viernes, 23 de diciembre de 2011
QUE HACER ???
Por Agustín Laje (*)
En una reciente editorial titulada “Antes que económica, nuestra crisis es moral” intenté establecer la raíz de nuestras torpezas, separando las consecuencias de las causas: el origen de nuestros problemas como sociedad está en el código moral colectivista que hemos adoptado, fue la conclusión.
Posteriormente, en otra editorial titulada “Autocrítica”, traté de efectuar el imprescindible mea culpa que nos cabe a todos aquellos que estamos en la vereda opuesta del colectivismo (llámese a este último izquierdismo, socialismo del Siglo XXI, kirchnerismo, estatismo, neocomunismo, o comoquiera que se lo denomine): no haberse preparado para dar batalla intelectual y haber cedido este campo por entero a la izquierda, fue la conclusión.
A los efectos de completar esta serie de ideas, estimo necesario en mi última editorial del año responder −muy resumidamente− a una insistente interrogante: ¿Entonces qué podemos hacer?
EL PODER DE LAS IDEAS
No caben dudas de que si la izquierda hoy goza de hegemonía tanto cultural como política, eso es porque primero ha sabido moverse de manera astuta en el terreno de las ideas imponiendo extensa e inadvertidamente su distorsiva visión del mundo. Después de todo, la cultura no es sino una mixtura de ideas arraigadas socialmente (compuestas por creencias, tradiciones, costumbres, etc.) y la política no es sino la idea llevada a la praxis.
El poder de las ideas es, por tanto, determinante. Ludwig von Mises explicó que “La historia de la humanidad es la historia de las ideas. Son las ideas, las teorías y las doctrinas las que guían la acción del hombre, determinan los fines últimos que éste persigue y la elección de los medios que emplea para alcanzar tales fines”.
La izquierda, podría decirse que desde los orígenes mismos del marxismo (la filosofía de Marx mantiene que el conocimiento debe estar orientado a transformar la existencia), ha entendido sobradamente el poder de las ideas. Si se desean ejemplos contemporáneos y nacionales, el kirchnerismo como fuerza política inscripta en la filosofía colectivista, ha dado importantes lecciones al respecto: los intentos por controlar no sólo la realidad del presente manipulando información y diseminando ideología a través de medios comprados y comunicadores rentados, sino también la adulteración del propio pasado montando un relato historietístico de los años `70 y, más recientemente, fundando un Instituto de Revisionismo Histórico que acomode la historia en función del ideario que sustenta sus maniobras políticas, bastan como para que el lector compruebe que la izquierda ha entendido muy bien que las ideas mueven a los hombres y que jamás −ni aún siendo gobierno− deben descuidar ese campo.
Contrariamente, aquellos que en resumidas cuentas defendemos las libertades individuales por sobre la coerción estatal; que creemos que la igualdad es ante la ley y no a través de ella; que promovemos la responsabilidad individual y no la holgazanería subsidiada, es decir, aquellos que para simplificar nos encontramos en la “derecha” del espectro ideológico, hemos descuidado mortalmente la batalla de las ideas. En efecto, creemos que la filosofía se trata de divagaciones alejadas del mundo real −aunque nuestra cosmovisión esté determinada por lo que pensaron en su momento quienes probablemente nunca leímos−; que los intelectuales son ratas de biblioteca cuyos aportes no tienen ninguna incidencia en el mundo tangible −aunque sean en verdad los responsables ocultos de los grandes hitos de la historia del hombre−; que las artes y la cultura en general son cuestiones de escasa importancia −aunque sin darnos cuenta educan y adoctrinan a nuestros vecinos en el izquierdismo más rancio−; que la literatura es un pasatiempo o un simple hobbie −aunque, sin reparar en ello, ésta inyecte en la sociedad el lenguaje que luego filtrará a nuestros ojos la realidad de una manera determinada−.
¿Se ha preguntado por qué la mayoría casi absoluta de filósofos, sociólogos, antropólogos e intelectuales en general son de izquierda? Pues esa es la respuesta: los hombres de “derecha” hemos estado siempre más atraídos por la dimensión concreta y tangible del mundo.
¿QUÉ NOS TOCA HACER? LA RESPUESTA GENÉRICA
De lo expuesto se deduce rápidamente que nuestro quehacer se encuentra indefectiblemente vinculado a la noción de idea. En efecto, si estas son las que determinan la forma en que una sociedad percibe la realidad, y la sociedad en un sistema electoral es la que elige a sus representantes (no decimos sistema democrático porque le queda demasiado grande a la Argentina kirchnerista), llevar adelante una ofensiva dentro del mundo de las ideas se constituye en la principal meta de quienes pretendemos poner freno a los amantes del Estado paternalista y la servidumbre.
