sábado, 16 de enero de 2010
PREGUNTA PICANDO
"Obcecación asnal, para ser fuerte,
"nada más necesita la criatura,
"y en cualquier infeliz se me figura
"que se mellan los garfios de la suerte"
Almafuerte
Todos hemos visto, y sufrido desde hace un mes, el sainete protagonizado por la inteligentísima señora Presidente y su cohorte de ministros y funcionarios repetidores de consignas, por un lado, y este pseudo héroe que don Néstor ha sabido fabricar, con el mero recurso de transformarlo en su enemigo, por el otro.
Si no resultara tan trágico, por ser nosotros argentinos, deberíamos estar -como hace el resto del mundo- muriéndonos de risa frente a tanta payasada, tanto oficialista cuanto opositora, y hasta "panqueque".
Mejores y más experimentados analistas ya han gastado chorros de tinta en tratar de descifrar los recónditos meandros de las decisiones adoptadas desde Olivos, y de analizar cada una de las reacciones diferentes que el disparate kirchnerista ha generado en la sociedad y en los mercados internacionales. Por ello, resultaría redundante extenderme sobre tales aristas; sin embargo, hay una, en particular, que parece no haber sido considerada.
Tiene que ver con la cerrada negativa del tirano de Olivos a aceptar la rama de olivo que le ofrecieron los opositores para que, a cambio de entregarle la cabeza del nuevo rebelde, convocara a sesiones extraordinarias para considerar los decretos de necesidad y urgencia vinculados con el nonato Fondo del Bicentenario.
Y eso se vincula, naturalmente, con el título de esta nota. Si don Néstor no está dispuesto hoy a correr el más mínimo riesgo en el Palacio Legislativo, pese a las dudas que rodean a la actitud que adoptarán los senadores de Neuquén, de La Pampa y de Corrientes, ¿qué hará en marzo, cuando ya no pueda frenar, con artilugios legales indignos, las reuniones de las cámaras del Congreso?
Tengo la sensación que nadie se ha formulado una pregunta tan elemental.
Mi opinión, ya conocida por mis sufridos lectores, es que, ante la segura pérdida del poder real -llámese control del Consejo de la Magistratura, cesión de fondos coparticipables y degradación de los distintos organismos de contralor gubernamental- que implicará la nueva composición legislativa, Kirchner estará dispuesto -y lo ha demostrado hasta el cansancio- a hacer cualquier cosa, aún aquéllas inimaginables en una sociedad moderna y, al menos teóricamente, democrática.
Cada vez estoy más convencido que lo primero que hará -y estará obligado a ello, ya que la alternativa será la cárcel o el exilio, éste sólo en la hoy muy incómoda Venezuela, y la pérdida del imperio económico que ha montado, a manos de quienes hoy se desempeñan como meros testaferros- será evitar que comiencen las sesiones ordinarias.
Pensemos, entonces, a qué mecanismos podrá recurrir para lograrlo; e imaginemos todos los posibles.
Es obvio que no le resultará fácil fraguar una epidemia generalizada que impida, por razones sanitarias, las grandes reuniones de individuos; tampoco podrá, meramente, cerrar el edificio parlamentario para realizar en él reformas como las del Teatro Colón, ni creo que se le ocurra tirar una bomba sobre el Congreso, o demolerlo.
¿Qué queda, pues? Sólo le restará inventar una conmoción interna de tal magnitud que justifique, al menos por un rato, la declaración del estado de sitio, la suspensión de las garantías constitucionales y la disolución del Parlamento.
Juro que he hecho grandes esfuerzos de imaginación para tratar de encontrar una salida distinta; especialmente porque un gran grupo de amigos ya me considera tan agorero como a Lilita Carrió. Sin embargo, y en la medida en que no la he encontrado, recurro a quien accedan a esta nota para que sumen sus intelectos y me convenzan de lo contrario.
Nótese que, a esta altura de los acontecimientos, nada de lo que parecía imposible lo es: un jefe de gabinete que desacata una orden directa de un juez de la Nación, un ministro de Economía que descalifica a un juez norteamericano, una presidente que miente descaradamente e inventa conspiraciones que involucran al mundo entero, un ministro que "aprieta" a una juez con la Policía, funcionarios y sindicalistas que matan pacientes graves con medicamentos "truchos", un juez que no duda en sobreseer en segundos a enriquecidos ilícitamente, y miles de etcéteras.
Frente a todo eso, y salvo una serie de acuerdos mínimos, los opositores no parecen darse cuenta de la graved ad de la situación: siguen intentando bailar el vals al ritmo del malambo que tocan desde Olivos, y continúan tratando de portarse como caballeros en un ambiente lleno de tahúres.
Pero, hoy, más allá de los ideales de buenos modales, está en juego la República misma. Por eso, resulta indispensable que esos mismos opositores se pongan de acuerdo y, autoconvocando al Congreso, impidan a don Néstor seguir ajustando los detalles de su plan de batalla. ¿O creen, realmente, que el tirano de Olivos y su mandada "descansan" en Calafate?
Enrique Guillermo Avogadro
Abogado
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