jueves, 14 de enero de 2010

LULA Y LA POBREZA


Río Negro - 14-Ene-10 - Opinión

Editorial
Lula frente a la pobreza

Si bien es habitual ubicar al presidente brasileño Luiz Inácio Lula da Silva en el lado izquierdo del mapa ideológico, su actitud hacia la pobreza tiene mucho en común con la de los conservadores. En los países de cultura occidental, por lo menos, los "progresistas" o izquierdistas suelen atribuir la pobreza a la maldad de los ricos o a lo perverso que según ellos es "el capitalismo salvaje", dando por descontado así que los pobres son víctimas pasivas cuya condición se debe a la falta de justicia social, pero en una entrevista reciente Lula hizo hincapié en la necesidad de que "la próxima generación de brasileños tenga todas las condiciones para contribuir productivamente a la sociedad". Asimismo, se despachó contra el asistencialismo, afirmando que "lo único que consigue es reproducir la pobreza". En boca de un liberal, tales palabras serían denunciadas por los biempensantes como un intento más de hacer creer que las víctimas de un sistema socioeconómico maligno son las responsables de su propio destino y que por lo tanto no merecen ser ayudadas por los demás, pero por ser Lula el dirigente centroizquierdista más célebre de América Latina, los progresistas no pueden acusarlo de indiferencia ante la desigualdad económica extrema que es una de las características más notorias del país que gobierna.

A diferencia de casi todos los líderes izquierdistas de la región que son de clase media, Lula se formó en el seno de la clase obrera. Sabe personalmente lo que es la pobreza extrema y, lo que es más importante todavía, sabe cómo son muchos pobres. Así, pues, puede analizar los problemas que enfrentan y lo que sería preciso hacer para superarlos sin la sensiblería que es tan típica de quienes se suponen motivados por la solidaridad. Merced a su experiencia personal, entiende que el asistencialismo sistemático e institucionalizado, sobre todo cuando degenera en clientelismo, constituye una trampa de la cual no es nada fácil salir, ya que en última instancia el futuro de los pobres dependerá de sus propios esfuerzos. Tratarlos como "víctimas", poniéndolos bajo la tutela de presuntos benefactores políticos o sindicales, es una buena manera de impedir que se dediquen a estudiar o a adquirir la "cultura del trabajo" que andando el tiempo les permitiría "contribuir productivamente a la sociedad". Consciente de dicha realidad, Lula, cuyo gobierno ha logrado reducir el nivel pavoroso de pobreza y de indigencia de Brasil, insiste en que "no estamos regalando nada; lo que estamos haciendo es ayudar a las personas a ayudarse a sí mismas".

En toda sociedad civilizada, cierto grado de "asistencialismo" es imprescindible porque siempre habrá algunos que, por su edad o por razones médicas, no estén en condiciones de valerse por sí mismos, pero sólo es cuestión de una minoría pequeña. Cuando por motivos políticos o ideológicos un gobierno aumenta demasiado la cantidad de dependientes de los servicios sociales, las consecuencias son negativas. En distintos países de Europa, ya se cuentan por millones las familias en que desde hace dos o tres generaciones ningún integrante ha tenido un empleo genuino. La cultura que como resultado se ha engendrado afecta a comunidades enteras, algunas conformadas mayoritariamente por los hijos de inmigrantes, en las que el nivel educativo es lamentable, el delito es endémico y la hostilidad rencorosa hacia quienes no comparten los valores parasitarios imperantes se manifiesta periódicamente a través de estallidos de ira colectiva. Huelga decir que Lula no tiene la intención de repetir los errores cometidos por aquellos gobernantes del Primer Mundo que, al minimizar la importancia de la iniciativa personal, han en efecto condenado a una proporción significante de la población local a la desocupación permanente, puesto que por razones que pueden calificarse de culturales hay muchos europeos y norteamericanos que nunca serán capaces de encontrar un empleo satisfactorio. Aunque el mismo fenómeno se da en nuestro país y en otros de América Latina, todavía no ha alcanzado la misma gravedad que en Europa, de suerte de que aún hay tiempo en que asegurar, como quiere Lula, que los pobres sean los auténticos protagonistas de la lucha contra la miseria eliminando los obstáculos que sirven para mantenerlos atrapados.

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