Por Enrico Udenio (*)
NESTOR KIRCHNER
“Parafraseando a Mark Twain, los populistas utilizan las teorías keynesianas de la misma manera que cuando un borracho utiliza un poste de luz para apoyarse en vez de usarlo como iluminación”.
Robert Skidelsky, Economista. Extraído de su obra
Del mismo modo que con el problema de la inseguridad, con el del dengue, los Kirchner no tuvieron demasiadas posibilidades de señalar a otros como responsables. Ni a Menem, ni al noeliberalismo, ni al FMI, ni al imperio norteamericano, ni a la oligarquía, ni a la oposición política, ni a los militares genocidas o a la jerarquía eclesiástica se les puede enrostrar la culpa.
El dengue es una enfermedad grave con gran potencial epidémico que se cultiva en las zonas de extrema pobreza. El virtual presidente en función, Néstor Kirchner, en un intento desesperado por desvincular al gobierno de su responsabilidad, declamó que “¡Es una vergüenza que se diga que surge por la pobreza!”… “Brasil tiene mucho más dengue que la Argentina” … “El dengue puede surgir en cualquier lugar, sea pobre o rico”.
Por supuesto que, una vez introducido, el mosquito Aedes Aegypti no distingue si la sangre pertenece a una persona rica o pobre, pero la enfermedad se cultiva en aquellas zonas tropicales que tienen grandes carencias de servicios básicos (agua potable, cloacas, viviendas dignas, etc) y es endémica en algunas naciones de América Latina (Bolivia, noroeste y sureste de Brasil, Venezuela, Nicaragua) consideradas de alto riesgo por la Organización Mundial de la Salud.
Entre el 2001 y el 2006, causó 982 muertes y casi 3 millones y medio de casos en la región.
Ya había sido erradicada de la Argentina pero desde hace ocho años no se realizan las fumigaciones periódicas que ayudaron a levantar la barrera sanitaria que evitaba su introducción desde Bolivia y Brasil.
¿Cómo es que con el enorme caudal de dinero que los Kirchner tuvieron a su disposición, no ejecutaron las medidas de prevención necesarias?
Una respuesta posible es que los programas de prevención no son electoralmente redituables. No se vota a un presidente porque éste mantiene bajo control un mosquito. Una vez que una enfermedad está ausente en el país, la población da por sentado que se trata de un hecho establecido “per se”, deja de valorar el trabajo de prevención y retacea las inversiones que se necesitan para que su ausencia se sostenga en el tiempo.
Otra respuesta probable es que, descubierta la propagación en el Chaco y en Salta, el gobierno nacional escondió la cabeza a la manera de un avestruz. Si no reconoce el problema, se auto-convence de que el peligro no existe. Así hicieron con el tema de la inseguridad cuando inventaron el concepto de que “se trata de una sensación y no de una realidad”. Con esta posición, además, intentaron señalar un culpable: los medios de comunicación que, al propagar las noticias, instalaban esas “sensaciones” en la sociedad.
Desde ya, no hay duda de que los diarios, revistas, radio y televisión, se explayen morbosamente con los sucesos delictivos, pero esto viene sucediendo, al menos desde que yo tengo memoria, aquí como en cualquier lugar del mundo.
No sólo en Néstor Kirchner podemos reconocer esta actitud negadora, también es el caso de su esposa, Cristina Fernández de Kirchner.
CRISTINA FERNÁNDEZ DE KIRCHNER
“La política es el arte de buscar problemas, encontrarlos, hacer un diagnóstico falso y aplicar después las soluciones equivocadas.”
Groucho Marx. Cómico norteamericano de mediados del siglo pasado.
Nuestra formal presidenta se refirió a la protesta del campo diciendo que el límite es “el respeto al derecho a transitar libremente por las rutas de la patria”. Por supuesto que coincido con ese concepto, aunque lo ampliaría aún más: el límite de cualquier protesta es no invadir el derecho de los demás.
