lunes, 25 de enero de 2010
PSEUDODEMOCRACIA
-Las pseudodemocracias
Por Marcelo Gioffré
www.notiar.com.ar
En derecho político se clasifica a los gobiernos como democráticos, aristocráticos o monárquicos según gobierne todo el pueblo, unos pocos o uno solo. Se ha dicho que las deformaciones de estos tres sistemas son la demagogia, la oligarquía o el despotismo.
Escribí recientemente un artículo en el diario La Nación (Turnos generacionales, 28/8/2009) en el que alertaba sobre la necesaria distinción entre nuestros gobiernos latinoamericanos y los verdaderos despotismos. Lo hacía a propósito de algunas declaraciones de políticos exaltados que confundían a Kirchner con Ceaucescu o a Chávez con Stalin.
En la actualidad, en la Rusia de Putín, cuando un periodista molesta lo asesinan. Eso es un gobierno despótico o totalitario. Claramente Ceaucescu, Stalin, Hitler, Mussolini, Fidel Castro, Trujillo, Videla, Idi Amin, Pol Pot o Hussein han sido dictadores despóticos. Putin lo es. El argumento piadoso que esgrimen para serlo es que el establishment y el mercado gobernarían el país para alimentar sus propios intereses y que ellos vienen a intervenir en nombre del pueblo.
Pero si no son dictadores, ¿qué son entonces Chávez o Kirchner? Por lo pronto el argumento es el mismo: ellos se ven obligados a cometer atropellos (no dicen en rigor que sean atropellos, usan otros eufemismos) porque si no el establishment o el mercado pasa por arriba al pueblo.
Chávez acaba de cumplir su segundo paso con el medio opositor Radio Caracas Televisión Internacional (RCTVI): en 2007 no les renovó la licencia para actuar en frecuencia abierta, por ser opositor; este último fin de semana, hizo desaparecer la señal también de los canales de cable por los que emitía. Lo hizo mediante un mecanismo indirecto, obligó a las operadoras de cable a sacarlo del aire. El argumento fue que Radio Caracas se negó a emitir una cadena nacional.
Ya conocemos de sobra la forma de actuar de Kirchner. Ahora en apariencia ha emprendido una cruzada contra Telecom. Con la misma furia actúa contra Clarín, actuó así contra La Nación al iniciar su gobierno, manipuló la designación de directivos en distintos medios, se apropió de cadenas, puso a testaferros al frente de varios multimedios, sacó de Radio del Plata a Nelson Castro, creó C5N (supuestamente privado) o a Encuentro (supuestamente público) para promocionar sus actividades oficiales, se burló de un periodista del Grupo Prisa en una conferencia de prensa, se apoderó del fútbol para pasar propaganda oficial a piaccere durante los partidos, etc.
Hay, empero, dos diferencias con una dictadura en sentido estricto. Por ahora no usa de modo explícito la violencia física. Es verdad que la usó cuando mandó a D’Elía a desalojar la Plaza de Mayo, o cuando mandó a los camioneros de Moyano a obturar la salida de las estaciones Shell, pero no ha abusado de ese recurso. El segundo rasgo diferencial es que aún existe un Poder Judicial (aunque no podríamos afirmar que es completamente independiente) que pone ciertos frenos.
Sin embargo, no siendo una dictadura, está claro que gobiernos como los de Chávez o Kirchner no son en rigor democráticos. Lo acaba de decir la propia presidenta, en una conferencia de prensa. Según ella, el Poder Judicial se equivoca si no falla a favor de los intereses del Estado.
En efecto, hizo una distinción entre gobierno y Estado y sostuvo que el juez no debe fallar a favor del gobierno, pero sí del Estado, del que el Poder Judicial es una de sus patas. El error no es trivial. La división de poderes existe justamente para que el pequeño individuo tenga una defensa frente al todopoderoso Estado, pero si el juez está obligado a fallar a favor del Estado cae una garantía fundamental. En la filosofía de la presidenta esa garantía no existe.
Frente a una dictadura está claro qué se debe hacer: luchar para que se termine. Hay incluso teorías en derecho político que avalan no sólo el derecho de resistencia a la opresión sino que llegan a admitir el tiranicidio. Es decir que cuando el Príncipe se excede y comienza a actuar sin ley o contra la ley, el pueblo empieza a tener derecho a rebelarse. Lo dicen los teóricos Suárez y Vitoria. Pero, ¿qué hacer con los supuestos que no llegan a ser una dictadura pero que entrañan una grave tergiversación de la democracia? ¿Qué hacer con los Príncipes que se aprovechan de la “debilidad” de la democracia para convertirla en una pantalla detrás de la cual cometen todo tipo de abusos?
En principio podría decirse que está el juicio político. Sin embargo, por la misma dinámica de este tipo de gobiernos, se torna impracticable, pues cuentan en general con un aparato publicitario y parlamentario que obtura el progreso de estos operativos.
Sin derecho de resistencia a la opresión, porque no son dictaduras, y sin juicio político, porque es inviable, ¿qué hacer? ¿Hay que permitir que avancen y dejen al pueblo a su merced? ¿Hay que permitir pasivamente que vayan expulsando a todos los jugadores, que vayan sacando de la cancha a todos los que se le oponen o molestan? El riesgo es que, una vez que se apropien de todos los medios de difusión, podrían ya manipular a placer los resortes del país.
La respuesta depende de cada pueblo. Un pueblo con una clase media potente encuentra la respuesta en su propia dinámica. No habrá una solución rápida, pero siempre habrá mecanismos para frenarlos.
En este sentido, la Argentina está dando al mundo una lección. Una jueza que frena el arrebato de las reservas del Banco Central, un economista que no se deja atropellar, un pueblo que se junta en Santa Fe y Callao para cacerolear, un sector productivo que se levanta contra una medida fiscal, un millonario que pone su fortuna al servicio de derrotar al Príncipe autoritario, una composición del Congreso que cambia lentamente, un Vicepresidente que se fastidia y reacciona, una Corte Suprema que empieza a demostrar cierta independencia. Hoy aquí, mañana allá, florecen límites.
Y la maduración del fracaso exige tiempo. Para que el Príncipe autoritario se vaya sin posibilidad de vuelta atrás, sin posibilidad de erigir un mito alrededor de su salida del gobierno, es necesario tiempo. Cuesta más, pero es más efectivo. Cuando los Kirchner deban abandonar el poder, los espera un largo purgatorio, no los espera la gloria de Perón en el exilio dorado, con caniches correteando alrededor y Pino Solanas haciéndole largas entrevistas, no sólo porque Kirchner no es Perón sino porque el pueblo argentino está aprendiendo dolorosamente que es preferible tomar el cáliz amargo hasta la última gota: purificarnos de una buena vez requiere cierto sufrimiento.
En pueblos como Honduras, donde la clase media no existe, la solución contra los Príncipes autoritarios llega (aun con todas las objeciones que esto merecería) por vías heterodoxas: la presión de factores de poder impropios como el ejército o la iglesia.
La pregunta es cuál es la vía en el caso de Venezuela, donde Chávez ya ha colonizado esos factores de poder y donde la clase media no es tan extendida como en la Argentina. Mientras la Argentina ve agonizar a los Kirchner, ¿viaja Caracas irremediablemente de la pseudodemocracia a la dictadura de un Calígula tropical?
marcelogioffre@fibertel.com.ar
Gentileza en exclusiva para NOTIAR
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