lunes, 17 de septiembre de 2007

LA LUCIDEZ NO LLEGA

A LA ARGENTINA, PESE AL ENSAYO, LA LUCIDEZ NO LLEGA



“Esto va a ser como de costumbre,

un sálvese quien pueda y los demás que se jeringuen”

“Ensayo sobre la Lucidez” de José Saramago



Paradójicamente, la situación política de las últimas semanas no se ha aclarado y sin embargo, el país sigue en una especie de letargo esperando el 28 de Octubre. La mayoría de los argentinos están como adolescentes apáticos. Hay que votar. Muchos no lo harán con ganas y no por menospreciar la democracia sino porque saben que la democracia es algo más que un domingo electoral. Un alto porcentaje no sabe a quién votará. La incongruencia de la sociedad es tal que se aguarda con ansiedad las últimas encuestas aún cuando se descree de éstas. ¿Cómo forzar un ballottage? Es como si se esperara una señal, algo capaz de cambiar el eje del problema: ese dilema entre un oficialismo hegemónico que de nueva política no tiene un ápice, y una oposición oportunista y escasamente comprometida con el interés general. Pero el problema está y nada asegura que vaya a solucionarse en los próximos días.



El país no es un vergel. Se suceden casos de corrupción e inoperancia sin solución de continuidad: la bolsa de Felisa Miceli, el armamento contrabandeado de Nilda Garré, los nombramientos y gastos de Romina Picolotti, Skanska, el INDEC, los sobreprecios, Córdoba, Santa Cruz (donde las movilizaciones se reprimen en contrapartida a lo que sucede por ejemplo en Gualeguaychu) etc., etc. Y así podría mencionarse muchos más asuntos por los cuales el kirchnerismo no debería seguir en el poder. Incluso el mismo Gobierno admite –ante el “exabrupto” del titular del BCRA- que la inflación existe, ya no es un invento de los agoreros del mal. En rigor, si se atiende la coyuntura sin atenuantes ni datos macroeconómicos que sólo ponen de manifiesto que el 2001 ya pasó (aunque pueda volver a pasar) el oficialismo no tiene nada que ofrecer como para ganar la próxima elección. Pero el silencio y un manejo de medios discrecional disipa todo aquello que fue escándalo. Quedan casos aislados aunque la sumatoria de éstos inevitablemente nos remita a un “todo” complicado.



Lo grave es que pese a que el país no encuentra rumbo, el oficialismo puede terminar triunfando en Octubre próximo con sólo captar el electorado de la provincia de Buenos Aires, más allá de los porcentajes. Demos un simple ejemplo: para los 134 municipios del conurbano hay 430 listas de candidatos a intendentes que se entrelazarán en la boleta de Cristina Presidenta y Scioli Gobernador. Hay que admitir además que el Gobierno, sin haber logrado armar una fuerza política propia de envergadura y perdiendo elecciones importantes en varias provincias, de todos modos, se halla repartido por todos lados. O por todos lados se reparte su dádiva que consigue movilizar punteros políticos con el fin de convertir en kirchneristas incluso a los más férreos duhaldistas de antaño. Hay bolsones de pobreza marginados e impedidos de entender qué pasa más allá de su miseria que le son funcionales a quien está en el poder. Eso explica que nunca se haya hecho nada para erradicarlos.



A su vez, el despropósito de la Ley de lemas permite, por ejemplo, que en Misiones haya 600 listas que llevan al artífice de la peculiar fiesta del día del Maestro, Maurice Closs como candidato, y 420 sub-lemas que avalan al actual vicegobernador, Pablo Tschirsch, propuesto por el Frente para la Victoria. Claro que la oposición no es distinta. Ramón Puerta tiene 407 listas en la provincia y no se queda afuera de este descalabro el Frente por la Dignidad del obispo Joaquín Piña. Aquel que un año atrás generaba tantas expectativas al derrotar a Carlos Rovira y el aparato clientelista, hoy va con 150 listas. En Formosa sucede prácticamente lo mismo: hace 20 años que Gildo Insfrán permanece en la cresta de la ola gracias a la Ley de lemas que hace mella. No hay reforma de fondo, no hay nueva política, no hay otras metodologías y se repiten muchas caras sólo que con otras compañías en la escena política. Y con los viejos métodos, los resultados no arrojan ni han de arrojar sorpresas trascendentales.



De allí que la esperanza en esos casos aislados que surgen como hálito no sean muy consistente. ¿Por qué ese “darse cuenta” que parece haber emergido en Misiones, en Tierra del Fuego, en la Ciudad Autónoma de Buenos Aires, en Santa Fe no puede nacionalizarse? El deseo de que suceda es grande para un amplio margen de la ciudadanía, sin embargo, la Argentina tiene esa obsoleta mecánica política y hasta la peculiaridad de su geografía y densidad poblacional que hace que el padrón electoral pese más en Buenos Aires que en el resto de las ciudades.



