domingo, 27 de diciembre de 2009

MAQUILLAJE


El Tribuno - 27-Dic-09 - Opinión

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El maquillaje y la verdad

por Pepe Eliaschev

Es bueno que el fin de año encuentre a la Argentina relativamente desprovista de calamidades, ya que el país ha tenido mucha turbulencia estos años como para no agradecer una Navidad serena, o bastante serena.

Con el matrimonio en su dorado refugio del Calafate (algún día tendremos un cálculo exacto de cuántos miles de kilómetros cubrió la flota oficial y paraoficial desde 2003 hasta el final del mandato, para llevar y traer a unos presidentes que insisten en que las arcas públicas financien sus caros gustos), la ocasión es propicia para diagramar algunas conclusiones del 2009 que agoniza.

Por más que siga insistiendo en que no perdió, Néstor Kirchner padeció un bruto revolcón en las elecciones del 28 de junio.

Caso único en toda América Latina, el matrimonio adelantó la fecha de los comicios "porque el mundo se caía a pedazos", pero le salió el tiro por la culata.

Además de perder en todas las ciudades grandes del país (Buenos Aires, Rosario, Córdoba, Mendoza, Mar del Plata, Bahía Blanca), el oficialismo fue batido en la provincia de Buenos Aires.

Fue un resultado incontrastable y a los números se le agregó la vergüenza insultante de las candidaturas "testimoniales" de los funcionarios arrastrados al abismo por los Kirchner.

Tampoco pueden olvidarse casos de bochorno explícito como la penosa comedia de la septuagenaria Clotilde Acosta (Nacha Guevara), empinada por los Kirchner al tope de la lista bonaerense, para que hiciera campaña disfrazada de Evita, terminando en un elocuente abandono de la banca "ganada".

Consecuencia directa de los resultados del 28-VI, el 10 de diciembre se posesionó un Congreso fuertemente renovado, con un muy superior peso específico de la oposición, ahora decisivo, sobre todo de cara al período que debe culminar con las elecciones presidenciales de octubre de 2011.

La Argentina atravesó la fase más dura de la contracción económica global afectada como casi todos los países, pero al debilitamiento mundial este país le añadió su propia e inexcusable cuota de errores, desmesuras y pifias.

El Gobierno ni quiso ni supo retornar de su feroz embestida contra el campo y lo que sucedió tras aquella ofensiva contra "la oligarquía terrateniente" ha sido triste aunque previsible.

La Argentina es hoy más soja-dependiente que nunca y se ha retrocedido gravemente en materia de carne vacuna, trigo y maíz.

Los daños que una estrategia fiscal pedestremente confiscatoria han hecho a la economía nacional fueron absurdos y estériles.

Nada serio ni progresista emergió de aquellos manotones al campo, que eran puro castigo, derivado de una combinación letal.

El Gobierno se manejó con un apetito fiscal desaforado, lo que se unió con un rancio rencor ideológico, cuyas raíces se hunden en el mundo de valores de los años 60 y 70. Ese paquete arcaico no ha aportado nada bueno para el país, ya que fue un signo revelador del estéril capricho de las confrontaciones que distingue al grupo que gobierna desde mayo de 2003.

Lo que hoy se advierte es que la Argentina se desmarca ya no sólo de las más serias y consolidadas democracias del mundo. No es que este país no se parezca en casi nada a Canadá, Nueva Zelanda o Noruega, y tampoco es un pecado que la Argentina en nada se asemeje a Holanda, Australia o Suecia.

El fenómeno primordial es que la Argentina se va distanciando de sus propios vecinos sudamericanos, muchos de ellos que son hoy mucho más que nosotros en materia de previsibilidad jurídica y continuidad institucional.

El caso de Brasil, Chile y Uruguay es elocuente. Los chilenos son un país que, más allá de que sea Sebastián Piñera o Eduardo Frei el presidente que elijan en el balotaje de enero, tiene un rumbo, unas normas y un marco que nadie ni nada alterarán en el corto y mediano plazo.

Brasil, ya definitivamente consagrado como potencia mundial y la principal nación del hemisferio al sur de los Estados Unidos, tampoco cambiará tras las elecciones de 2010, gane el opositor José Serra o la oficialista Dilma Roussef.

Mismo caso que el de Uruguay, donde José Mujica asume en marzo para proseguir con la hegemonía hoy indisputable del Frente Amplio, una coalición de izquierda que ha sabido gobernar con inteligente eficacia, admirable honestidad y ejemplar austeridad.

La Argentina luce hoy más ruidosa y arcaica que nunca en el marco del propio contexto sudamericano.

Mientras el matrimonio volvía a pelearse con los Estados Unidos por una soberbia tontería, el presidente Lula de Brasil se convertía, en la cumbre de Copenhague sobre cambio climático, en el principal socio de Barack Obama, en un impresionante nivel de igualdad entre iguales.

Enojada y enojosa, obsoletamente antinorteamericana, la Argentina de los Kirchner atrasa y eso se ve. La manipulación oficial de la Justicia federal y los episodios de corrupción que salpican al oficialismo son protagonistas predominantes de la escena política argentina, algo que no sucede solamente desde 2003, claro, pero que parece haber alcanzado cotas de gravedad sin precedentes en estos años.

En este sentido, la funcional exculpación que hizo el juez Norberto Oyarbide del matrimonio y su formidable enriquecimiento desde que se instalaron en la residencia de Olivos, es un símbolo de la época. Expeditivo y blindado a toda sospecha legítima que suscita su inconfundible cordialidad para con el Gobierno, Oyarbide ha revelado con elocuencia por qué se lo considera "vulnerable" desde que en 2001 se lo denunció por ser cliente de un burdel gay de Buenos Aires, al que él -supuestamente- habría protegido.

Nada hará que le complique su vida privada, sobre todo si eso implica molestar al poder político. Su carrera fue salvada en aquella época, cuando fue sobreseído por un Senado que lo ayudó a capear el temporal.

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