Podría decirse que una idea mantiene vigencia social en la medida que da forma al código moral de los individuos que habitan en esa sociedad; una idea mantiene su vida, por otro lado, en la medida de que disponga de personas que la defiendan y promuevan sus valores permanentemente. Nuestras ideas no mantienen vigencia social (así están las cosas después de todo), pero afortunadamente aún mantienen su vida.
Ahora bien, una idea se fortalece principalmente como producto tanto de una cuestión intrínseca (su contenido argumentativo y su coherencia con la realidad) como de una cuestión extrínseca (la promoción y el alcance que a tal idea se le da). La izquierda −a falta de resistencia al margen de contadas excepciones− se ha visto con el camino allanado para formular ideas que al no ser refutadas obtuvieron al mismo tiempo poder intrínseco (pues como se le opusieron pocas o ninguna idea, recibieron casi automáticamente el status de “verdaderas”) y extrínseco (pues habiendo previamente copado la educación, la cultura y los mass media, las promovieron ampliamente).
De ello resulta claro que si queremos fortalecer nuestro ideario, debemos intensificar primero que nada nuestra formación y al mismo tiempo promover la generación de nuevas ideas. De manera casi simultánea, será menester descubrir nuevos canales de difusión que las pongan en circulación. En efecto, cometemos un grueso error al creer que para divulgar ideas precisamos inexorablemente de grandes medios de comunicación y el control total de las universidades. Claro que el peso específico de sendos espacios a la hora de difundir es superlativo, pero lamentablemente debemos ser conscientes que nos toca jugar el papel de quienes resisten una hegemonía cada día más consolidada.
En la era de Internet, por ejemplo, cualquiera que disponga de conexión puede contribuir en la difusión de ideas a través de las redes sociales, en los foros virtuales de discusión, en los reenvíos de e-mails, o mandando una simple carta de lector a un diario solicitando su publicación.
Vale destacar que no debemos pretender “poner de moda” nuestras ideas como lo hace la izquierda con las suyas, pues el resultado de la persuasión irreflexiva es aquel autómata (en los últimos tiempos multiplicado de manera exponencial) que repite sin saber lo que dice, y que defiende todo aquello cuyas consecuencias desconoce. Se trata, por el contrario, de acabar con esas “ideas de moda” promoviendo procesos reflexivos y críticos que pongan sobre la mesa nuevas alternativas de pensamiento.
¿Y A MÍ QUÉ ME TOCA? LA RESPUESTA ESPECÍFICA
Nadie que, creyendo en los valores y las ideas antedichas, y considerándose un detractor de la filosofía según la cual el hombre es un animal que debe ser sacrificado en nombre de la sociedad, puede al mismo tiempo pensarse por fuera de la batalla de las ideas. Cada quien, sin importar su sexo, su edad o su ocupación, desde su lugar puede contribuir en el fortalecimiento de nuestro ideario.
¿Sos intelectual? Pues tu contribución está vinculada al fortalecimiento intrínseco de las ideas.
¿Sos comunicador? Pues podrás contribuir traduciendo a lenguaje sencillo las ideas para que la sociedad en general las comprenda, y diseminando en tus escritos o alocuciones el ideario de la libertad.
¿Estás en política? Pues puedes contagiar a quienes militan contigo de nuevas alternativas de pensamiento. Si ocupas un espacio de poder, se abren incluso mayores posibilidades.
¿Eres profesor? Pues, aún cuando la libertad de cátedra en la Argentina sea una entelequia, puedes contribuir enseñando a tus alumnos las dos campanas, generando un proceso de pensamiento reflexivo auténtico. No olvides que la juventud es la etapa de mayor receptividad ideológica: lo que se incorpora a esa edad según las teorías de socialización, suele acompañar por el resto de la vida al individuo.
¿Sos padre, madre, hermano o amigo? Pues puedes contribuir dialogando con tu hijo, hermano o amigo sobre tu visión de las cosas y explicándoles qué valores defiendes.
Nuestras ideas, como se dijo, aún están con vida y así permanecerán mientras haya gente dispuesta a defenderlas. Va de suyo que asistimos a una lucha desigual fundamentalmente por una cuestión de medios y recursos. No obstante, y como se vio, hay muchas cosas que podemos hacer mientras tengamos en claro que la peor batalla es la que no se ha luchado.
(*) Tiene 22 años, es autor del libro “Los mitos setentistas” y coautor de “Plumas Democráticas”.
agustin_laje@hotmail.com | @agustinlaje | facebook.com/aguslaje
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