viernes, 28 de mayo de 2010
ALFONSÍN , MENEM Y KIRCHNER
SEMINARIO "Teorema de las declinaciones y las herencias": Duhalde y Cafiero, poleas de transmisión. La Alianza y El Proceso, anécdotas de enlace.
Alfonsín, Menem y Kirchnerescribe
Jorge de Arimetea
Historia Contemporánea y del Presente,
especial para JorgeAsísDigital
Hipótesis: La democracia, en la Argentina se divide por tres. Raúl Alfonsín en los ochenta, Carlos Menem en los noventa, y Néstor Kirchner en los dos mil.
Contiene dos poleas de transmisión: Antonio Cafiero, entre Alfonsín y Menem, en el epílogo de los ochenta.
Y Eduardo Duhalde, entre Menem y Kirchner, en el primer lustro de los dos mil.
El Proceso Militar, y la Alianza, van a ser estudiados, en el seminario “Teorema de las declinaciones y las herencias”, como anécdotas de enlace.
Tesis. Cada vez que un ciclo hegemónico declina, dejó, hasta aquí, en carácter de heredero histórico, un político de magnitud superior.
Es, exactamente, lo que hoy falta. Al abordar la declinación irremediable del ciclo kirchnerista.
“Democracia de la derrota”. Horowicz
La facilidad analítica induce al regodeo de comparar, a la democracia argentina, con la calidad de las democracias de los países vecinos.
La gran diferencia -para el Portal-, no se origina en la democracia. Estriba en el facto.
El país que deja el militarismo en Chile (o en Uruguay, incluso en Brasil), es incomparablemente más entero al que lega, en la desbandada, el proceso militar argentino (ampliaremos).
El colapso de Malvinas aceleró la metáfora de la liquidación general del “proceso”.
“Ni se achicó el Estado ni se agrandó la Nación”. Persistieron los dolores perennes, por cuestiones humanitarias. Quedó la degradación moral.
La democracia que se generaba habilitó, al lúcido pensador Alejandro Horowicz, a calificarla como “la democracia de la derrota”.
El heredero del desastre fue Alfonsín. Es el político radical de extraordinaria magnitud que supo mortificar al dominante peronismo tradicional. Conmover con el recitado del preámbulo. Conectar con las necesidades de reparaciones mínimas. Con la atmósfera desencantada -en fin- del momento que atravesaba la sociedad.
Alfonsín instala la idea mítica de la democracia providencial. Diseña un modelo de tolerancia. Sobrecargado de palabras voluntaristas, casi logra colonizar culturalmente al peronismo. El movimiento que, curiosamente, se renueva a través del ejemplo hegemónico del colonizador.
La fragilidad estructural del alfonsinismo literario estalla, para la anécdota, en dos vertientes.
Cuando los acosados tenientes coroneles se pintan la cara. Era el litigio simbólico, entre el preámbulo, contra la dignidad del betún.
Pero quien le asesta el golpe demoledor es Antonio Cafiero. Es el político que se destacaría en la historia como polea de transmisión.
El peronista Cafiero triunfa, en septiembre de 1987, sobre el radical Casella, en la sustancial provincia de Buenos Aires.
Entonces Alfonsín ingresa en la precipitación del periodo declinante. Equiparable -en versión democrática- a los días del General Bignone, durante la liquidación del proceso militar, después de Malvinas.
Pero cuando Cafiero se preparaba para heredar el desastre alfonsinista, brota, desde el interior, el personaje popular. Decididamente pintoresco. Inclasificable.
Es Menem el transgresor que conecta con el nuevo momento de la Argentina, en la antesala de una situación mundial que iba a estallar con la caída de la Unión Soviética. Con la sobrevaloración del capitalismo como único sistema de acumulación (ampliaremos).
Menem lo vence sorpresivamente a Cafiero, en la última pugna interna del peronismo. Para transformarlo infortunadamente -a Cafiero- en otro protagonista secundario.
Eduardo Angeloz, para Menem, como rival, es lo que fue Italo Lúder para Alfonsín. Sparrings valiosamente ocasionales.
Entonces Menem encara -junto a Domingo Cavallo- la epopeya de la transformación (no es para analizarla aquí), para dominar, durante diez años, el escenario nacional.
La Alianza como anécdota
Recapitulación.
El colapso del proceso militar lo hereda un virtuoso político como Alfonsín.
El colapso del alfonsinismo lo hereda un político virtuoso como Menem.
