sábado, 30 de enero de 2010

EL CAMBIO INÚTIL


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El cambio inútil


Con la salida de Redrado, no acabarán los problemas para los K ante la aparición de conatos de rebelión en el PJ bonaerense. Pese a las críticas de Cristina, serán los fondos buitres los que ingresen al canje de deuda.

Por Roberto García


Nadie, en apariencia, le agradecerá a Martín Redrado los “servicios prestados” luego de renunciar, a última hora de ayer, a su cargo en el Banco Central, el mismo que no podía ocupar desde el pasado domingo por orden de Cristina de Kirchner (aunque un jurista puntilloso bien podría decir que la comisión a expedirse –Prat Gay, Cobos, Marconato– no reúne ciertas condiciones elementales, ya que los representantes de las provincias carecen de presencia en ella y nadie entiende cómo un tema de tamaña envergadura se resolverá postergando, otra vez, las condiciones federales que se atribuye la Argentina). Una formalidad la de los “servicios prestados”, aunque el furioso Gobierno, la oposición toda y, sin duda, la población quizás le deban reconocer a Redrado que, al dilatar la transferencia de reservas al Tesoro Nacional, se evitó un embargo masivo sobre esos fondos, vía el juez Griessa. En un país en el que se brinda cátedra sobre cómo no pagar las obligaciones, que es hábito no honrar las deudas, el aporte realizado por el controvertido titular del BCRA parece interesante.

Para el dúo Kirchner, cerrar el caso Redrado resulta imperioso. Hay encuestas (Giaccobe y asociados, por ejemplo) en las que al “golden boy” le reconocen que defiende más los intereses de la República que la propia Cristina, que es más confiable que Amado Boudou, que no es un “traidor” como dice el Gobierno y, sobre todo, mayoritariamente expresa que hizo bien en no entregar las reservas sin aprobación legislativa. Acostumbrados a determinaciones rápidas, casi violentas, inclusive algo improvisadas, el transcurso del tiempo y la no ejecución de los dos decretos del l4 de diciembre y del 7 de enero han sido una traumática indigestión. Casi dos meses de mal humor sin un laxante correctivo y con la irritación agravada de que, ahora, ya no deciden por su cuenta (no sólo en el tema reservas) sino que deberán soportar auditorías y, tal vez, repartir parte de los fondos que se imaginaban propios. Por lo tanto, quien mira hacia delante puede colegir que el tema de la inflación en el país puede recorrer cimas más altas que las conocidas hasta ahora en los períodos Kirchner. Finalmente, ciertos apoyos políticos vienen de la mano del pensamiento “un poco de inflación” no viene mal (con devaluaciones posteriores). Justo cuando uno podía imaginar que ya es hora de instalar en el Código, como delito, que deben ser punibles aquellos actos que desemboquen en alta inflación o en infradevaluaciones.

Nada será igual ya al pasado kirchnerista. Aunque el Gobierno disimule su debilidad y, seguramente, radicalice sus posiciones. Sea con actitudes de menor inclinación libreempresista o con la meta de despejar su entorno, catapultando de su sillón al vice Julio Cobos, hoy un poco conmovido por los últimos ataques en su contra (los Kirchner, Scioli, los titulares oficialistas de las bancadas, hasta líderes de la oposición). Nadie imagina un frustrado juicio político, como es el deseo del mendocino, tal vez una ofensiva tipo “él o yo”, dilema que podría encontrar al vice institucionalmente más sólo que al Redrado de hoy. Habrá quien encuentre comparaciones con Venezuela, que de un día para el otro se despojó del titular del Banco Central y del vicepresidente de la Nación, aunque otras sean las realidades y Hugo Chávez haya dejado de ser él –como confesó– para convertirse en el “pueblo”. Pavada de jactancia.

Del apoyo empresario y su vinculación con el sector, ahora la mandataria guarda reservas: de poco y nada sirvieron sus prometedores asados de fin de año y, menos, los respaldos formales para echar a Redrado. El Grupo de los 7 se canibalizó a tres o cuatro, sólo inscriben para declaraciones de entidades a Wagner (construcción), Gabbi (bolsa) o De la Vega (comercio), siempre listos para todo servicio. Quizás algun otro. Por no hablar de la larga lista de los propios, más útiles para disfrutar operaciones comerciales que para solventar las medidas del Gobierno. En cuanto a Cobos, aunque manda mensajes de que “no pone palos en la rueda” –impugnador latiguillo oficial– y se presta a consumar buena letra, tropieza con dos dificultades: su propia y menguada energía –finalmente, optó por el voto “no positivo” en el tema del campo cuando se quedó sin alternativas, ya que él había sugerido un cuarto intermedio– y la escasez de sostenes: buena parte de la UCR lo quiere más lejos que cerca (léase Alfonsín), tambien la Carrió se congratularía con su partida (no le perdona, dicen, que en su momento se haya pasado al kirchnerismo). Por no hablar de otras agrupaciones políticas: nadie parece tolerar candidatos fuertes para 2011.

