sábado, 25 de abril de 2009

CUANDO EL PODER SE VA DE LAS MANOS


Río Negro - 24-Abr-09 - Opinion

por James Neilson
Diez años atrás, el en aquel entonces presidente Carlos Menem trataba de convencer al país de que sería escandalosamente antidemocrático prohibirle permanecer en la Casa Rosada hasta que por fin la biología le dijera basta. Si bien las tesis en tal sentido que confeccionaron los juristas amigos eran ingeniosas, pocos las tomaban en serio no porque las encontraran ridículas sino porque les parecía evidente que Menem ya no era un candidato electoral invencible. Pues bien, la historia se repite. Néstor Kirchner dejó hace tiempo de ser el político más popular del país, pero lo mismo que el Menem de los años finales del segundo milenio está resuelto a continuar aferrándose al poder aunque para lograrlo le sea forzoso reinventar las reglas políticas. La experiencia de Menem debería haberle advertido que no es muy digno el espectáculo que brindan aquellos políticos antes todopoderosos que se niegan a entender que su ciclo se ha acercado a su fin y que por lo tanto les sería mejor pensar en jubilarse, pero no pudo con su genio. Como dicen sus íntimos, Néstor es así.

Si las elecciones del 28 de junio fueran presidenciales, sería fácil entender los motivos de Kirchner para tratar de convencer a medio mundo de que de los resultados dependerá el destino de la Argentina, pero sucede que a pesar de sus esfuerzos por convertirlas en un plebiscito personal, además de un enfrentamiento entre "el modelo" actual y el infierno neoliberal de los años noventa, siguen siendo meramente legislativas. Por lo tanto, le hubiera convenido subrayar que en todos los países "normales" en que rige el sistema presidencialista al estilo norteamericano es habitual que, luego de algunos años en el poder, el partido gobernante pierda algunos escaños sin que por eso el presidente -o presidenta- se crea obligado a renunciar. Asimismo, Kirchner entendería que aun cuando las listas oficialistas se impusieran en buena parte del país, al gobierno de su esposa le aguardarían dos años y medio difíciles en el poder, de suerte que, por resonante que fuera el triunfo, los beneficios que le suministraría serían efímeros. Por cierto, no bastarían como para asegurar que el matrimonio llegara al 2011 en condiciones de prolongar su estadía en la Casa Rosada y la quinta de Olivos por cuatro años más.

Huelga decir que a Kirchner no le gustó para nada la idea, reivindicada por algunos consejeros osados, de que dadas las circunstancias lo más sensato sería moderar las expectativas de sus partidarios para que una eventual derrota en las urnas les resultara soportable. Por el contrario, les informó que podría serles políticamente fatal, lo que lejos de llenarlos de confianza sólo sirvió para desanimarlos todavía más. Si a inicios del año sentían que sería poco probable que los Kirchner se recuperaran de los golpes asestados a su autoestima pero que así y todo Cristina podría completar el mandato previsto por la Constitución, desde que Néstor decidió hacer de estas elecciones parciales un asunto de vida o muerte, de todo o nada, saben que la señora, acompañada por su cónyuge, podría irse en cualquier momento.

Al echar mano a tantos trucos de legalidad cuestionable con el propósito de mejorar las posibilidades de los candidatos oficialistas, Kirchner ha virtualmente confesado que su propio poder de convocatoria se ha reducido hasta tal punto que para ahorrarse un revés humillante necesita la ayuda de otros. En efecto, pase lo que pasare a fines de junio, a juicio de la mayoría una proporción significante de los votos que vayan al Frente para la Victoria se debería a la presencia "testimonial" de Daniel Scioli, o sea de un político que es un adversario agazapado de la dinastía K.

Si el kirchnerismo gana en la provincia de Buenos Aires, Scioli saldrá más fortalecido que los Kirchner. Si la lista oficialista pierde, Kirchner, no Scioli, será "el mariscal de la derrota". Dicho de otro modo, quien aún se cree el hombre más poderoso -y, desde luego, más astuto- del mundillo político nacional se las ha ingeniado para inventar un esquema que de una manera u otra lo perjudicará, puesto que a esta altura nadie ignora que la figura clave no es Kirchner sino un hombre que tiene los ojos firmemente puestos en las elecciones presidenciales del 2011, año en que, siempre y cuando no ocurra nada imprevisto antes, espera enviar a la pareja santacruceña de vuelta a El Calafate.

Desde que Eduardo Duhalde, decepcionado por la incapacidad del cordobés José Manuel de la Sota para subir en las encuestas, optó por reemplazarlo por Néstor Kirchner, éste ha basado su accionar político y económico en el cortoplacismo. Puesto que asumió la presidencia cuando el país ya iniciaba una etapa relativamente larga de crecimiento rápido luego del colapso precipitado del 2002, su resistencia a pensar en términos estratégicos no le supuso contratiempos durante su propia gestión pero sí significó que la de su mujer fuera un calvario. Como un surfista llevado por una gran ola, Kirchner pudo disfrutar del aplauso de la mayoría. Desgraciadamente para ella, Cristina no tuvo el mismo privilegio porque su gestión comenzó justo cuando el mar se agitaba tanto que hasta los surfistas más habilidosos y experimentados se encontraron en apuros.

La decisión de apostar todo a las elecciones legislativas fue otra manifestación de la propensión de Kirchner a creer que, con tal que supere el próximo obstáculo, los siguientes no le plantearán muchos problemas. Parece convencido de que la suerte no lo ha abandonado y que una vez más logrará sorprender a quienes sugieren que le convendría concentrarse en planificar su retirada del poder para que él y sus allegados no pasen el resto de sus vidas pisando tribunales. En opinión de los que dan por descontado que el kirchnerismo ya es historia, lo lógico sería que su protagonista procurara desdramatizar lo que está sucediendo y que intentara congraciarse con las diversas agrupaciones que están preparándose para pelear por partes de la herencia que tarde o temprano serán suyas, diciéndoles que ha llegado la hora de olvidar las divisiones amargas del pasado para que el país enfrente mejor la crisis internacional.

Huelga decir que rechazó tal alternativa. Al igual que tantos otros caudillos peronistas cuando el poder se les iba de las manos, Kirchner siente que cualquier síntoma de debilidad de su parte lo hundiría, razón por la que ha emprendido las maniobras tan extraordinarias, y tan desesperadas, de las semanas últimas, de este modo llamando la atención de todos al estado penoso de lo que le queda del capital político que supo acumular cuando "el mundo" lo favorecía.

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