sábado, 25 de abril de 2009
TRANSITO LENTO.....
Tránsito lento en un país de rápidos (I)
La propaganda televisiva asegura que dos de cada tres mujeres tienen “tránsito lento”. Nada habla de los hombres pero se supone que la encuesta debería señalar lo mismo para ellos. La ciudad de Buenos Aires más o menos autóctona también tiene su “tránsito lento” porque el estado de las calles se semeja al día después de un terremoto mientras es justificado por el periodismo oficialista al señalar “la gran cantidad de obras que se están haciendo”. En otro orden de cosas la policía y las ambulancias tardan en llegar cuando se las necesita con urgencia, la Justicia tiene un reloj que acredita más horas que aquellos usados por los simples mortales, los documentos de identidad son entregados con meses de demora y las empresas que prestan servicios de telefonía e internet se toman largos recreos antes de solucionar desperfectos en las líneas de sus abonados sin descontar en las facturas el tiempo en que no han prestado el servicio. Y hay más. Siempre hay más.
Contrasta con tanta lentitud la velocidad de los políticos para deshacer con rapidez lo que con celeridad pergeñaron la noche anterior. Actúan raudos como el amante clandestino pero sin el temor a ser descubiertos porque son capaces de aprender a ejercitar el extraño don de justificar lo injustificable. Si semejante premura se aplicase a la solución de los problemas que aquejan a toda nación, Argentina sería el Edén.
La derrota del matrimonio Kirchner en Catamarca encendió las luces amarillas de alerta y avivó el seso de sus estrategas que señalaron la conveniencia de colocarse los paracaídas. A renglón seguido los Presidentes adelantaron las elecciones con la excusa de la inmediatez del arribo de la crisis internacional. Pero criogenado en nacional y popular, bolivariano, americanista, indigenista, abortista, humano izquierdoide, agnóstico, “progresista” y flor de ceibo, en el país sólo se hizo presente el dengue en sus dos versiones: autóctono e importado. Algo es algo. Al cambio de fecha electoral le siguió la orden Rosada para que los gobernadores, intendentes y demás integrantes del cortejo presidencial a quienes no les había caducado sus mandatos integraran las listas de candidatos como apoyo testimonial al “modelo”.
Aunque criticadas por el amplio arco opositor, ambas medidas vienen a sostener con alfileres el debilitado sistema político argentino que boquea a más no poder desde hace décadas, porque por un lado evitan el obligatorio llamado a elecciones internas que todos las agrupaciones ignoran menos -hay que destacarlo- la UCR, y porque las últimas figuras que han surgido como expresión de la “nueva” política no hacen sino taponar la incursión de otros noveles que, como ellos tiempo atrás, desean cambiar el actual estado de cosas. Los que aspiran a llegar incluyen, claro está, el barrido de quienes ocupan las bancas que ellos añoran. Diez años atrás, en el museo Roca de la calle Vicente López de esta ciudad, los jóvenes Aníbal Ibarra y Gustavo Béliz coincidían a viva voz en destacar que los mayores de cuarenta años debían alejarse de la política por ser los responsables de la situación del país. Resultó obvio para quienes los escuchaban que los dos políticos tenían menos de cuarenta años.
Esta puja entre los que están y aquellos que se regodean queriendo ocupar su lugar fue bosquejada por CORREO DE BUENOS AIRES el 25 de agosto de 2005 cuando escribió:
“Sir James Frazer, en The Golden Bough, describe la tragedia extraña y recurrente a que daba lugar la sucesión en el sacerdocio del santuario de Diana del Bosque. Su cuidador era un sacerdote y asesino a la vez que, con la espada desenvainada, esperaba día y noche al enemigo -un esclavo fugitivo- que se arrojaría sobre él en cualquier momento para matarlo y así reinar en su lugar. Tal era la regla del santuario. El candidato sólo podía acceder a ocuparlo matando a su antecesor; luego retenía el cargo hasta que era asesinado por otro como él. La historia de la política se parece en mucho a esta serie de relatos en donde una, y otra, y otra vez, se repiten los cuentos de esclavos que destruyen o intentan destruir a sus antiguos amos; y de aquellos gobernantes que, considerando lo efímero de su existencia, luchan permanentemente para conservarla. Por ello tiene el sueño sobresaltado y contados sus días de reinado.
La picardía de los Kirchner estaría completa si la actual titular de la Casa de Gobierno se presentase también a elecciones en La Plata, la provincia de Buenos Aires o Río Gallegos para después, victoriosa o perdidosa (para asegurar la tan mentada gobernabilidad es preferible que ocurra lo primero) continuar en su cargo hasta la finalización del mandato. Es evidente que hay riesgos que son preferibles no correr. Y aunque las jugadas del Gobierno son éticamente reprochables pero legales de legalidad absoluta, ninguna de ellas alcanza a empardar la del intendente de San Isidro que en salvaguarda de la seguridad de sus conciudanos que son atacados frecuentemente por delincuentes provenientes de un distrito lindero, levantó un muro del espesor de una milanesa y blanda como una plancha de telgopor. En menos de dos minutos, una docena de niños provenientes de una villa ubicada en el territorio cuestionado y con más instrucción que los boinas verdes soplaron el muro y lo voltearon. Así se asegura una elección.
Eternizarse en sus cargos, cambiar de bando sin el consentimiento de sus electores, defender actitudes que con anterioridad criticaron, infringir las leyes electorales al no realizar elecciones internas en sus partidos y evitar dar a conocer de manera fehaciente el origen y monto de lo gastado en las campañas electorales, o incumplir con el cargo para el que se postularon con bombos y platillos a través de ausencias o renuncias anticipadas, son algunas de las cuestiones que favorecen el descreimiento de la población hacia los políticos a pesar de las pocas excepciones que suelen confirmar la regla. Tal lamentable actitud no parece ser atribuible al “neoliberalismo”, el FMI, la CIA o la cúpula del último gobierno militar. Si así lo fuera, quienes actúan en política harían bien en aclararlo.
(Continuará)
SALINAS BOHIL
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