
Suerte.
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por Enrique Szewach.
“...Te garúa finito, se te pone blandito, tu novia se fue con su novia, se te enmiendan los planes, te cerraron los bares, no te sale una puta canción. Y te enroscas a cuatro manos en este guiso de chiflados, partido chivo el que jugamos: todos atrás y dios de 9, todos abajo y dios de 9, todos atrás y nuestro dios siempre en orsay...”.
Cantan los Caballeros de la Quema, como música de fondo, mientras los otros caballeros ¿O son los mismos?, terminan de armar las listas de candidatos con los que “tentarán” a los votantes el 28 de junio próximo.
Pero la música de fondo no es casual. Es una metáfora que refleja cabalmente la idea de que la suerte se le ha dado vuelta a la Argentina en general y a Néstor Kirchner en particular. No es la primera vez que pasa en la historia reciente de la Argentina. Pasó a mediados de los setenta, con otra crisis de los commodities. Pasó a principios de los ochenta, con otra crisis financiera. También la suerte se le terminó a Menem, cuando un fatídico 17 de agosto de 1998, en una ciudad tan lejana como Moscú, el default ruso decretaba el fin del financiamiento barato y sin condiciones para el mundo emergente, en el que habíamos entrado casi de colados.
La suerte, si tuvo alguna, se le terminó a De la Rúa, cuando Washington eligió a la Argentina para dar una lección de moral y buenas costumbres a los deudores crónicos. La suerte se le terminó, finalmente, a Néstor Kirchner, cuando la burbuja del boom financiero que había llegado con fuerza a la costa de los precios de los commodities agrícolas, industriales y minerales explotó, y cuando esa explosión frenó, de golpe, el crecimiento de la demanda brasileña, en sectores importantes como el automotriz.
Sin embargo, dicen que a la suerte hay que ayudarla, mientras que el kirchnerismo no dejó desastre por hacer, en la buena época, para desalentar la inversión privada en los sectores clave de nuestra economía, agroindustria, energía, infraestructura en general y para no atacar, en serio y, por el contrario agravar, el populismo fiscal que nos domina y caracteriza, casi desde que se escribe la historia. A este panorama, y vinculado con esto último, se le sumó el intento fallido de hacer “caja” con más impuestos al campo. Y el exitoso, de hacer caja expropiando los fondos de pensión.
Pero, a veces, la suerte puede volver. Y esa es una sensación que, de manera incipiente todavía, empieza a surgir del escenario internacional. El mundo ha dejado de caer en picada y cae más suavemente, con más probabilidades de estabilización hacia finales del año. Los precios de los commodities que nos importan también se han nivelado, y hasta muestran alguna posibilidad de recupero. Las políticas anticíclicas de Lula y el resto de los vecinos “pudientes”, están frenando el desplome de la demanda regional. Tibiamente, los pronósticos sombríos han pasado a ser sólo negativos. No es mucho. No es poco.
Personalmente, creo que es temprano para cantar victoria y que, por razones que ya he explicado en otras columnas --básicamente que las crisis de sobreendeudamiento como ésta, tardan más en superarse, mientras se desarma el fenomenal castillo de naipes del mercado de capitales--, todavía podemos tener coletazos importantes. Pero más allá de mi visión personal sobre la crisis global, lo que pretendo, en estas líneas, es explorar un escenario en que “la suerte vuelva”.
Puesto en otros términos ¿Alcanza con la suerte para que la Argentina retome un crecimiento relativamente vigoroso en los próximos meses?. Me apresuro a contestar que no. No alcanza, porque aún en el escenario internacional más optimista, la recuperación global será muy lenta y moderada.
No alcanza, porque estos precios de la soja hay que multiplicarlos --y son consecuencia-- por muchas menos cantidades producidas, por sequía y por desaliento a la inversión tecnológica.
No alcanza, porque el desorden fiscal nacional y provincial no será fácil de ajustar, sin un programa integral, difícil de instrumentar en un escenario político tan volátil como el que enfrentaremos a partir de julio.
No alcanza, porque no será fácil acceder a financiamiento voluntario para renovar deuda pública, dados los antecedentes, el desorden fiscal mencionado, la falta de arreglo aún con Club de París y bonistas que no entraron al canje, las mentiras estadísticas que implican un default parcial implícito.
No alcanza, porque acceder a financiamiento de organismos multilaterales (en especial el “nuevo” FMI) implica aceptar cierta condicionalidad que el gobierno argentino rechaza, y encima ya no le importamos al mundo.
No alcanza, porque liberar mercados hoy altamente distorsionados para alentar la inversión privada, no figura en la agenda oficial (todo lo contrario).
Y no alcanza porque un kirchnerismo triunfante no cambiaría, ni lograría recuperar la confianza perdida. Y un kirchnerismo derrotado, no podría cambiar aunque quisiera.
En síntesis, por ahora, se terminó la suerte y aunque volviera y Dios saliera del orsay, los otros diez, patean en contra.
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