Una visión desde afuera
Argentina: El país de la adolescencia crónica
Por Alejandro Gómez
El presidente argentino Néstor Kirchner utilizó todas las herramientas que históricamente el peronismo desarrolló para la lucha por el poder. Aceleró todo lo que pudo la disolución de la oposición, captando radicales despistados para incorporarlos a su movimiento, logró que el Congreso, una vez más, dejara el papel de control que le marca la Constitución para ser un apéndice del Ejecutivo, marginó a la prensa con algún sentido crítico y, superando al fundador del movimiento, hizo del poder un bien ganancial colocando a su esposa, Cristina Fernández, en la candidatura presidencial, a través de una interna donde solo votó él.
Después de que el presidente Eduardo Duhalde hiciera el trabajo sucio del ajuste y la devaluación, Kirchner tuvo una excepcionalmente favorable coyuntura económica internacional. La enorme demanda de materias primas por parte de China y Estados Unidos engrosó las reservas argentinas a través de las retenciones a las exportaciones del agro.
El país tuvo crecimiento económico pero no desarrollo. Es decir, se pudo usar dinero para que los subsidios crearan la ilusión de cierta prosperidad y consumo pero no se generaron empleos duraderos ni se modificó la escandalosamente injusta distribución de la riqueza.
Argentina presta más atención a los discursos que a los hechos y, acorde con esto, el gobierno nombró funcionarios con estilo de gangas para amenazar a los comerciantes y productores. También intervino el Instituto Nacional de Estadísticas y Censos (INDEC) que se empecinaba en aproximar los números de la inflación a la realidad más que al discurso.
Desde el año 1945 los argentinos se acostubraron a vivir con inflación, primero financiada con emisión monetaria hasta el estallido hiperinflacionario de 1989. Luego, a través del endeudamiento que sostuvo la paridad uno a uno con dólar en la década de Menem y Cavallo, hasta la crisis terminal que le costó el gobierno a Fernando de la Rúa. Se entiende que Kirchner y los suyos monten en cólera cuando alguien, como el presidente del Banco Central, se anima a decir que la inflación lo preocupa.
Pero el crecimiento vino del exterior y el enfriamiento de la economía mundial más la recesión que amenaza a Estados Unidos pueden terminar con la época de vacas gordas y volver a las crisis recurrentes del último siglo.
Todo esto ha vaciado de contenido a la política y cada vez más vedettes, artistas, cantantes, deportistas, generales genocidas, comisarios torturadores, empresarios y demás, engrosan las listas de candidatos a cualquier cosa y a veces logran una victoria.
Los políticos abandonan sus partidos y forman nuevos movimientos minoritarios con nombres poéticos. El electorado de la ciudad de Buenos Aires, supuestamente el más calificado del país, optó por el cambio votando a Mauricio Macri para jefe de Gobierno, un empresario ligado a un poder económico de rapiña, alérgico al pago de impuestos y al cumplimiento de las leyes.
Es casi imposible que Cristina Fernández no gane la elección presidencial del 28 de octubre próximo. Pero también es muy probable que no tenga tiempos tan buenos como su esposo, a quien no podrá hechar la culpa de la ''pesada herencia recibida'', como es habitual en estos casos. La inflación y la crisis enérgetica están al acecho y personajes como el líder sindical Hugo Moyano, dueño de una fortuna tan grande como inexplicable, velan las armas para disputar el poder apenas el kirchnerismo comience a debilitarse.
Roto el bipartidismo y el sistema político el peligro de que aparezca un Hugo Chávez no es algo que se pueda descartar facilmente, en un país donde las lealtades son precarias y sujetas a contraprestaciones.
Carlos Gardel cantó un maravilloso tango que decía hoy un juramento, mañana una traición/amores de estudiante/flores de un día son. Describía ese ir y venir de la adolescencia donde se pasa de un extremo al otro sin explicaciones lógicas.
Todo indica que la Argentina, país adolescente desde 1930, seguirá suavemente su decadencia entre juramentos, traiciones y discursos, muchos discursos.
Fuente: El Nuevo Herald (Miami)
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