domingo, 3 de enero de 2010

EL FORISTA FANTASMA




Por Julio Doello

Un ciudadano argentino de ideología progresista, que reivindica al cannabis como una forma inteligente de enfrentar la realidad, ha invadido en el último trimestre del 2009 el foro de El Ágora -medio absolutamente libre y modesto- para falsear identidades y vomitar allí diatribas sobre mis presuntas inclinaciones sexuales.

El mencionado forista se puso en acción a partir de mi nota sobre el ciudadano Pérsico. Los memoriosos recordarán que el hijo de nuestro Mesías de los piquetes transportó, en una camioneta del Ministerio de Desarrollo Social, seis inocuas plantitas de marihuana. No tenemos noticias periodísticas de la prosecución de la causa, pero como confiamos en la justicia estamos atentos a sus resultados. Somos ciudadanos persuadidos de que el Poder Ejecutivo no intervendrá para impedir que el inocente hijo del piquetero barbado vaya en cana, a pesar de que su papá es parte de una de las brigadas -quizás podríamos bautizarla “La Brigada Blanca”- que sirve de sostén al proyecto hegemónico de los Kirchner. La “Brigada Negra” está en manos de Luis D’Elía y se dedica a otros menesteres, como tomar comisarías o trompear agricultores. Seguramente seré caratulado por lo menos de inocente, pero descreo de la posibilidad de que la doctora Diana Conti, desde el Consejo de la Magistratura, apriete al juez que pretenda mandar tras los barrotes al párvulo del “Helado Traficante Ideológico”.

Ojalá quienes han privilegiado con su atención las notas que regularmente publicamos en este medio sepan comprender que la pereza intelectual también visita estas páginas, y que siempre existe alguien con un particular patrimonio de resentimientos que procura bastardear el pensamiento libre. Me decepcionaría que el bochorno que seguramente deben provocar las obscenidades que vierte el Forista Fantasma les quite las ganas de seguir participando de este espacio de discusión político-cultural, porque entonces habrán sido vencidos por quienes ya no ponen bombas debajo de la almohada pero procuran sabotear con artes viles los núcleos de pensamiento de los que estamos absolutamente en contra de la berretada kirchnerista. Es más, sospecho que quien nos agravia ni siquiera ha tenido en sus manos otra cosa más peligrosa que una bombita de olor que tiró en la clase de química del secundario, pero, alucinado por un peligroso cóctel de fracasos personales, ideologías bastardas y por algún que otro agujón fumado por aquí y allá, se haya propuesto vulnerar nuestro inquebrantable propósito de discutir el país sin miedos y sin fanatismos.

Barrunto que, por las noches, el Forista Fantasma, después de varias horas de recibir órdenes en alguna repartición pública, en ceremonia secreta, se debe parar frente al espejo, encajarse un uniforme verde, colocarse una barba postiza y calzarse una boina calada, antes de teclear sus ofensas ante la pantalla de la computadora. El travestismo es mucho más que un hombre que se disfraza de mujer. Quizás un paso más allá está la estéril venganza de los condenados, de una cohorte de tipos que perdieron, pero bandolean usando el gris uniforme de la revolución fracasada. De aquellos que se refugian en el setentismo atardecido en el que transcurren sus vidas, porque si asumieran su derrota deberían optar por el tiro del final, que en este caso seguramente sí les va a salir. Sus escudos psicológicos son un vano intento de parodiarse a sí mismos. En todo neuropsiquiátrico siempre hay algún émulo de Napoleón o el Ché Guevara.

No me ha tocado en suerte ser puto. Pero si así hubiera sido, habría querido ser un puto como Oscar Wilde o como Milk. Solo que padezco la dulce condena de amar la condición femenina y, es más, gasto más tiempo en tratar de convencer a mi mujer, con la cual convivo hace veintitrés años, de que me siga amando que en rellenar los huecos intelectuales que me atormentan o en trazar planes operativos para ayudar a transformar activamente los síntomas de una época siniestra.

Le ruego a los foristas serios, aquellos que se complacen o se indignan con mis opiniones, que sigan retroalimentándonos con sus libres pensamientos. A nadie escapa que soy, fui y seré peronista y borgista hasta el instante en que detecte que Perón en política y Borges en literatura consiguieron su propósito y fueron superados por nuevas generaciones de políticos y de escritores que lograron el cumplimiento del legado común que los engrandece: ambos aspiraron a ser nada más que “dos fechas abstractas y el olvido” como dijo el aeda ciego. ¿O qué significa sino decir “mi único heredero es el pueblo” que un deseo profundo de diluirse en el porvenir? Todos sabemos que para trasvasar el pasado hace falta crear un presente superador. Ahí está el verdadero desafío. Cuando lo logremos, quienes escribimos y quienes militan en política seremos verdaderamente libres. Sin íconos para todo uso, para la cartera de la dama o el bolsillo del caballero, como Borges y Perón, que perviven en mano de mediocres, estropeando la autoestima de aspirantes honestos a literatos y políticos.

Quisiera terminar estas reflexiones desordenadas aquí. Sin embargo me vence la hipérbole y no resisto la tentación cuchillera que me fue inoculada durante mi niñez, en Entre Ríos. ¿Por qué el Forista Fantasma no da la cara y le procura una satisfacción a mi honor? ¿Acaso es un irredimible “mariquita”? ¿Quizás está enamorado de mí y por pura distracción lo he despechado? ¿Acaso -y digo esto porque soy un hombre grande y he cometido muchos pecados- alguna vez me acosté con su madre y la abandoné?

Aunque suene antiguo y esté prohibido, es honroso concederle a un agredido la oportunidad de presentar sus padrinos y darle a elegir las armas. Pero claro, para eso hay que tener valor. Reclamo para mí ese privilegio a pesar de que no dispongo de un guante blanco con el cual azotar su mejilla y, es más, no dispongo siquiera de una mejilla visible. El campo del honor sigue siendo una propuesta más viril, a pesar de su ilegalidad, que la casamata virtual en la que anida un cobarde franco tirador cibernético que se solaza disparando a blancos fijos desde su cómoda impunidad.

Es cierto, sin embargo, que quien está de acuerdo con que hordas que se tapan la cara con pañuelos, aprovechando la laxitud del Régimen Austral, invadan impunemente la ciudad sin que le sea permitido a la policía identificarlos, seguirá creyendo que la clandestinidad procura beneficios. Pero aun así me queda un consuelo. Más temprano que tarde, como todo calumniador serial, su ego enfermo no resistirá a la tentación de mostrarse, y entonces lo desafiaré a un lance de palillos chinos en la oscuridad. Allí se verán los hombres.

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