sábado, 9 de mayo de 2009

EL JUEGO DEL CAMIONERO


Revista Noticias - 09-May-09 - Opinión

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Tesis
El juego del camionero

Moyano. El líder de la CGT se convirtió en el principal sostén
de los Kirchner y reclama cada vez más cajas y espacios.

por James Neilson


Los ciclos presidenciales duran poco; los protagonizados por jefes sindicales suelen medirse por décadas. Se trata de una de las verdades permanentes de la Argentina peronista. Los Kirchner no pueden sino entender que les será casi imposible prolongar su reinado más allá de diciembre del 2011 y no es destituyente señalar que tienen motivos de sobra para temer que termine mucho antes, pero Hugo Moyano, fiel a las tradiciones de su oficio, espera figurar entre los personajes más poderosos del país hasta que la biología lo obligue a tirar la toalla. ¿Por qué, pues, optó el camionero por comprometerse con un gobierno que sabe decadente, uno cuya fecha de vencimiento podría adelantarse, organizando una movilización masiva en apoyo de "la compañera Cristina" y de "un modelo nacional y popular que ha permitido a los trabajadores salir de la miseria que produjeron las políticas económicas de los noventa"?

No lo hizo a pesar de la debilidad evidente de Cristina y Néstor sino a causa de ella. Como buen sindicalista, Moyano comprenderá muy bien que se encuentra ante una oportunidad inmejorable para conseguir más dinero y más poder, además de ubicar a los suyos en puestos electivos en que podrán defender sus intereses -"las conquistas de los últimos tiempos"- en los años con toda seguridad difíciles que se aproximan. Mientras los Kirchner sigan disfrutando de una cuota de poder importante, además de la archifamosa caja, Moyano los acompañará aun cuando oiga doblar las campanas. ¿Y si después de las elecciones todo se pudre, como prevén Néstor y Cristina cuando piensan en lo terrible que sería para el país una derrota oficialista? Entonces llegaría la hora de relacionarse, como amigo fiel o como opositor insaciable, con sus sucesores. Puede que en el fondo, el camionero hubiera preferido que el "proyecto" kirchnerista se perpetuara por los siglos de los siglos y que realmente crea que los santacruceños hayan confeccionado un "modelo nacional y popular" sin el cual todos los trabajadores aún estarían en la miseria, pero también es consciente de que el país está entrando en el "poskirchnerismo" y que por lo tanto le toca prepararse para un período que tal y como están las cosas podría verse signado por la confusión más absoluta. Por desgracia, la Argentina no es una democracia "normal"; aquí las transiciones entre una etapa y otra no son rutinarias sino traumáticas.


Con todo, a diferencia de otros sindicalistas que le aconsejaron adoptar una postura neutral frente a las elecciones legislativas que se avecinan, el jefe de la CGT ha elegido demorar la ruptura inevitable mientras haya oportunidades para conseguir un poco más de una pareja que ya siente los vientos gélidos de la soledad y que, se presume, premiará con generosidad a quienes se resistan a emular a los muchos que les están dando la espalda, quejándose con amargura de su estilo autoritario y altanero.

Como es natural, la compañera Cristina se afirmó muy pero muy agradecida por "el excelente acto" que le regaló Moyano y que, aseveró, será recordado por los trabajadores "con felicidad y con mucha alegría", pero es probable que tanto ella como Néstor se hayan sentido preocupados por la visibilidad así conseguida por un hombre cuyo estilo truculento asusta a buena parte de la clase media. Por cierto, el activismo entusiasta a su favor del "negro feo", como lo llaman afectuosamente sus seguidores, no los ayudará a arañar más votos el 28 de junio (siempre y cuando no se les ocurra que les convendría más postergar las elecciones legislativas hasta el último domingo de octubre); por el contrario, podría costarles muchos. Lo mismo que el piquetero despechado Luis D'Elia y algunos caciques del conurbano bonaerense, desde el punto de vista de la mayoría, incluyendo, desde luego, a muchos trabajadores, Moyano simboliza lo peor del peronismo. En cuanto a la CGT que encabeza, está tan desprestigiada como el Congreso, puesto que es notorio que sus dirigentes estén más preocupados por su patrimonio personal que por el bienestar de quienes aportan a sus arcas.




