparece sobre usted. Pero en las hojas en blanco que quedan va a tener lugar para anotar día a día, minuto a minuto, lo que siente entre dolor y tanteos, una mujer que está aprendiendo a vivir sola.

Aprendiendo a vivir sola y ser fuerte.

No lo olvide.


DETRÁS DE LA ESCENA

No es fácil. No es fácil golpear la puerta de la casa donde vivió, amó y fue feliz un hombre que de pronto fue arrancado de esa casa, de al lado de su mujer y de sus hijos, encerrado, torturado y asesinado después de un calvario que duró un año. Varias veces tocamos en la revista el caso del mayor Argentino del Valle Larrabure. Y ahora llegó el momento de golpear la puerta de su casa. No es fácil tampoco describir los sentimientos de Renee Sallas y del fotógrafo Ricardo Alfieri frente a esa puerta, delante de la viuda de Larrabure, delante de los hijos de Larrabure. Sin embargo, cuando los protagonistas de una tragedia mantienen viva la fe, la dignidad, el coraje, las cosas se hacen milagrosamente más sencillas. La reiteración del tema – que no nos preocupa, porque ese tema nos duele todavía y nos dolerá siempre – nos permitió justamente ese descubrimiento: comprender que esa mujer y sus hijos siguen adelante, que la vida continúa para ellos, que están golpeados, pero no derrotados. Es difícil golpear ciertas puertas, sí. Pero vale la pena golpearlas más de una vez. Porque detrás suele haber un ejemplo que nos sirve a todos.

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