sábado, 16 de enero de 2010

CONSENSO


Revista Noticias - 16-Ene-10 - Opinión

Tesis
La imposibilidad de consensuar

REDRADO. El "okupa" del Banco Central, como lo llamó la Presidenta, es el último de
una larga lista de desertores que reflejan la incapacidad del Gobierno para negociar.

por James Neilson

Ya es evidente que la capacidad de Néstor Kirchner y señora para cometer errores gratuitos no tiene límite. Que sea así es lógico. Hace aproximadamente tres años, la mayoría de sus compatriotas optó por tomar un camino que, con suerte, andando el tiempo la llevaría al "país normal" con el que todavía sueñan algunos optimistas irremediables. Pero ellos, tan testarudos, se negaron a acompañarla, con el resultado de que se han alejado mucho de la Argentina actual.

En el país ficticio, uno que guarda cierto parecido con la Argentina del 2004, en el que la pareja se ha internado, el pueblo sigue aplaudiendo sus atropellos como hacía cuando el presidente Néstor, apoyado por un Congreso complaciente y beneficiado por una economía en franca expansión, a diario fulminaba a militares, empresarios extranjeros, jueces menemistas, oligarcas rurales, neoliberales y otras alimañas.

En el país real, la gente está harta de su arbitrariedad y soberbia, el Congreso, rejuvenecido por las elecciones de junio del año pasado, está despertándose de su larga modorra, la economía cruje y los malos más malos del interminable culebrón nacional no son liberales sino kirchneristas como Luis D'Elía y Hugo Moyano. Aunque los líderes de las diversas agrupaciones opositoras les suplican a los Kirchner trasladarse al país real, asegurándoles que les perdonarán sus pecados con tal de que se comporten como es debido, los dos insisten en que se quedarán donde están.

En lo que en otra oportunidad se hubiera tomado por un arranque de lucidez, la presidenta Cristina Fernández atribuyó sus tribulaciones más recientes a su propia personalidad. Confesó que "no tendremos el mejor carácter del mundo, no seremos los más simpáticos". Tiene razón, pero desgraciadamente para ella, y para el país, es cuestión de algo que es mucho más grave que la propensión que comparte con su marido a estallar de ira toda vez que alguien se anima a contradecirla y a tratar a todos los demás como si fueran sus sirvientes. Sucede que a los Kirchner no les gusta para nada la democracia. Como tantos otros autoritarios natos desde los días de esplendor de Atenas, la creen una máquina de impedir, un sistema inútilmente complicado que fue inventado por charlatanes mediocres resueltos a frustrar los designios de los iluminados. En su universo particular, no existen instituciones autárquicas, autónomas o independientes.

Lo entienda o no Cristina, su postura no es muy distinta de la asumida por generaciones de golpistas que, cansados de la lentitud a veces exasperante de los procesos democráticos, voltearon gobiernos como el del presidente Arturo Illia porque querían uno que fuera más eficiente. Cuando Cristina se afirmó víctima de "una formidable maniobra no solamente política, sino mediática, con la ayuda de algunos sectores judiciales" para hacer descarrilar su gestión, protestaba contra las trabas legales y los esfuerzos de sus adversarios por hacer valer sus opiniones que en cualquier democracia madura serían considerados perfectamente normales. En el léxico privado de los Kirchner, consensuar, dialogar, negociar son malas palabras porque presuponen cierta voluntad de hacer concesiones, lo que para ellos equivaldría a resignarse a la derrota, mientras que tolerancia es sinónimo de debilidad.

Por este motivo le habrá parecido maligna la moderación llamativa de una de sus enemigas más vehementes, la jefa de Coalición Cívica-ARI, Elisa Carrió, que recomendó "encontrar un mecanismo consensuado con el oficialismo" que sirva para "no llevar esto a un conflicto generalizado de poderes". Desde el punto de vista de los Kirchner, lo que buscan Lilita y los liliputenses de la oposición es domesticarlos, humillarlos, atraparlos en una red jurídica que no les permita moverse con la soltura de antes.

Aun antes de caer derrotados a manos de aquellos chacareros oligárquicos y sus aliados, los "generales mediáticos", los Kirchner y sus simpatizantes apenas presentables se pusieron a obrar con torpeza paquidérmica. En cuanto la realidad se les volvió hostil, decidieron cambiarla por otra a su medida. El reemplazo del INDEC, una institución muy respetada internacionalmente, por una usina de propaganda oficialista fue un síntoma de lo que ocurría en el kirchnerismo. A partir de entonces, los santacruceños viven en un mundo de fantasía poblado de conspiradores siniestros, auténticos monstruos salidos de las páginas de textos marxistas y nacionalistas, que está tan alejado de aquel que efectivamente existe como el elegido por Don Quijote.