Al replegarse hacia el "núcleo duro" del movimiento peronista que hoy en día se concentra en las zonas más pobres, y más vulnerables al clientelismo impúdico, del segundo cordón del Gran Buenos Aires, el kirchnerismo se aísla cada vez más del resto del país. Apuesta a que los beneficios electorales de confiar en "la lealtad" de quienes menos tienen superen las desventajas que les supondrá depender casi por completo del pejotismo básico del que Moyano, un hombre cuya trayectoria personal ha sido mucho más derechista que progresista, es un representante típico, pero no hay ninguna garantía de que sean suficientes como para permitirles presentar los resultados de la contienda como el triunfo aplastante que tanto necesitan. Conforme a los sondeos más recientes, los peronistas disidentes capitaneados por Francisco de Narváez y Felipe Solá siguen avanzando en las zonas más desfavorecidas del conurbano en desmedro de los kirchneristas, mientras que en la provincia en su conjunto el radicalismo, rejuvenecido por recuerdos de las bondades éticas del gobierno de Raúl Alfonsín, también está recuperando pedazos de terreno largamente perdidos.

Moyano es tan capaz como el que más de descifrar los mensajes insinuados por las encuestas de opinión, de suerte que sabrá muy bien que existe el riesgo de que el Frente para la Victoria de los Kirchner pierda en las urnas por un margen humillante que, según el ex presidente, abriría las puertas a una crisis institucional fenomenal. ¿Le angustia dicha alternativa? Es poco probable. Al fin y al cabo, no lo perjudicó demasiado el haber respaldado con su vehemencia habitual la candidatura presidencial de Adolfo Rodríguez Saá en el 2003. Por supuesto que sus compañeros sindicales "gordos", y ni hablar de los independientes, tratarían de aprovechar su arranque preelectoral de kirchnerismo explícito para defenestrarlo, pero Moyano confía en poder frustrarlos porque cuenta con el apoyo decidido de los afiliados del sindicato más agresivo y, a juzgar por "las conquistas" que ha logrado acumular, más eficaz de la Argentina, el de los camioneros. Irónicamente, el poder del que disfruta Moyano es en buena medida producto de la atomización y desregulación de la economía, además del virtual desmantelamiento de la red ferroviaria, que impulsó el "neoliberalismo" de los años noventa; si no lo cree, que pregunte a los muchachos de Unión Obrera Metalúrgica (UOM) antes hegemónica. A su modo, los camioneros son por naturaleza "liberales", cuando no anarquistas: las únicas reglas que les gusta son las que les sirven.

Al igual que los Kirchner -y antes de la caída, Menem-, Moyano quiere asegurarse contra los disgustos por venir amasando dinero, vinculándose con empresas presuntamente estratégicas y, desde luego, colocando a allegados en lugares clave: municipalidades, escaños parlamentarios y, con suerte, un ministerio o dos. También le encantaría poder ocupar algunos sitios en el Poder Judicial, aspiración esta que comparte con todos los poderosos. Por lo demás, le horroriza la idea de que el gobierno pudiera otorgar personería gremial a la Central de Trabajadores Argentinos, poniendo fin así al esquema mussoliniano que, desde el nacimiento del movimiento peronista, ha permitido al PJ contar con la "rama sindical" casi monopólica que, entre otras cosas, le ha permitido sobrevivir a una serie de dictaduras militares y algunos gobiernos radicales que lo acusaron de ser el responsable principal de la transformación de la Argentina de un país relativamente próspero al parecer "condenado al éxito" en lo que a juicio de observadores extranjeros interesados en las vicisitudes nacionales fue el fracaso sociopolítico más desconcertante del siglo XX.


Además de lugares privilegiados, pero de ningún modo testimoniales, en las listas que Néstor Kirchner está intentado confeccionar, Moyano quiere que el Banco Nación le entregue de una vez la friolera de aproximadamente 2.500 pesos que según él le corresponde por obras sociales, pero que, insiste, sigue retenida por culpa de la ministra de Salud, Graciela Ocaña. En tiempos de malaria como los actuales, es comprensible que el Gobierno, sobre todo uno que depende tanto de "la caja", haya sido reacio a dejar tanta plata en manos de sindicalistas que podrían abandonarlo a su suerte en cualquier momento, pero a menos que esté dispuesto a correr el riesgo de romper con quien se ha erigido en su aliado principal, le será difícil continuar negándose a complacerlos, aun cuando como resultado quedara claro que, en el efímero eje Kirchner- Moyano que se ha conformado, el socio mayor es el sindicalista. Para recordarle a Cristina que le convendría un sindicalismo más fuerte, en la arenga que pronunció ante la multitud que llevó a 9 de Julio interrumpió los elogios al Gobierno para subrayar que aún hay "algunos reclamos a los cuales todavía no se han dado respuesta". Dadas las circunstancias, fue legítimo tomar sus palabras por una amenaza: si el Gobierno rehúsa darme lo mío, podría sentirme constreñido a pensar en una alternativa, lo que para los Kirchner sería un golpe devastador.

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