Pero, ¿cómo es que a Cristina se le ocurrió esta expresión si los piqueteros se la pasan cortando calles, avenidas, puentes y rutas desde hace varios años y ni ella –ni su marido y ex presidente- se quejaron alguna vez acerca de ello? Por el contrario, en algunas ocasiones ellos afirmaron que era positivo que el pueblo estuviera en las calles porque mostraba que la sociedad estaba viva.
¿Se olvidó de que los Moyano (padre e hijo) la utilizaron desde el año 2004 para impedir el ingreso a los establecimientos comerciales e industriales y, de esta manera, obtener adicionales ventajas económicas para su sindicato? ¿O cuando su marido envió a D’Elía y demás piqueteros para impedir el ingreso de los autos a las estaciones de servicio de gasolina con la intención de evitar un aumento del precio de la nafta? ¿Alguna vez Cristina puso algún límite sobre este tipo de extorsión, una práctica que la mafia italiana hizo famosa décadas atrás?
¿O acaso los Kirchner nos están queriendo transmitir que hay unas acciones mafiosas “buenas” y otras “malas”?
Dijo Cristina: “es importante contribuir cada uno desde su lugar, desde su responsabilidad, a no crear sensaciones, sino soluciones”.
Primera cuestión, los medios no tienen que dar soluciones, sino los funcionarios del Estado. Para eso el pueblo los eligió y para eso se les paga un sueldo.
Además agregó: “Sin trabajo, con gente mal paga, con trabajo informal, no hay plan de seguridad, ni GPS, ni patrullero que alcance. Que la gente tenga trabajo y sea calificada es central para el tema de seguridad. (…) La brecha social, donde se encuentra la extrema riqueza conviviendo con la extrema pobreza, es la que incrementa la inseguridad”.
¿Qué nos está diciendo nuestra formal presidenta?
En primer lugar, que para ella los pobres son potencialmente ladrones y/o asesinos. Asocia y unifica, en forma discriminatoria, la pobreza con la delincuencia. Sin duda que la desigualdad social fomenta la delincuencia, pero generalizar este concepto es ofender a todos aquellos habitantes –la gran mayoría de la población- que siendo muy pobres se comportan con sus familias y con la sociedad en un marco moral y éticamente admirable.
En segundo lugar, si según los índices que proporcionaba el INDEC, la desocupación bajaba, la pobreza disminuía, la inflación casi no existía, la actividad económica seguía creciendo a pesar de la crisis, tenemos la mayor participación del salario en el PBI en décadas y, gracias al modelo kirchnerista, Argentina nunca creció tanto desde que se descubrió América, debería haber, como mínimo, menos pobres e indigentes y, por lo tanto, hoy no tendría que estar anunciando a las apuradas un plan de seguridad para combatir una inseguridad que, según ellos es, o una combinación de pobreza y desocupación (que paradojalmente los inculpa), o una sensación promovida por los medios de comunicación.
Estas y muchas otras expresiones desafortunadas de nuestra actual y formal presidenta me generan una especial inquietud: ¿es posible que una mujer que aparentaba tener un apreciable nivel intelectual, muestre tanta extemporaneidad, subjetividad y violación a la ética que debería conducir a la aplicación de las leyes?
Probablemente las euforias verbales de Cristina estén relacionadas con su enfermedad: la bipolaridad.
Probablemente estas euforias verbales estén relacionadas con la enfermedad que su propio psiquiatra, antes de las elecciones, admitió que padecía: la bipolaridad.
Se trata de un trastorno que genera picos alternados de euforia y depresión y que, en su etapa maníaca, la persona que lo sufre puede llegar a conducirse de manera desbordada, o a mentir sin conciencia de estar haciéndolo con tal de lograr el éxito de un objetivo.
Pero la bipolaridad puede llegar a explicar el desatino de sus palabras o su falta de equilibrio emocional, pero no las justifica, porque estamos hablando de la presidenta de una nación, cuyas responsabilidades deberían ser muy diferentes a las del resto de la población.
