miércoles, 27 de mayo de 2009
ENSAYO IMAGINARIO
27 mayo, 2009
Ensayo imaginario
Publicado por Laura Etcharren
La caricatura de “Gran Cuñado” y el manejo de los hilos de la televisión.
Frente al agotamiento de los formatos importados, desde el año pasado, Marcelo Tinelli comenzó a pensar de qué modo revertiría una tendencia que venía en baja y que no podía decaer definitivamente en sus 20 años de permanencia sostenida.
Porque mientras pudo, explotó al máximo el derroche estético de las “nenas de utilería”, el baile y las peleas mediáticas. Se valió de lícitos instrumentos para hacer de su programa un gran show que también abasteció enteras producciones.
Fue una etapa que, por decantación, se diluyó. A punto tal de sentir que el desfile voluptuoso ya no era redituable. Que la brutalidad enarbolada en belleza había aburrido y que el público estaba demandando otra cosa.
Para ello, había que someterse a la experiencia prueba/ error en el agudo vértigo del aire.
Volver a los orígenes resultaba ser la alternativa más atractiva. Fundamentalmente, en una Argentina en la cual, la comicidad, comienza desde arriba.
Desde que se presentó en la pantalla de Canal 13 para festejar sus dos décadas en la pantalla chica y la latencia de “Gran Cuñado” tomaba forma, las especulaciones y los argumentos no tardaron en llegar.
Tinelli, una vez más, comenzaba a mover los hilos de la televisión.
Y fue así como la comicidad trascendió la pantalla para pegar en el oficialismo y la oposición, logrando que De Narváez y Macri fueran al piso de “Intrusos” y que el negador compulsivo de Aníbal Fernández haga un telefónico pidiendo resguardar a la Presidente.
Piden, lo que ellos no hacen.
Bajo el pulso del reality se generó un sistema de creencias asentado en la apertura de mesas de debate para observar cuánto influye en el electorado la estadía de algunos políticos en la imaginaria casa de “Gran Cuñado”. Un formato que deriva de “Gran Hermano” y que le hace honor a la gran degradación del ser humano que muestra, durante las 24 horas del día, desde sus virtudes hasta sus miserias.
En el caso particular de “Gran Cuñado” lo que se exacerban son las características estéticas y retóricas de los políticos argentinos alcanzando altos niveles grotescos y perversos para satisfacer las demandas de una sociedad de consumo voyeur.
Se refleja, desde la caricaturización, aquello que el imaginario colectivo se pregunta, sospecha o desearía ver. Como ridiculizar con fascinación los secretos de alcoba de Néstor y Cristina.
Se alimenta, desde otro ángulo más retorcido, la imaginación con una actuación que puede ser dolorosa para los imitados, como es el caso de Cobos y de La Rúa.
Ambos representados en una forma que roza lo senil y la estupidez. La base que toman los imitadores es que forman parte, entre otras cosas, de un estilo de retórica débil.
Que no tiene fuerza.
Se los revela, poco sanguíneos y pasionales hasta llevarlos a la denigración. Se explota, sin reparos, la realidad que conoce las vulnerabilidades al interior del campo político.
Ellos, son la antítesis peronista o de la emulación peronista con sus aciertos y desaciertos. Incluso, son la antítesis del PRO que desborda de onda más que de ideas.
Inspirados en la clase política, los personajes que laten en la casa ficticia, no son un invento de Tinelli ni de los imitadores. Son, simplemente, la profundización de esa visión que está dada por la realidad misma que se transmite al público. Porque recordemos, que a mayor ridículo, mayor audiencia. Es decir, la caricaturización individual en su máxima expresión tiene como devolución el deleite colectivo que se refleja en el encendido.
GC funciona dentro del programa mismo y se eleva, aún más, por todo lo que se genera durante el día. Por aquello que los programas de la tarde ponen en pantalla, despertando, además, la curiosidad de los antipáticos de Tinelli que no se han dado cuenta que en el rechazo y la detracción, también se esconde el éxito. Terminan, sin quererlo, siéndole funcionales. Tal es el caso de Pettinato.
Se profundizan empatías y apatías. No se revierten ideas o percepciones con el político original. La construcción subjetiva siempre es la misma cuando de la realidad propiamente dicha se trata.
La clave de lograr una legitimidad masiva de GC es que la sociedad de consumo se sumerja, en la vorágine televisiva que retoma el humor, sin intelectualizar el formato y mucho menos, consumiéndolo para definir candidaturas. Pensar eso es subestimar al televidente argentino que en sus elecciones ha ponderado a nuestra sagrada y ecléctica televisión.
Finalmente, lo que sí se produce, es que se puede tener rechazo con el político pero no con su personaje.
De Narváez es mucho más amigable dentro del grotesco que en su insulsa naturalidad.
Lo mismo sucede con D’ Elía.
Los personajes resultan más interesantes que las personas y con ello se logra lo que el público desea, distracción y relajación.
Pasar una hora y media amena más allá de estar inspirada en la decadencia política Argentina.
Y Tinelli, consigue auto regular sus productos dentro de lo que es una televisión selvática que se maneja como un sistema de regulación que depende de una doble legitimidad. Por un lado, la del otro referente y por el otro lado, la del no referente que debe consumirlo para denostarlo.
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