Amén de ese vasto sector del conurbano donde los intendentes se vendieron al poder de turno por monedas, al analizar por qué el Gobierno puede ganar a pesar de los errores cometidos hay que detenerse en una palabra: manipulación. No de las urnas sino de la sociedad en esta oleada de proselitismo a la que se la somete irrespetuosamente. Nadie gobierna en Balcarce 50. La Casa Rosada es un búnker electoral. El Jefe de Estado asiste a actos para anunciar obras públicas que ya no hará. El Gobierno Nacional está sacando argumentos de una ficción literaria. En su “Ensayo sobre la Lucidez”, José Saramago describe una situación aparentemente límite que enfrenta el poder político ante una ciudadanía que reacciona en su conjunto votando en blanco para cambiar una democracia degenerada. “¿Qué piensa hacer el gobierno?”, pregunta ingenuo uno de sus miembros. El jefe responde: “Nada. En una situación límite el gobierno no gobierna, sólo parece gobernar. Somos como un pez enganchado al anzuelo; nos agitamos, tratamos de desprendernos, tiramos del hilo pero no conseguimos comprender por qué un simple pedazo de alambre curvado ha sido capaz de prendernos y mantenernos presos”.

Así está hoy el Gobierno argentino: preso pero de sí mismo, sin hacer absolutamente nada, solamente la plancha para llegar al 28 de Octubre. ¿Después? Después ya es mediano plazo y siempre se dijo en estas páginas que la característica intrínseca del oficialismo es el cortoplazismo exacerbado. El país sigue, consecuentemente, en una suerte de parálisis. Nada nuevo surge en el escenario. Hay desconcierto absoluto en los despachos ministeriales e intentos de que el ballottage sea tan sólo un deseo colectivo cada vez con menor peso. Nadie sabe a ciencia cierta cuál es la intención de voto de Cristina Fernández de Kirchner. Se mintió mucho con los números. Ni el titular del Ejecutivo ni sus funcionarios pueden creer a ciegas en los números que le llegan. Si creyeran en ellos no habría nerviosismo y la irrupción de Eduardo Duhalde ni siquiera hubiera generado una mínima respuesta. Por el contrario, desde Balcarce 50 lo vieron como la gran amenaza y le saltaron a la yugular poniendo en evidencia que los nervios están. ¿Puede Alberto Fernández decir de Duhalde que forma parte de la vieja política? Puede. De hecho, lo hace. Y puede por la misma razón -o sin razón- como, de pronto, puede Juan Carlos Schiaretti auto-declararse vencedor de unos comicios cuyos resultados parecen haber emanado del INDEC más que de un conteo de votos acorde al siglo XXI. Azarosamente o no, el ex cavallista Schiaretti esa semana resultó sobreseído por el juez Rafecas en la causa por sobresueldos. Justicia discrecional cooperando con los objetivos del “estilo K”.

La nueva política, paradójicamente, hizo que en Córdoba se repita la misma historia que hace 14 años atrás cuando José Manuel De La Sota perdió las internas del peronismo justamente contra su actual candidato Juan Carlos Schiaretti. Por aquel entonces, Luis Juez formaba parte de la agrupación que encabezaba Schiaretti. Quién salió a denunciar el fraude en ese entonces fue el mismísimo De La Sota acusando al titular de ENCOTEL de irregularidades, así como ahora Juez acusa al interventor del Correo Argentino. No se ha aprendido. Cambian los matices, no los escenarios, menos aún los protagonistas y hasta los libretos son los mismos. Con estos antecedentes es muy difícil creer en uno u otro de los actores que representan el circo.



Del mismo modo es difícil la elección entre candidatos elegidos tras bambalinas. A la ciudadanía no se la tuvo en cuenta siquiera al elegir quienes serán sus posibles representantes. Nadie sabe por qué la Presidencia puede pasar a ser una herencia matrimonial y el resto gira en torno a Elisa Carrió, Roberto Lavagna, Jorge Sobisch, Alberto Rodríguez Saá, y Ricardo López Murphy, todos ellos difíciles de ubicar en un marco de referencia específica. Diagnosticadores sin receta a la vista. La identidad ideológica y partidaria es un anatema, las lealtades son obsoletas. Carrió y López Murphy fueron radicales, a su vez Carrió fue también del ARI. Hoy es Coalición Cívica. Roberto Lavagna es o fue PJ hoy es “UNA”, los Kirchner fueron menemistas a ultranza y llegaron a la gran ciudad gracias a Eduardo Duhalde que ahora quiere hacer valer su paternidad. Nadie se atreve demasiado a dilucidar qué es o que será Daniel Scioli, se sabe en cambio, que fue Carlos Menem fue su tutor. Nada muy disímil acontece con los demás candidatos a los diferentes cargos. Hay una ensalada que no permite lograr una identificació n precisa de quién es quién o cuál es cuál. Otra vez se votará por descarte. Así no se garantiza la calidad institucional ni se afianza la democracia por más que se festejen aniversarios cada 10 de Diciembre.



Los tiempos se acortan y sólo resta esperar algún otro accidente de esos que jaquean a la opinión pública, apenas unas horas. Si días antes de la elección la situación se mantiene en este status quo y los punteros hacen lo suyo, las esperanzas de cambio serán vanas... Y la lucidez seguirá solamente dentro de una ficción literaria aunque con ciertos rasgos de similitud que aterran.





GABRIELA POUSA

(*) Analista Política. Lic. en Comunicación Social (Universidad del Salvador) Master en Economía y Ciencias Políticas (ESEADE) Queda prohibida su reproducción total o parcial sin mención de la fuente.

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