
ZANCADILLA CÓSMICA DE LA HISTORIA
Por Julio Doello
Si algún acontecimiento providencial faltaba para acelerar el inminente final del ciclo kirchnerista, lo constituye la muerte de Raúl Alfonsín. La oposición que reclama un mecanismo menos crispado y menos dictatorial de ejercicio del poder en plena democracia, recibe como espaldarazo para obtener el favor de las urnas, la exhibición de la conducta histórica del líder radical, tan apegado a los mecanismos republicanos que ni siquiera supo especular con el alto caudal de dominio del escenario político que gozaba en tiempos de su mandato presidencial. En las elecciones de junio, el pueblo manifestará la nostalgia de esas virtudes al tiempo de depositar su voto en las urnas y Néstor Kirchner caminara el sendero solitario del ocaso.
Alfonsín pese a su manejo excesivamente púdico de los mecanismos de poder, lo que en la Argentina constituye una debilidad esencial, como lo demuestra la vigencia del peronismo que si algo sabe es hacer un uso despiadado de los mismos, fue un tipo indubitablemente honesto. Nadie pudo acusarlo jamás de una actitud hegemónica ni de alguna muestra de frivolidad, ni de ninguna distracción ramplona que asegurara su solvencia personal ni la de su familia. Nadie después de él pudo exhibir la misma solvencia moral.
Le tocó administrar en medio de circunstancias históricas especiales, con un ejército aún fuerte, pese a la vergonzosa derrota de Malvinas y seguramente vivió todo su mandato con un temor fundado de que un fracaso de la democracia volviera a reabrir las puertas a una nueva aventura militar. He ahí las razones profundas de su criticada actuación en la crisis de Semana Santa del 87 y por la sanción de la ley de Obediencia Debida. Pese a que contaba con un pueblo dispuesto a levantarse en armas para evitar una nueva aventura golpista, desechó la confrontación directa porque no estaba dispuesto a cargar sobre sus hombros con la sangre que suponía una abierta guerra civil. Quizás este tipo de fortalezas son las que distinguen a los grandes seres humanos y los
hermana en su destino aunque no compartan la misma ideología. El mismo gesto tuvo San Martín cuando pese a que podía erigirse en el hombre más poderoso del país eligió un destino final en Europa antes de manchar su espada con sangre de hermanos, Perón en 1955, cuando contaba con la mitad de las fuerzas armadas a su favor más la enorme mayoría de las fuerzas del trabajo dispuestas a defender su gobierno con palos y picas y prefirió la cañonera y el exilio porque conservaba recuerdos de la Guerra Civil Española y no estaba dispuesto a abonar su permanencia en el poder con la sangre de su pueblo. Es asimilable también al gesto de Balbín, en su memorable discurso ante el féretro de Perón, con el cual selló su hermandad en espíritu con un hombre al que había combatido y del que había recibido todas las represalias que el peronismo sabe guardar para quienes se oponen al ejercicio omnímodo del poder. Poco antes el Viejo General había fogoneado la idea de integrarlo a una fórmula conjunta declarando públicamente: “Yo con Balbín voy a cualquier parte”. Ambos alcanzaron la grandeza. Los mediocres de siempre, de uno y otro bando fragotearon para hacer fracasar este intento y aceleraron la catástrofe. Todavía los peronistas seguimos siendo gandules bien intencionados, sentimentales y un tanto patoteros dispuestos a imponer el tamaño de nuestros músculos más que a brillar por las sutilezas y la prudencia que exigen el sentido común y la inteligencia, porque nos sentimos tan auto suficientes que creemos que podemos prescindir de las grandes enseñanzas de los próceres modernos. De ese consejo de ancestros integrado por gente que obedeció a sus neuronas una vez transpuesto el período de primacía de las hormonas como guía de sus actos.
Con Irigoyen, Perón, Frondizi, y ahora Alfonsín, se acaba el tándem histórico de los grandes presidentes del siglo XX, que aún pensando diferente y acallado el estrépito de los enfrentamientos estériles supieron superar sus ardores juveniles y anteponer la patria a la pulsión de sus instintos más primitivos.
Mientras tanto nos quedan los Kirchner, estimulando la confrontación entre argentinos, desempolvando fantasmas como la oligarquía del campo, incorporando a Montoneros irredentos a espacios de poder- sin juzgarlos por sus crímenes como sí lo hizo Raúl Alfonsín, con ellos y con los Comandantes del infausto Proceso Militar de 1976. Para esa aventura había que tener coraje en los ochenta, y en nada se parece a este alarde de matón de barrio como lo es pelearse con un grupo de chacareros que quieren ganar plata y se niegan a ser expoliados en el 2009. Los golpistas eran los Cara Pintada de Semana Santa, armados hasta los dientes y dispuestos a descargar poder letal, y no un grupo de gringos acumulando tractores en las rutas del país para que no los saqueen en nombre de la “patria distribucionista.” El Padre Olmedo desde Jujuy, advierte que lo primero que deberían hacer los Kirchner es distribuir lo que les sobra, para que sus políticas resultaran creíbles. Hasta da un poco de vergüenza ajena repetir este concepto.
Es que la patria nos da eso. Tipos olvidables dispuestos a cualquier bajeza, con tal de conservar el poder y estadistas que a pesar de su potencia, desactivan parte de su arsenal político, aún debilitando su propio proyecto, para sostener la idea de una Argentina unida y sustentable, que asegure la convivencia de todos.
En Junio, cuando gane la oposición, cualquiera sea su color, y sea derrotada la pretensión de crear nuevas antinomias y crear nuevos abismos entre cuarenta millones de argentinos que solo aspiran a ser gobernados por estadistas, por encima de los ocasionales triunfadores circunstanciales, habrán ganado, Irigoyen, Perón, Frondizi, Balbín y Raúl Alfonsín, quienes nos instan desde la historia a crear una síntesis superadora de todo fanatismo en pos de la vigencia de una verdadera república que aún está esperando ser convocada.



















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