
La Nueva Provincia - 05-Abr-09 - El país
CRÓNICAS DE LA REPÚBLICA
¿Vuelven todos a sus miserias?
por Eugenio Paillet
Raúl Alfonsín acababa de morir, o de "bien morir", como se dijo, con notable acierto, en una de las tribunas donde fue homenajeado. Al mismo tiempo, los políticos que dijeron amarlo y los que no le perdonaron algunas flaquezas de su gestión iniciaron el ejercicio que más les gusta y que no los ruboriza ni ante semejante circunstancia: adentrarse en el fangoso terreno de las especulaciones, mientras el viejo caudillo recibía un impresionante adiós de cien mil almas, entre las que pasaron por el salón Azul del Congreso y las que lo acompañaron hasta su último reposo en el cementerio de la Recoleta.
Los análisis radicales en el Parlamento, como también los que tuvieron lugar tanto en la Casa Rosada como en la residencia de Olivos, ocuparon y preocuparon, por esas horas, a dirigentes ávidos de desentrañar ahí mismo no sólo el mensaje que dejó el histórico funeral de Alfonsín, y, antes que eso, su tan mentado "legado", sino la mejor forma de aprovecharse de esa circunstancia. O de evitar que el pronunciamiento de la ciudadanía en torno de la figura del viejo caudillo signifique la pérdida de un puñado más o menos de votos en las elecciones que vienen.
El despacho de Julio Cobos en el Senado fue un hervidero de interpretaciones y especulaciones. Las horas que siguieron confirmaron la presunción que se había plasmado allí mismo: el vicepresidente de la Nación siente que es el verdadero heredero del legado político de Alfonsín. Y que, como tal, debe recoger las banderas del radicalismo y llevarlas a una competencia electoral tal vez absolutamente impensada, en cuanto a sus resultados finales, hace no más de una semana.
Para empezar, el mendocino se hizo cargo de ese nuevo protagonismo, y se le notó. Estuvo presente en el Congreso, cerró la lista de oradores; después, caminó codo a codo con el resto de los dirigentes partidarios entre el Parlamento y la Recoleta, y allí volvió a tomar el micrófono. Su foto estuvo en todos lados y a toda hora, y no parece casual, más allá del rol institucional de presidente en ejercicio que le tocó jugar. En el "vale todo" de la política, laderos suyos dijeron, sin inocencia, que Cobos había caminado tomado de la mano de su esposa en medio de una multitud que lo saludó y lo alentó. Un gusto que difícilmente pudieran darse hoy los Kirchner, salvo en aquellos actos cerrados donde asiste clientela pura, arrastrada por punteros e intendentes.
El mendocino, decían por esas horas sus colaboradores, forzará las decisiones de sus correligionarios para volver a las filas del partido. "Eso quiere decir que esperará sentado a que lo reclamen, no que tenga que pedir su reingreso, porque no se fue del partido, lo echaron", forzaron la interpretación, por las dudas, a su lado. Para su gusto, eso no debiera pasar más allá de la convención nacional que se realizará en Buenos Aires, dentro de dos semanas. Desde allí, buscará construir su candidatura presidencial para 2011, aunque desde una posición de fuerza frente a una probable alianza con otros interesados en ese espacio: Elisa Carrió y Hermes Binner. Por ahora, insistirá con el discutible argumento de que volverá al radicalismo y armará su candidatura sin renunciar a su cargo de vice.
También fueron escenario de aprontes y preparativos para enfrentar lo que, se supone (el tiempo dirá si en verdad es así), es el advenimiento de un nuevo tiempo en la política nacional y en la manera de actuar, los aposentos de Néstor Kirchner en la residencia de los presidentes.
Resulta cantada la conclusión: la campaña electoral apenas se dio un respiro y ha vuelto a instalarse con todas sus chicanas. Y con todas sus miserias. En todo caso, unos y otros deberán probar lo contrario, para hacer trizas esa impresión. Pero lo que se ha visto, oído y leído durante este puñado de horas no da para entusiasmarse. El paréntesis cívico que se dieron para abrazarse y hablar maravillas del ex presidente fallecido no aparece como un saludable ejercicio capaz de empezar a saldar la factura de mayor consenso y diálogo, de "quererse más", que dejó al cobro Raúl Alfonsín antes de morir, en aquel mensaje que envió al acto del Luna Park. En todo caso, tiene tufillo a oportunismo, al resultante de un gesto al que fueron llevados sin remedio por la multitudinaria expresión popular (en la que, de seguro, no hubo sólo radicales) que no pudieron eludir sin quedar gravemente expuestos.
El mismo Kirchner dio todo lo que pudo en circunstancias en las que el malhumor social por padecimientos varios pareciera hacer centro en su figura y en el gobierno de su esposa. El santacruceño hizo un paso casi ineludible, nervioso, por la capilla ardiente. Pero se abstuvo de sumarse a los funerales del jueves. Hay más de un comentario de pasillo, en las entrañas del gobierno, que asegura que hubo temor a los probables silbidos que hubiese despertado su presencia. A fin de cuentas, la prensa que a veces Kirchner pareciera querer acallar había dado buena difusión de sus criticas a Raúl Alfonsín por haber dictado las leyes de Obediencia Debida y Punto Final, durante un acto en Lomas de Zamora, casi al mismo tiempo que los flashes televisivos alertaban sobre la inminencia del final del viejo político de Chascomús.
