Integrante de la mesa de familia por barata, rendidora y rica, la papa es la nueva cuestión de estado de la administración de Néstor Carlos Kirchner, el Presidente que no cree en sus propios organismos ni en sus funcionarios.
Por Juan Carlos Sánchez
En el listado del INDEC la papa cuesta $1,40 y en la verdulería entre $ 2,80 y $ 3,60 el kilo. El presidente de la Nación ocupa su valioso tiempo en el puré y las fritas y negocia un precio popular de $ 1,40 ¿Cómo? ¿No está a ese precio? ¿Miente el INDEC o el presidente tampoco cree en él?
Y si desde el gobierno nos mienten sobre la papa puedo suponer que también lo hacen sobre otras cosas. Por las dudas dejo de creer y me lleno es esperanza: Tampoco creo en las encuestas que dan por ganadora a La Heredera en las elecciones presidenciales de Octubre.
Dejo de creer en la justicia (como el 82% de los argentinos, soy uno más) y apuesto a que von Wernich es inocente aunque ya esté condenado, que el “Tío” Correa murió preso injustamente, que Jorge Carnero Sabol tendría que estar pescando en el Paraná en lugar de preso, que Eduardo Ramos, Víctor Brusa, Perizotti, Colombini, Aevi y Facino son perejiles distractivos y que durante el gobierno de Carlos Menem jamás se pagaron sobresueldos.
Dejo de creer en la justicia y entonces el dinero que desapareció de Santa Cruz durante la administración de Néstor Carlos Kirchner fue el primer gran robo protegido y oficial de la pingüinada.
Para no equivocarme también dejo de creer en los derechos humanos proclamados desde el oficialismo, en la historia oficial, en la nueva política, en el País en Serio, en que El Cambio Recién Empieza y en el acuerdo sobre el precio de la verdura.
Para no seguir con la interminable lista, dejo de creer en la Argentina.
Y llegué entonces al peor momento de mi vida como ciudadano: No creo en mi Patria, descreo de mi gobierno, niego las instituciones de la República, me desdigo de mis tradiciones y de mi historia y estoy a punto de negar que Dios creó la Argentina.
Por no reconocerme como argentino carezco de hermanos, no tengo pueblo, soy un paria y sin lazos de sangre ya, sin compromisos; puedo sin remordimientos de conciencia hacer lo que me place aunque disguste a todos los que me rodean, desaparece el prójimo y el buen samaritano es un idiota que gastó tiempo y dinero sin provecho.
Para mi autosatisfacción desapareció la solidaridad, el patriotismo, la caridad y también la esperanza. Finalmente estoy solo, a nadie me debo, puedo hacer lo que quiero al fin, mentir, robar, archivar los códigos de leyes. Soy libre al fin.
Y todo por la papa.
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