Es para discutir, en el seminario, la herencia de la declinación de Menem.
Excede, acaso, en adelante -es otra hipótesis- la gravitación de los medios de comunicación. Crecen, incluso, como producto de la transformación que se cuestiona. Y a partir del cuestionamiento de las caricaturas y corruptelas del menemismo.
Al margen de cientos de anécdotas para la antología, brotan dos protagonistas imbatibles. Forjados entre las astucias y potencias de los recursos mediáticos. Que enriquecen su formación militante, como Carlos Chacho Álvarez. Y que logran la simultánea idealización e identificación, como la señora Graciela Fernández Meijide. Ellos son los instrumentos fundacionales de la cultura progresista que impregna la interpretación de la actualidad. Cimentados por la presencia de Alfonsín, desprestigiado, subestimado pero aún entero.
Los tres -Álvarez, Fernández Meijide, Alfonsín- conectan otra vez con el momento justo del hartazgo menemista. Con las caricaturas que ya fatigaban a la sociedad. Son los que heredan el ciclo de Menem. A través de la Alianza, otra anécdota, presidida por el radical Fernando De la Rúa.
Es -De la Rúa- el sistemático ganador serial de todas las elecciones. Al que devaluaban, penosamente, gran parte de sus correligionarios.
Para sostenerse, en la antesala del epílogo, ya traicionado y casi solo, De la Rúa recurre a la figura providencial que tanto colaboró para la hegemonía anterior de Menem.
Es Domingo Cavallo, que no vacila en incinerarse. Para adquirir los costos del fracaso que intentó evitar.
La experiencia concluye en otro colapso. Sepulta también el predominio impulsivo de Álvarez. Lleva al destierro interno a De la Rúa. Y al olvido de Fernández Meijide. Es transitoriamente heredado por la nueva polea de transmisión. Eduardo Duhalde.
Polea de transmisión. Duhalde
Duhalde es el Cafiero de los 2000.
Al contrario de Cafiero, que se queda en la puerta, Duhalde accede al formato de la presidencia.
Para evitar el regreso de Menem, es la polea, o sea Duhalde, el que decide catapultar a otro exponente de la perversión estructural del peronismo.
Kirchner, en adelante, domina ampliamente en los dos mil. Se continúa, insólitamente, a través de su esposa, cuando ingresan, juntos, en el periodo declinante.
Cuesta aceptar, en su saludable agonía, que se trata de otro político de extraordinaria magnitud. Para ser situado al nivel de Alfonsín y de Menem. Con una comprensión superlativa del manejo del poder.
No obstante, la gravitación de los medios de comunicación, a los que Kirchner hoy combate (después de haberse beneficiado políticamente con ellos, sobre todo con Clarín), es inmensamente superior a la influencia de los noventa. Etapa que catapultara a los ya aniquilados Álvarez y Fernández Meijide.
La hegemonía mediática se torna políticamente patética en los dos mil. Se diseñan prioritarios modelos de esfinges. A través de exponentes estructurados con los códigos publicitarios del marketing, la encuestología y la gestualidad.
Es el turno de las virtudes emanadas por provenir de universos ajenos, a los inspirados en la formación política militante. Universo gestual, donde se devalúa el discurso, y se impugna hasta la gratuidad de la discusión.
Se crece, inclusive, a partir del cuestionamiento a la política, con el frívolo agregado del adjetivo “tradicional”.
Es el drama, hasta hoy irresoluble, de la declinación de Kirchner.
Las alternativas para heredarlo distan, aún, de exhibir solvencia y credibilidad. Al extremo de permitir que el sujeto declinante -Kirchner-, planifique la utopía demencial de su permanencia.
Es el turno, curiosamente, otra vez de Duhalde. Le corresponde un rol bastante ingrato en la historia.
Fue polea de transmisión para evitar que volviera Menem, en el 2003.
Es Duhalde polea de transmisión para evitar que se quede Kirchner, en el 2011.
Puede perder Duhalde ante Kirchner, el Menem del 2011.
Puede quedarse con el poder el propio Duhalde, si es que avanza y profundiza en la dificultad de su candidatura.
O proseguir como polea de transmisión. A los efectos de facilitarle el acceso a los dos protagonistas que hoy mejor conectan con el extraño marketing de la época. Ninguno de ellos es peronista.
Cobos, en primer lugar. O Macri.
Jorge de Arimetea
para JorgeAsísDigital
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