Además, ella misma se ha encargado de insinuar, durante años, que dispone de un elevado nivel intelectual. Quizás, esta imagen sea sólo una “sensación” y no una realidad, pero aunque así fuera, igualmente debería asumir las consecuencias que esa suposición determina: a los que se reconocen como mejor dotados intelectualmente, se les exige una mayor lucidez en sus palabras y en sus conceptos.
Justamente, la última de las pequeñas historias de hoy, referidas al lenguaje, se trata de un intelectual del grupo de conspicuos intelectuales que apoyan la política socio política y económica del gobierno mediante escritos que llevan el nombre de “Carta Abierta”. Me refiero al sociólogo Horacio González, actual director de la Biblioteca Nacional.
Días atrás recibí por mail un largo texto de González donde se explaya contra la editorial Perfil. Obviamente, no me sorprendió su posición pro kirchnerista. En cambio, me produjo cierta perplejidad el tenor de la misma y la oscuridad de los conceptos vertidos en ella.
En primer lugar debería decir que hay dos maneras de “asesinar” nuestro lenguaje: la más conocida es la de obviar las estructuras formales que lo componen. Los verbos, sustantivos, adjetivos, adverbios y un amplio vocabulario son parte esencial cuando se quiere construir correctamente un texto. Cuando estas reglas básicas del lenguaje no se cumplen, se cometen ciertas aberraciones lingüísticas que acotan el campo del intelecto de una persona.
El polo opuesto es, justamente, la otra manera de “asesinarlo”. Cuando González exagera hasta el paroxismo la construcción de un lenguaje en el que los conceptos, en lugar de transmitirse con palabras adecuadas y sencillas (recordemos que sencillo no es lo mismo que simple), se vierten en un infantil alarde de complejidad literaria que, probablemente, tenga como intención el esconder, justamente, el verdadero concepto que subyace.
Podríamos ubicar a González como un paradigma del discurso kirchnerista. Como gran parte de los de su grupo, deja entrever que aquellos que logran generar consenso para enhebrar una oposición al poder de turno, son parte de una “conspiración”; que las investigaciones periodísticas que se basan en la corrupción de los altos funcionarios del gobierno (que González evidentemente no da por cierta) se trata, en realidad, de “usinas” de las derechas; y por supuesto, la “derecha” es mala y la “izquierda”, con la que él se ha identificado, es la que ostenta la verdad sobre lo que le sucede a la sociedad.
Se trata de una mirada maniquea, proveniente de los extremos ideológicos de la década del 70, que parecía finalmente superado por los gobiernos democráticos que le sucedieron a la sangrienta dictadura militar
El concepto básico del discurso de González –no su fraseología- es muy similar al de Néstor Kirchner y Cristina Fernández de Kirchner: ellos son los buenos que salvarán al país y son los únicos que saben cómo conducir a la población por el camino del bienestar económico y la justicia social. Los opositores constituyen la maldad, la falsedad, la “antipatria” y responden a los más oscuros intereses nacionales y extranjeros. Por supuesto, los indecisos políticamente son idiotas útiles de esos indignos intereses antinacionales.
Se trata de una mirada maniquea, proveniente de los extremos ideológicos de la década del 70, que parecían finalmente superados por los gobiernos democráticos que le sucedieron a la sangrienta dictadura militar, pero que, lamentablemente, la impericia e incapacidad intelectual del matrimonio Kirchner están volviendo a reflotar en la sociedad con consecuencias futuras aun imposibles de prever.
Por ello, creo muy oportuno finalizar esta nota recordando a José Saramago, el genial escritor y reconocido ideólogo de la izquierda marxista, que supo decir que la única verdad absoluta es aquella que afirma que no existe la verdad absoluta.
(*) Enrico Udenio: Autor de los ensayos “Corazón de derecha, discurso de izquierda”, Ugerman Ed., 2005; y “La hipocresía argentina”, LibrosEnRed Ed.,2008.
CYA
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