El Caballero de la Triste Figura se las ingenió para hacer de los molinos de viento gigantes perversos. Los K acaban de convertir a Martín Redrado, un tecnócrata flexible formado en Harvard cuyas ideas distan de ser populistas y que, para más señas, antes de ser nombrado presidente del Banco Central trabajó como funcionario jerárquico para los gobiernos de Carlos Menem y Eduardo Duhalde, en un héroe de la seguridad jurídica y paladín de la defensa de las reservas nacionales contra los tentados a saquearlas. Incluso Pino Solanas, con el que, su condición de producto de la clase media porteña aparte, Redrado no tiene nada en común, se ha sentido constreñido a brindarle su apoyo en su lucha por aferrarse a su puesto.

Si bien un tanto tardíamente, las "revelaciones" acerca del pasado neoliberal de Redrado indignaron sobremanera a los kirchneristas más rudimentarios, pero acaso sus caciques deberían sentirse más alarmados por la mutación, es de suponer, pasajera, del discurso de la mismísima Presidenta. Con la casa matriz del Banco Nación como escenario, Cristina habló de lo "imperioso" que es salir del default y de lo insensato que fue que la negativa a seguir pagando la deuda pública diera pie a "un festejo político" que "no hizo más que agravar la situación de default porque cuando el mundo ve que un país festeja que deja de pagar, se convierte en algo muy extraño y muy raro". También se convierte en algo excluido del mercado de capitales que por lo tanto tiene que pagar tasas de interés usureras. De haberse manifestado Cristina así dos años antes, los medios extranjeros más influyentes no la hubieran calificado de "déspota", como acaba de hacer El Mundo madrileño, "irresponsable" o "populista", sino de una especie de Margaret Thatcher sudamericana, lo que en términos económicos por lo menos no le hubiera perjudicado para nada.

El que la "populista" Cristina haya hecho de su hipotética voluntad de congraciarse con los acreedores una prioridad absoluta y que el obstáculo principal en su camino haya resultado ser Redrado, un hombre de pergaminos liberales, no deja de ser paradójico. Tampoco deja de ser paradójico el que una pretensión que fue reivindicada como necesaria para restaurar la confianza ajena en la robustez de las finanzas nacionales haya servido para convencer a los extranjeros y nativos que están preocupados por tales cosas de que la Argentina es un auténtico manicomio en que todo es posible. De prolongarse mucho más el conflicto que se ha desatado, al país le será aún más difícil de lo que era antes conseguir los préstamos que precisa para mantenerse a flote, los empresarios postergarán sus inversiones, lo que tendrá un impacto nefasto en el nivel de ocupación, y, huelga decirlo, los Kirchner perderán otro trozo de la autoridad sin la cual no les será dado garantizar la gobernabilidad.

Claro, a esta altura pocos creen que Cristina se haya arriesgado tanto por entender que al país le convendría reconciliarse con los mercados de capitales. En opinión de casi todos, lo que realmente quiere la Presidenta es rellenar la caja con plata sacada de las reservas para gastarla en un intento desesperado de comprar el apoyo mayoritario de cara a las elecciones presidenciales del 2011, mientras que Redrado teme que, si aprobara el manotazo, terminaría viéndose en graves dificultades legales. Por lo demás, Redrado sabe que los célebres fondos buitres están al acecho y que si el Banco Central pierde su autonomía, la Argentina podría perder buena parte de sus reservas.

Aunque hasta hace poco el banquero central colaboró lealmente con la estrategia heterodoxa -e inflacionaria- ideada por Néstor Kirchner y pensadores oficialistas como Guillermo Moreno, parecería que a su juicio había llegado la hora de rebelarse. Según algunos, tiene tantas ambiciones políticas como el que más, de ahí la decisión de romper de manera espectacular con sus jefes desprestigiados, pero no es demasiado probable que logre emular al vicepresidente Julio Cobos que ha sabido transmutar la hostilidad de los Kirchner en una gran fortuna política.

Siempre y cuando no cometa ningún error significante, Cobos estará entre los más beneficiados por el embrollo que han creado Néstor y Cristina. Le será suficiente continuar actuando con mesura, subrayando su respeto por las formalidades legales y ofreciendo consejos sagaces a los demás miembros del Gobierno, de tal modo instruyéndoles de que es perfectamente posible obrar dentro de los límites impuestos por el orden democrático y, si bien no lo dice, que al país le iría mucho mejor si tuviera en la Casa Rosada a alguien como él que, a diferencia de los Kirchner, sabría manejar con habilidad la relación del Poder Ejecutivo con la Justicia, entidades autárquicas como el Banco Central, y el resto del planeta.

No hay comentarios: