domingo, 20 de diciembre de 2009

FURGÓN DE COLA


Conceptualmente, ¿Qué es lo contrario de una locomotora?…
También, si quisiéramos caer en un lugar común, podríamos llamar a esto: “Crónica de una muerte anunciada”.
Por Susana Merlo

Casi con total indiferencia, y como si el asunto fuera una novedad, el gobierno vuelve a cargar las tintas sobre la carne vacuna, ante el aumento en los precios de la hacienda, absolutamente previsibles para todos los analistas, y después de al menos 4 años de reclamos para que se corrijan las medidas que, indefectiblemente iban a terminar en un déficit de oferta como la actual que, naturalmente, es el impulsor de las subas.

¿Que se puede hacer cuando un gobierno no escucha, se empecina en sus decisiones por erróneas que sean, causa daño a los consumidores, a los productores, y al país, y ni siquiera se hace cargo de lo que generó?.

Corriendo siempre atrás de los acontecimientos, como un furgón de cola, ahora vuelve a amenazar con el cierre de las exportaciones, con los “precios de referencias”, y con otra cantidad de fracasadas herramientas a las que, incluso, le podrán agregar alguna veda, una campaña de desprestigio de la carne para que la gente consuma verduras, y cualquier otro artilugio de la batería dirigista que ya fue ensayada, sin resultados favorables, por prácticamente todos los gobiernos casi desde principios del siglo pasado.

Lo más grave o irónico, es que ninguno de los funcionarios de turno parece haberse dado cuenta, o leído, que ese tipo de medidas fracasaron sistemáticamente en el mundo. También en Argentina. Y volverán a fracasar.

Pero hubo una chance. Después de la devaluación y la licuación de deudas de 2002, el sector ganadero inauguró la Administración Kirchner en equilibrio interno, pero con un panorama internacional más que interesante y con un nombre del producto –la carne- reconocido en todo el mundo.

Si las cosas hubieran quedado simplemente allí, sin siquiera hacer nada a favor, probablemente ahora tendríamos 7-8 millones de cabezas de hacienda por encima del nivel actual. Pero no fue así.

Especialmente a partir de mediados de 2005, con factores internacionales alcistas (muy favorables para el ingreso de divisas de un país cuyo mayor porcentaje de exportaciones -55%-58%- proviene de los alimentos), el Gobierno comenzó a ponerse nervioso, y a intervenir en forma creciente en los mercados. Primero se aumentaron las retenciones, luego trataron de desalentarse las exportaciones recortando reintegros, después se comenzó a hablar de “acuerdos” y “precios de referencia”. La presión sobre la cadena comercial, especialmente en los primeros eslabones de la cadena fue escandalosa, hasta con denuncias infundadas tapa de los diarios nacionales, como la de consignatarios, que nunca fueron demostradas. Tampoco nunca fue explicado oficialmente el brote (¿) de aftosa de Corrientes en enero de 2006.

La situación fue cada vez más tensa hasta desembocar en el inédito, sorpresivo, inexplicable cierre de las exportaciones de carne a principios de marzo de 2006. Y eso fue el tiro de gracia para la actividad que, hasta ahí, y alentada por la buena perspectiva internacional, seguía desarrollándose, aunque a ritmo cada vez menor.

En aquel momento, sin embargo, al estupor le siguió el estancamiento y a este el franco retroceso.

Se había llegado a rondar los 60 millones de cabezas, y la producción genuina de carne ya se ubicaba en 3,2-3,4 millones de toneladas anuales.

La debacle no se hizo esperar, al punto que en 2008 no se pudo cumplir, siquiera, con la apreciada Cuota Hilton para Europa que ese año llegó a superar los U$S 20.000 la tonelada, y este año se logró a duras penas completándola con cortes más baratos.

Comenzó la liquidación y se acentuó con la sequía de los dos últimos años. No habiendo incentivo para la actividad, terminar con las vacas dejando más espacio para la agricultura (soja) aparecía como la única salida, y hacia allí fueron los productores, aunque fueran ganaderos.

Hoy, después de más de 4 años de profundos desaciertos, el resultado es que la Argentina tiene entre 4 y 5 millones menos de cabezas, básicamente vientres, o sea, que se achicó su fábrica de terneros.

A su vez, la falta de rentabilidad (el país muestra hace años el nivel de precios más bajo para la hacienda en pié de toda la región), sumada a la sequía, dio como resultado una mucho menor preñez y parición. Faltan animales para engordar, terneros y, por lo tanto, la población que venía acostumbrada a comer cantidades crecientes de carne barata, producto de la liquidación ganadera, ahora mira como, ante la falta de oferta (carne) los precios se afirman.

Lo sorprendente es que los funcionarios, que deberían haber tomado medidas para frenar la debacle y atenuar los efectos, salen ahora en estampida a querer tapar el sol con las manos cuando ya no hay remedio: las vacas se mataron, se comieron, y su lugar lo ocupa la soja.

Los argentinos tendrán que comer 12 kilos menos el año que viene y 20 menos en 2011. La oferta local solo alcanza para eso excepto, claro está, que se importe (y a precios internacionales).

¿Alcanzará ahora con las bravuconadas de algún funcionario para arreglar las cosas?. Y aunque así fuera (que, naturalmente, no va a ser), ¿Quién se hace cargo del daño? campo 2.0

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