Sería injusto pretender que sólo Kirchner calculó riesgos y prefirió preservarse. Tampoco Carlos Menem, Eduardo Duhalde y Fernando de la Rúa se animaron al desafío de confrontarse en las calles con una multitud que, si algo dejó como reclamo ante los micrófonos, fue la vuelta a una forma de hacer política que ninguno de ellos (y tal vez por ahí es por donde más se agiganta la figura de Alfonsín) ha cultivado en todos estos años de crispaciones, odios y rencores en dosis parecidas.
En la vereda de enfrente, Margarita Stolbizer salió, el mismo jueves, a desmentir que haya existido algún acuerdo previo, o que la muerte del ex presidente haya disparado por sí misma un cambio de rumbo o de roles, para dejarle su lugar al tope de la lista de candidatos a diputados nacionales de la alianza entre la UCR y la Coalición Cívica a Ricardo Alfonsín. De este dirigente bonaerense de mediana influencia partidaria en todos estos años, se dijo, por esas horas, que pasaba a convertirse en el "heredero natural" del legado de su padre y, por lo tanto, acreedor de aquel encumbramiento que ninguna encuesta o sondeo de imagen pareciera en verdad avalar. Ni Stolbizer ni "Lilita" Carrió están dispuestas a darse por enteradas de esa supuesta "nueva lectura" de las cosas que parecieran querer implantar quienes apuran el reposicionamiento de Ricardo. La dirigente radical insiste en que ella no resignará peldaños y que prefiere en el segundo lugar de la grilla al ruralista Mario Llambías.
La coalición que han formado peronistas disidentes y macristas, que ha puesto en un lugar expectante, de cara al resultado electoral del 28 de junio, a la dupla que encarnan Francisco De Narváez y Felipe Solá, parece, a su vez, la que menos expuesta ha quedado dentro de aquella imagen de análisis por separado y sin rubores de radicales y kirchneristas. Y puede decirse que, con la vuelta de la campaña en sus términos más descarnados, sus chances de hasta alzarse con un triunfo en la provincia de Buenos Aires sobre el oficialismo, sea o no el candidato Néstor Kirchner, están intactas. Debiera convenirse, sin temor a error, que el empresario, más que el ex gobernador (que no puede disimular algunos manchones del pasado en su ropaje de político), encarna, tal vez como muy pocos, hoy, ese perfil de dirigente que pintó la ciudadanía en esas horas aciagas. En un podio imaginario, compartiría sitial con Julio Cobos o Carlos Reutemann, para ponerlo en perspectiva.
Contra ellos dos, y el cada vez más ancho espacio del peronismo descontento que encarnan, ha decidido el matrimonio Kirchner direccionar algunas de sus estrategias, o de sus análisis interesados que sus laderos se encargan de repartir, apenas tuvieron noción de la magnitud de lo que ocurría en las calles. Se dijo, en despachos de la Casa Rosada, que el nuevo escenario que impuso el histórico funeral del viejo caudillo seguramente hará crecer la alianza entre la UCR y la CC en las encuestas y en intención de votos, por el "efecto Alfonsín". Y que ese corrimiento del electorado hacia Stolbizer-Carrió iría en directo detrimento de las chances del Properonismo. En consecuencia, siempre según aquella línea de pensamiento de un par de hombres del gabinete nacional, no habría pérdida de votos del kirchnerismo. El FPV conservará su piso del 30/35 por ciento, pero la coalición UCR-CC recibirá los votos radicales e independientes que hoy se recostaban sobre la coalición Unión-PRO, dicen.
Por si faltase algún botón para completar la muestra, se reconoce en esos laboratorios que, desde la administración de Cristina Fernández, se empezarán a mover muy sutilmente para aportar agua al molino radical. Aspiran de ese modo a frenar el crecimiento en intención de voto que empezó a mostrar De Narváez en las últimas dos semanas, que lo colocó, en algunos casos, por encima de Kirchner, y, en la mayoría de las encuestas, en un ajustado empate técnico. Pretenden que la pelea sea entre tres y no que se polarice, como hasta ahora, entre Kirchner y el empresario peronista.
Desde los costados de Cristina Fernández, se dice, con mucho pragmatismo, que "alguna señal hay que dar", para ponerse en línea con el reclamo ciudadano que alumbró sin fisuras durante esas cuarenta y ocho horas. Una idea que ha comenzado a rondar algunas mentes encargadas de presentar estrategias es reponer en la escena la búsqueda de un acuerdo político y económico entre el gobierno y las fuerzas de la producción y el trabajo. No hablan de otra cosa que del viejo Pacto Social que la presidenta enarboló como una de sus banderas cuando hacía campaña en 2007, y aun después, cuando llegó a la Casa Rosada. La realidad de una gestión que tuvo más negros y grises que blancos la llevó por otros senderos.
Con todo, se buscaría presentarla en sociedad justamente como una respuesta a aquellas señales de convivencia democrática que reclamó la gente y que había plasmado Alfonsín en sus últimos mensajes. La idea podría morir antes de nacer: para llevarla a la práctica y acomodarla con toda justeza con esas reclamaciones, se requiere de un abanico más amplio que la mera concordancia entre sindicalistas, empresarios y el gobierno. Deberá sumar a los partidos políticos y a otros sectores claves de la producción, como los dirigentes de la Mesa de Enlace que representan los intereses del campo.
Algunos funcionarios, enterados de los primeros ensayos de laboratorio, reconocen, resignados, que, con Kirchner, hay pocas chances, como no sea llegar a un mero pacto tripartito con los sindicatos y las empresas. "Hasta ahí llega; el resto no lo veo", lo desnudó un confidente del poder.



















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