sábado, 31 de diciembre de 2011

ESTO ES LO QUE PASA



Vísperas inquietantes de un incierto 2012

por Pepe Eliaschev

La revelación de la enfermedad de Cristina Fernández, unida a los ominosos desórdenes que plagan de inestabilidad a Santa Cruz, la provincia que la familia Kirchner gobierna como feudo propio hace nada menos que 20 años, más la confirmación de nuevos y suntuosos enriquecimientos patrimoniales de la sociedad que comanda sus inversiones, tiñen de manera inconfundible un fin de año al que en la Casa Rosada fantaseaban mucho más luminoso. No hay jolgorio.

Pero hasta ahora, el estado del mundo se había convertido para el gobierno kirchnerista en excusa y gruesa herramienta arrojadiza y de oportunidad. Como anillo al dedo, las imágenes y las simplificaciones provenientes del deficitario estado de Europa y los Estados Unidos fueron puestas por el gobierno al servicio de un rudimentario expediente casero. Así, la crisis de la Unión Europea y el abismo en que cayó la llamada “eurozona”, tras las bruscas convulsiones de los Estados Unidos, no fueron temas de seria preocupación para el ánimo común de los argentinos durante 2011. Por el contrario, mientras el gobierno daba rienda suelta a su adolescente entusiasmo por la temible deriva del capitalismo contemporáneo, en la propia sociedad civil se observa una curiosa sintomatología. Es como si el panorama de recesión que campea en gran parte del mundo industrializado fuese la exacta contracara del “éxito” argentino, un resultado ante el cual se regocijan, porque acreditaría que la Argentina, en cambio, hizo bien las cosas y por eso vive con felicidad los extensos asuetos de fin de año.

La fortísima borrasca que mantiene al capitalismo en turbulencia aguda, es un fenómeno de características amplias y diversificadas: no hay crisis “nacionales” endógenas en la era de una globalización irreversible. Los acontecimientos no dejan de agudizarse desde 2008. En las naciones llamadas ricas o prósperas respecto de la miseria o inadecuaciones de otros países, se profundizó una crisis de opulencia.

BIENESTAR

Tras décadas de bienestar social asentado en leyes promulgadas con la ilusión de que los recursos serían infinitos, las sociedades post industriales sufren ahora mismo un desajuste brutal. Procesos previos de enorme repercusión aseguraron una larga era de mejoras evidentes en la salud y en el bienestar de las sociedades. Dos de ellas: la expectativa de vida crece sin parar año a año, y el progreso asombroso de la medicina va consagrando niveles de éxito terapéutico hasta hace pocos años inimaginables. La farmacopea milagrosa del siglo XXI, los aportes deslumbrantes del diagnóstico clínico por medios digitales y la incesante acumulación de avances en cirugía, prótesis y métodos no invasivos, construyó una base monumental de logros que ahora se toman como “naturales”. Las sociedades modernas de Europa, América del Norte, Japón y un puñado de naciones avanzadas han naturalizado sus logros. La ciencia y la tecnología han galopado a velocidades enormes. El género humano dispone hoy de conocimientos, técnicas y recursos de base científica que reclamaron ingentes inversiones, pero que resulta imposible trasladar de inmediato a toda la sociedad como un mero “derecho” del que todos pueden usufructuar cuando quieran.

Esa Europa apestada hoy por la desocupación, es la que durante no menos de tres décadas abrió las escotillas de las migraciones extra comunitarias para dotar a su sofisticada población económicamente activa del componente humano no disponible en sus viejas naciones. Los ex campesinos y los ex camareros ya no querían levantar cosechas, ordeñar vacas ni servirle la comida a nadie.

La oferta de bienestar y progreso ha sido colosal y su diseminación trituró las fronteras; a ese bienestar visualizado por todos en las imágenes de la TV y por internet, nadie quiere renunciar y es comprensible que así sea. Es una crisis de fragmentación; el clamoroso fracaso del comunismo en Europa instaló la racional conciencia de que el socialismo de corte soviético era una tétrica yunta de pobreza y autoritarismo. Reconfigurar a las ex dependencias semi coloniales de la Europa del Este y, a la vez, hacerse cargo de los costos galácticos del ingreso a Europa de países como España, Portugal y Grecia, no podía sino generar un stress brutal y traumático. En un ciclo caracterizado por el “todos toman” pero solo “pocos ponen”, el dislate se hizo patente y las turbinas se fatigaron.

