jueves, 30 de abril de 2009
QUE NOS GOBIERNA ???
Qué clase de gente es la que nos gobierna?
Pese al negativo escenario económico los depósitos se han mantenido sin grandes alteraciones, lo que lo otorga a la autoridad monetaria mayor espacio para su estrategia cambiaria.
Por Andrés Malamud
De la edición impresa
Las personas se dividen en cuatro grupos: los inteligentes, los estúpidos, los crédulos y los bandidos. La clasificación pertenece a Carlo Cipolla, un gran historiador italiano cuyo humor no era inferior a su conocimiento.
Cuando observamos la política cotidiana creemos encontrar a dos de estos grupos: los crédulos, que pueblan los padrones electorales, y los bandidos, que integran las listas de candidatos. Sin embargo, diría Cipolla, si esta imagen fuera fiel a la realidad estaríamos mucho mejor. El problema son los estúpidos. Los cuatro grupos se definen en función de que sus acciones beneficien a los demás o a sí mismos.
Los crédulos actúan de forma altruista, favoreciendo a otros a costa de su propio perjuicio. La acción de los inteligentes, en cambio, los beneficia a ellos pero también a los demás. Los bandidos damnifican a otros con tal de obtener provecho propio. Los estúpidos, por fin, son los más peligrosos: perjudican a los demás pero sin obtener con ello ninguna ventaja, o incluso embromándose en el camino.
La investigación histórica le permitió a Cipolla establecer una serie de leyes fundamentales respecto a la estupidez humana. La primera afirma que el número de estúpidos en circulación es siempre e inevitablemente subestimado. La segunda es profundamente democrática: la probabilidad de que una cierta persona sea estúpida es independiente de cualquier otra característica de esa persona. En otras palabras, hay gente de este tipo en cualquier grupo étnico, sexual o partidario y en todos los niveles de riqueza, cultura y gobierno. Leyes ulteriores indican que asociarse con personas de esta característica termina siempre mal, porque el estúpido es peor que el bandido. La diferencia reside en que el segundo está consciente de su condición, y por lo tanto puede ser disuadido de provocar perjuicio.
El impacto de la estupidez aumenta a medida que su portador se eleva en la pirámide del poder. Y tal elevación, señala el estudio, es más frecuente en las sociedades en decadencia, pero no porque haya mayor cantidad de estúpidos (ya que ese número es constante) sino porque su activismo se incrementa en el mismo grado que la permisividad ajena. ¿Cómo podemos saber cuando un político es bandido o estúpido? (ya que si fuera inteligente no habría que preocuparse y si fuera crédulo no sería político). Es difícil darse cuenta por anticipado.
Pero es factible evaluarlo a posteriori para, aprendiendo de la experiencia, evitar reiterarla. Y, dado que la dirigencia argentina se mantiene homogéneamente fiel a la tradición de perjudicar a los demás, deberemos considerar estúpidos a aquellos representantes que se hayan infligido un daño mayor que el beneficio recaudado.
El objetivo individual de los hombres públicos –exceptuando pulsiones más freudianas que no vienen al caso– puede sintetizarse en dos palabras: fama y dinero. Esto incluye a los hombres rectos que entienden a la fama como consecuencia colateral de sus buenas acciones y al dinero como un medio para hacer el bien. La capacidad de enriquecerse y pasar a la historia, evitando mientras tanto la prisión, puede considerarse entonces como el dictamen final sobre la naturaleza de un político.
¿Cuántos presidentes, en las últimas décadas, superaron esta prueba? ¿Cuántos pueden caminar por la calle, aupados por el calor popular, y declararse satisfechos con lo que ganaron o lo que legaron? Si la respuesta es pocos, el diagnóstico es estupidez. Dejemos entonces de culpar a los bandidos: con ellos, inferiría Cipolla, estaríamos mejor.
© Copyright 2003 - 2009 El Economista - Ciudad Autónoma De Buenos Aires - Argentina - » Contacto | Desarrollo SCh diseño
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
No hay comentarios:
Publicar un comentario