lunes, 31 de mayo de 2010

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Castellanos - 31-May-10 - Opinión

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Editorial
El inicio del drama

Hace cuarenta años se perpetraba el asesinato del General Pedro Eugenio Aramburu en la primera acción pública -de sangre- de los Montoneros. Su ejecutor era Fernando Abal Medina.

Hace cuarenta años se perpetraba el asesinato del General Pedro Eugenio Aramburu en la primera acción pública - de sangre - de los Montoneros. Su ejecutor era Fernando Abal Medina.

El crimen no fue el primero ni uno más del terrorismo en la Argentina, pero sí marcaría el inicio de "los años de plomo". Los Montoneros llamaron "juicio popular" a las acusaciones, decretando una muerte que - como en todo juicio popular - había sido dispuesta mucho tiempo antes y no por las causas que alegaban sino por la conveniencia política de los asesinos.

Demasiados detalles rodean al crimen del General Aramburu como para identificarlos como mensajes dirigidos a distintos objetivos políticos y no meras coincidencias. Había sido secuestrado el 29 de mayo, día del Ejército, de 1970 y en un principio se suponía que lo ejecutarían el 9 de Junio conmemorando el aniversario de la frustrada sublevación del General Juan José Valle en 1956, por la que éste fuera condenado a muerte por el gobierno de Aramburu. Pero la imposibilidad logística de mantenerlo secuestrado varios días más decidió la ejecución.

Aramburu fue quizá el primer muerto que Montoneros le tiró a Perón, abortando un incipiente proceso de pacificación que ambos generales intentaban concretar en pos de sus proyectos políticos. Hacerlo con un General y en el día del Ejército era también una advertencia personal, que pudo haber escapado a la atención de otros pero no de Perón. Perón, lejos de creer en el peronismo de Valle y sus seguidores, había criticado en su momento el apresuramiento y la falta de prudencia de los sublevados, asegurando que sólo su ira por haber debido sufrir el retiro involuntario los había motivado a actuar y no la adhesión a su causa. Así que éste no era un hecho que lo hubiese distanciado más de quienes lo habían derrocado. A quince años de aquello, el acercamiento de Perón y Aramburu no estaba impedido por el fantasma de Valle.

Pero, con el secuestro de Aramburu y aprovechando la situación, muchos - entre ellos los mismos montoneros - divulgaron la ficción de que el autor intelectual era Perón, algo fácil de creer para los antiperonistas y más fácil aún de repetir para quienes vieran cualquier proceso de unión como algo en contra de sus propios intereses.

Más allá de los múltiples errores de Aramburu, su "procesamiento" - esa parodia de juicio - y posterior asesinato, inaugurarían varias tragedias argentinas, principalmente la de la fragmentación interna y la de la utilización de este tipo de salvajadas como la representación de una justicia plena a manos del pueblo.

Es decir, una vez más una minoría armada se adjudicaba la voluntad de una mayoría popular que la ignoraba; se erigía en Juez y arrogaba el poder de vida y muerte, desechando la ley escrita, el debido proceso y el derecho a defenderse en juicio. Hechos invalidantes, todos ellos, para poder referirse a la democracia y al respeto de los derechos humanos.

Curiosamente, a cuarenta años, quienes se auto titulan como dueños de la democracia y los derechos humanos, reivindican aquel asesinato como si fuera un ejemplo de civismo.

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