BANQUEROS

Junto a este fenómeno, el paradójico impacto de las crisis de la riqueza al tropezar sus fuentes propias para afrontarla de modo equilibrado, se acopló con un evidente desgobierno del sistema financiero global, responsable necesario (pero no único ni excluyente) del asfixiante cuello de botella que se hizo evidente durante 2001. Llamado genéricamente “los mercados”, este actor mundial ha desarrollado poder autónomo propio y sus acciones son de muy dificultosa administración. Las prescripciones aparentemente duras y simples, sencillamente no funcionan. En un mundo sin husos horarios ni fronteras tangibles, el dinero es líquido y fluye más rápidamente que cualquier disposición normativa aislada.

Tanto los gobiernos europeos como el de los Estados Unidos suelen ser acusados de proponerse salvar a los bancos, mientras hunden a los pueblos. ¿Por qué querrían hacerlo? ¿Por pura e incurable maldad? ¿Por mera complicidad “de clase? El razonamiento de políticos como Merkel, Sarkozy, Monti, Rajoy, Cameron y hasta el propio Obama se apoya en una mirada desapasionada y cruda, polémica pero significativa: no se puede depurar el cuadro de toxicidad financiera yendo frontalmente contra un compacto global de manejadores de capital que siempre disponen de alternativas y opciones.

El libre albedrío del mercado de capitales ha contribuido a un agudizamiento de la inequidad social, no hay duda, pero este punto debe ser visto también en la perspectiva del enriquecimiento global que se vivió en esas naciones desde comienzos de los años sesenta del siglo XX hasta los primeros años del XXI. Para el votante promedio en estas democracias, el estado de garantías y derechos adquiridos es poco menos que intocable. Y cuando tales bienes son afectados o reducidos, siempre partiendo de niveles muy altos, aparece la demanda estentórea, la que han proferido con más escándalo que eficacia los “indignados”, que nunca han dejado de ser una minoría.

Como dice en su informe “¿Y, quién paga la fiesta?”, Jorge M. Vrljicak (de West Side Consultants), “en el tema de los rescates, tanto de países como de sectores, no hay magia, finalmente alguien se hace cargo, alguien paga la cuenta. No cabe duda de que la crisis que eclosionó en 2008 se produce porque se gastó más de lo que se tenía y de lo que se podía producir. El financiamiento solo hace posponer el momento de la verdad. Pero en algún momento, éste acontece inexorablemente. Y la quiebra finalmente se paga. Una manera de pagar es por medio de la usurpación, la segunda es por la pérdida de oportunidades que no volverán”. Para Vrljicak, “un salvataje no es otra cosa que la suspensión de un proceso degenerativo, con la esperanza de que las cosas puedan tomar otro rumbo y se pueda generar nuevamente riqueza. Es un esfuerzo para minimizar los costos de las pérdidas pasadas y futuras, acaecidas por decisiones imprudentes. Y en esto de los salvatajes, estos mismos pueden ser imprudentes y generar otros ciclos de quiebras, como los incendios que a su vez generan más incendios no relacionados con los primeros”.

¿Dónde aparece en todo eso la Argentina? Según las duras reflexiones de Vrljicak, “en el caso de la Argentina, por mucho que se la quiera disfrazar con argumentos ideológicos, ésta decidió que los costos los pagasen otros, esto es, los acreedores del exterior. Y llamar a esta decisión exitosa es esencialmente no reconocer que hubo errores que llevaron al país a la quiebra y que se decidió usurpar y confiscar”. Reconoce algo: “que el país haya crecido luego de ello, no quita lo anterior. En verdad se usurpó y se confiscó. Moraleja brutal: “en el fondo, no es distinto que una usurpación por medio de la guerra, sólo que realizada solapadamente. Es quitarle al otro por la fuerza”, mientras que en el planteo anglosajón “se separa la causa de la consecuencia, es pura esquizofrenia política. Pero finalmente es lo que es, es una política que no reconoce la realidad”. Entonces, ¿qué hacer con los proyectos tronchados, los tiempos perdidos, los salarios caídos, el desempleo subsecuente? Sugiere: “la única manera de progresar es aprender de los errores cometidos, pero si hay negación de la realidad nunca habrá aprendizaje. Esta es la lección europea. La usurpación, guerra mediante ó no, es absolutamente inútil”.

Pertinente reflexión para la Argentina, siempre convencida de que, privatista o estatista, liberal o populista, en cada etapa que acomete, este país tiene invariablemente la razón y le aguarda el éxito. Temas hoy demasiado sofisticados para un país que, aunque le cueste digerirlo, entra en un nuevo año inexorablemente sobrevolado por perspectivas muy preocupantes, al margen de lo que ocurra tras la intervención quirúrgica de la Presidenta en el Hospital Austral, este martes 4 de enero.

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