sábado, 31 de diciembre de 2011
LOS MUCHACHOS PREBENDA
Entorno agitado
Muchachos cristinistas
Las espadas del pensamiento y la acción oficial se cruzan
duro en el momento menos oportuno. Culpas y riesgos.
por Alfredo Leuco
De pronto, en un segundo, Cristina, la mujer más poderosa de nuestra historia política, puso su vida en manos de un cirujano santafesino. Corrió frío por la espalda de la democracia y de 40 millones de ciudadanos. El cáncer se transformó en metáfora de la fragilidad del ser humano y la soledad del poder, ejercido en forma unipersonal, dejó de tener todas las respuestas. Muchos se preguntaron mil veces sobre la utilidad de tanta concentración en una sola espalda y por la nula representatividad de la línea sucesoria, tanto de Amado Boudou como de Beatriz Alperovich.
Fue muy extraño porque sucedió justo en un momento de cuestionamientos puertas adentro del kirchnerismo como no había ocurrido jamás en ocho años. Lo nuevo es que algunas incipientes rebeldías agrietaron el relato monolítico y el dique de contención del debate interno. A saber:
Una ley de terror. El ala frepasista se atrevió a levantar la voz contra una orden de la Presidenta aunque, en su versión parlamentaria, votó “con obediencia debida, escupiendo para arriba”, como calificó Pablo Micheli, líder de la CTA. Horacio Verbitsky, Eugenio Zaffaroni, Estela de Carlotto, Hebe de Bonafini y Ricardo Forster coincidieron en señalar que el Gobierno cedió ante “una extorsión de los Estados Unidos a través del GAFI”. También en que el concepto de terrorismo es bastante difuso (etéreo, dijo Forster) y que el peligro no es el gobierno de Cristina, que ya demostró que no criminaliza la protesta social, sino “los jueces de la dictadura o los gobiernos fachos que puedan venir” (Bonafini). Algunos se animaron a pedirle a la Presidenta que vetara la ley, pero ella se expresó a través de sus diputados. Desde Martín Sabbatella hasta Remo Carlotto votaron esa ley represiva y reaccionaria pese a que los números siempre fueron holgados para el oficialismo.
No me peguen, soy Feinmann. La blogosfera K todavía está debatiendo qué fue peor: la declaración filmada que José Pablo Feinmann le hizo al diario La Nación, la que luego quiso aclarar y oscureció por radio, o su intento de victimizarse de una puñalada en la columna que escribió en Página/12. Hubo críticas feroces como pocas veces entre “gente del palo”. Terminología que habitualmente se utiliza contra los que están del otro lado de la medianera que divide el campo popular de la derecha destituyente. En la versión puntocom de los productos subsidiados de Diego Gvirtz se acusó a Feinmann de haber actuado “sartreanamente de mala fe” porque “ofreció en bandeja de plata el mejor título que podría haber deseado La Nación”. Feinmann exigió cosas insólitas, como que Cristina done diez millones de dólares para construir un barrio, y fue muy duro con los camporistas de Estado por tener “un exceso de pragmatismo y carencia de ideas”. No entendió que Cristina toma cada reproche a La Cámpora como un insulto personal. En su último discurso público, la Presidenta tuvo sentado en primera fila al estado mayor de esa agrupación, que actúa como el brazo ejecutor de las ideas de la única persona en la Tierra capaz de cuestionar en la cara a Cristina: Máximo. Ricardo Forster le tiró un gancho de izquierda al lugar más vulnerable de Feinmann: su ego. Le dijo textualmente a María O’Donnell que “su problema era ser feinmanniano, porque si es sólo él, no piensa que también hay un nosotros. No supo salir de ese horrible discurso que construyó”. Es que Feinmann no sólo manifestó su incomodidad por “adherir a un gobierno popular de dos multimillonarios que te hablan de hambre”, en referencia a la fortuna de más de 70 millones de pesos que el matrimonio Kirchner acumuló durante estos años en los que tuvo cargos públicos, desde 1987. Después, quiso justificar lo injustificable y al igual que la diputada Diana Conti en su momento planteó algo así como que Cristina necesitaba el dinero por si en algún momento tenía que exiliarse.
Aristocracia obrera y ajuste ortodoxo. Julio Piumato logró un récord. Fue el primer kirchnerista que tuvo la osadía de llamar “gorila” a dos cuadros de confianza de la Presidenta: Aníbal Fernández y Ricardo Echegaray. Fue una respuesta a los cuestionamientos antisindicales que la Presidenta volvió a plantear ante los gobernadores y en clara referencia a los camioneros, judiciales, trabajadores de la AFIP y de Aerolíneas, entre otros, que llamó “aristocracia” que defiende más sus privilegios que los derechos laborales. Fue Bakunin el primero que utilizó en 1872 el concepto de “aristocracia obrera” al decir que esas elites laborales “no son la flor del proletariado” ni los más revolucionarios. Pablo Moyano no entiende de sutilezas anarquistas y amenazó con tirarle el camión encima a la patronal y consiguió el bono de 2.500 pesos para fin de año que otros gremios envidian y quieren imitar. Por eso, porque no se domestican ante Cristina, está “suspendido” para siempre el diálogo entre la Presidenta y el jefe de la CGT. Hay agendas distintas para el futuro próximo. En el cuestionamiento al titular de la AFIP, además de los gremialistas del sector que lo acusaron de “creerse Dios y tener actitudes casi dictatoriales”, se sumó un dirigente honesto y valiente que se las trae, Marcelo Saín. Primero respaldó la versión de intelectual crítico de Feinmann, aunque luego el recule en chancletas del filósofo lo dejó colgado del pincel. Pero Saín, que es diputado por el sabbatellismo, fue muy feroz contra Echegaray al sugerir que había “protegido a contrabandistas en la Aduana”. Dicen que habrá más informaciones para este boletín y que en los próximos días Saín aportará una denuncia con pruebas firmes. Eso dejaría a Echegaray con un pie afuera del Gobierno y a Saín con los dos afuera del kirchnerismo y acusado de “traidor”.
La Cámpora destituyente. Institucionalmente, es peligroso que legisladores o funcionarios camporistas sólo acaten las órdenes de Cristina o Máximo y desafíen a sus superiores. Es el caso de Cobos pero al revés. Daniel Scioli lo padeció desde el primer minuto y fue sólo un anticipo. Le pasó lo mismo a Daniel Peralta, el gobernador santacruceño más despreciado por Cristina. Esa obsesión presidencial produce inestabilidad destituyente a los jefes provinciales que fueron elegidos por el mismo voto popular que ella. Intervenir o teledirigir las provincias en forma encubierta no es un ejemplo republicano. Cierta insubordinación de la tropa que recién amanece es una medicina amarga. Y ponerles el cuerpo a todos y cada uno de los problemas no es la mejor actitud para una Presidenta de todos que tiene que entrar a un quirófano.
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