Mientras, claro, se avecinan confusiones y fuertes temporadas de ardiente calor. Tal vez por las minucias de la ética oficialista a la hora de comprar dólares –lista legítima de 2009 que nadie se atrevía a divulgar–, aunque en las últimas horas apareció otro preciado historial, referido a la crisis de octubre de 2008, cuando algunos sindicalistas (para no señalar sólo a los empresarios), sobre todo uno se esforzó en el trámite permitido de posicionarse más de una vez en divisa extranjera (dos millones de dólares tope) y posiblemente sacarla del país, justo cuando arreciaba una corrida. El mismo que se infla el pecho defendiendo el modelo y maldiciendo de palabra a los que objetan ciertas políticas. No es ésa, sin duda, la perla mayor de ese período. Tamaño conocimiento informativo, dicen, proviene de allegados al prisionero bancario Juan José Zanola, quien purga cárcel con razones para estar detenido por edad en su domicilio –tal vez de nuevo su mujer–, molestos con quienes se arrogan una cercanía sindical que sólo deviene en provecho propio y se olvida del resto de los colegas.

En paralelo, el Gobierno se aplica antídotos: despachó al procurador Guglielmino por inoperante e incorporó a Da Rocha, lo que supone otro manejo de la Justicia, ya que es más versado en distintos fueros. Esa llegada supone enfrentamientos con otros operadores oficialistas, late la impresión de disconformidad con ciertos fallos –se alude al “partido judicial” cuando una medida no sastisface a Olivos– y, al parecer, no alcanza con el azar de que siempre las causas sensibles le tocan al juez Oyarbide, al cual por el momento se objeta porque “se decora en lugar de vestirse”. Más loable sería revisar el sistema de sorteo, casi parecido a una licitación. Guglielmino, comentaron, se desploma por el complejo fallo de la Cámara de la cual se suponía influyente (el híbrido dictamen determinó simplemente la imposibilidad de gobernar: no tocar las reservas y ubicar a Redrado en un limbo sin destino, como un asteroide perdido) o por su pálida actuación explicativa ante la comisión llamada bicameral. Otros, más astutos, le achacan responsabilidad en la chambonada del DNU que le hizo firmar Zanini a la Presidenta sobre las reservas, de quien el renunciado juraba obedecer a pie juntillas. Al obediente Guglielmino sí le agradecieron los “servicios prestados”.

A estos enredos que sublevan a los Kirchner, se les añade la novedad de que su reservorio político, Buenos Aires, manifiesta conatos de deserción. Típico del peronismo. Allí no puede ofrecer fisuras, se juega parte de su destino, de ahí que Hugo Moyano saliera a explicar –en tono humorístico– lo que sucedió en una reunión crítica en la que él no estuvo. Lo que se dice: un lenguaraz, ya que agregó la desmentida de que su gremio –anuncio hecho unas horas antes– iba a invertir en un hotel cinco estrellas en Punta del Este, una actividad en la cual también sigue a su jefe. Sostuvo que no estaba en sus planes y objetó al “gorilaje” que se asombró con la decisión. En rigor, en esa especie extinguida, sólo hubo sorpresa; quien sí cuestionaría una inversión de ese tipo es el propio Néstor, no exactamente un “gorila”, ya que a él le molesta que su gente veranee en Uruguay; no observa con buenos ojos que los Alperovich se desplieguen por la Mansa junto al ministro Manzur; a Scioli lo aceptan más en Suiza que en el balneario oriental y, por lo que trascendió, le pegaron un sosegate a Débora Gorgi, quien apenas si pudo retozar sin salidas en su departamento de La Brava. La reprimenda se entiende: ella es responsable también de Turismo, se supone que alienta ese rubro en su país y no en el extranjero, finalmente –como si no hubiera pasado el tiempo y el escándalo– copió el antecedente de Fassi Lavalle, aquel funcionario de Carlos Menem.

Tal vez, entusiasmada con la carne de cerdo –¡tan afrodisíaca que a su marido le hace prescindir del Viagra!, confesó risueñamente la señora–, Cristina la emprendió otra vez briosa contra los “fondos buitres”, esos que supone no ingresarán al canje de la deuda. No es la visión de los que siguen el tema: al canje ingresarán los que compraron a l4 y venderán a 32 (los fondos buitres), no quizás aquellos ahorristas solitarios o mal aconsejados que compraron a 80, japoneses, alemanes, italianos. Merece una revisión ese mensaje, igual que especial cuidado habrá que observar en lo que el Gobierno le responda a la SEC, organismo que para validar la operación realiza hoy consultas y auditorías más severas que el propio FMI. Pero, como la sigla SEC carece del satanismo de la sigla FMI, pocos lo toman en cuenta.
Por lo tanto, con la radicalización eventual del kirchnerismo, será necesario negociar con otros bloques. Para imponer, quizás, un bono “voluntario” a los bancos y garantizar la obra pública, hacer una reforma financiera, también otra a la carta orgánica del BCRA. Estas novedades, junto al episodio Redrado y la concesión económica a provincias, más aumento del gasto público y la posible inflación, sin duda provocan urticaria en la ortodoxia económica, en esos que el Gobierno califica de gurúes. El problema, sin embargo, no son esos personajes: tal vez preocupe e inquiete a los depositantes un mar demasiado revuelto y piensen que, para la Argentina, encaja aquella preciosa definición de Mussolini sobre Italia: “No es difícil cambiarla, es inútil”.

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