sábado, 30 de julio de 2011

BATATO




Sobre gente de otros pagos

La diferencia de posiciones e ideología que puede existir entre Luis D'Elía y yo es un abismo, que podría ser considerado al infinito, para encontrar un punto de coincidencia entre uno y otro. Desde su estilo personal, su prédica chavista, su militancia kirchnerista, su admiración por el régimen de Irán, su violencia verbal, su presencia patotera en Plaza de Mayo, durante aquella noche de conflicto con el campo cuando, valga de ejemplo, yo me encontraba en el sector opuesto a D'Elía, y reconozco que este nos echó.

Su figura representa, tal vez, un emergente de aquel 2001, en que la dirigencia política vio y escuchó por primera vez el "que se vayan todos", sin que al día de hoy se fueran muchos, y los que se tomaron las de Villadiego lo hicieron por el castigo del voto popular y no por las asambleas barriales, surgidas en aquellas noches turbulentas.

D'Elía, como tantos otros referentes sociales, nació al calor de aquellos años, ganando la calle a los propios sindicatos que recién muchos años después volvieron a ejercer su presencia y movilización, amparados por el manto oficialista, el mismo manto generoso que el kirchnerismo desplegó a las agrupaciones sociales, la de D'Elía incluida.

Dicho todo esto, quiero reflexionar sobre Luis D'Elía en el marco del procesamiento que se le ha iniciado por llamar "paisanos" a los hermanitos Schoklender y a la fórmula para jefe y vicejefe de gobierno porteño integrada por Jorge Telerman y Diego Kravetz. Así, mientras permanece libre Sergio Schoklender, con todas las evidencias sobre su espalda del desmanejo que realizó de sumas millonarias de la Fundación Madres de Plaza de Mayo, dados con discrecionalidad por el gobierno kirchnerista, con la obvia responsabilidad compartida con su titular, la señora Hebe de Bonafini; Luis D'Elía ocupa pantallas y páginas de periódicos, demonizado como un ícono del antisemitismo y la xenofobia, por denominar "paisanos" a los anteriormente nombrados, en su condición de pertenencia a la comunidad judía.

En la realidad social argentina y el imaginario popular, los judíos son llamados "paisanos" o "rusos", no por su ascendencia eslava, sino porque gran parte de su inmigración proviene de Rusia o países del mundo eslavo, como Polonia y Ucrania, y a la que el popular argot globalizó como "rusos".

Similar caso es el término de "gallego", no importa que el hispano provenga de Galicia, Asturias, Extremadura, Andalucía o Cataluña. Para el colectivo social, a todos ellos les cae el apelativo de "gallego", sin que algún hijo de España se sienta ofendido por ser su origen no específicamente de la patria de Galicia.

Al igual sucede con el "tano", denominación generalizadora de todos los hijos de la vecchia Italia, sin recabar si su origen es milanés, calabrés, piamontés, romano o napolitano; siendo este el que, con su terminación, ha dado la generalización de "tano". Similar resulta el calificativo de "turco" a todos por igual, ya provengan de Siria, el Líbano, Egipto o la propia Turquía. Esta abarcativa denominación se debe a que las oleadas inmigratorias de esa parte del mundo provenían de los hoy países que, en su momento, integraban el imperio turco, finiquitado con su derrota en la Primera Guerra Mundial, en 1918.

Yendo a nuestras cercanías, uno escucha "paragua" para señalar a un hijo del Paraguay, "yorugua" o "charrúa" a los hermanos orientales del otro lado del río, o "bolita" para nuestros vecinos bolivianos, sin que impliquen todas estas denominaciones un descalificativo, sino que son parte del habla popular. Así, nadie se rasgó las vestiduras con la referencia al "Turco" Menem, por el ex presidente; el "Gallego" De la Sota, por el veterano político cordobés; el "Ruso" Sofovich, por el famoso productor televisivo y de espectáculos; el "Turco" Mohamed, por el entrenador de fútbol, o a que compatriotas del mismo origen étnico se llamen entre sí paisanos, como figura de unión y pertenencia a un origen común.

Lo mismo sucede con el término "gringo" (en estas tierras, vale tener la piel clara y ojos azules para llevarse el apodo), no importa si el ascendente proviene de Frisia, Escandinavia, Lituania, Croacia, Escocia, el Piamonte o la Umbría. En un país cada vez más absurdo, donde un fumador es ya casi comparable a un asesino serial, donde nadie cumple con las instituciones, con actitudes que van desde desacatar un fallo judicial a violar un semáforo, donde un ente como el Inadi es representado en un culebrón con Morgado y Rachid, todo es posible.

Tan es así que el propio D'Elía fue sobreseído por la quema de una comisaría en la Boca, y hoy es anatematizado por llamar "paisanos" a los Schoklender. Seguramente, si los hubiera calificado de parricidas o ladrones, nadie se hubiera mosqueado. Creo que Luis D'Elía tiene muchas otras facetas que lo descalifican en su haber como para dar relevancia a este hecho y dichos por el líder de MILES, su partido político (a propósito: las elecciones dirán si es verdad que lo acompañan miles de votantes...).

En cualquier momento, si continuamos con la idiotez generalizada, podremos observar operativos policiales con pulcros funcionarios del Inadi clausurando las agencias de lotería y quiniela porque en las pantallas de interpretación de los sueños, el 74 significa "gente negra", concepto que habría que trocar por el políticamente correcto "gente de color", ya sea blanco, negro o amarillo. Ahora bien, si uno soñara con San Benito de Palermo, el popular y entrañable franciscano de raza negra que posee miles de fieles devotos que lo celebran cada 4 de abril, Louis Armstrong o Sidney Poitier, no sabría a qué número jugar los mangos, ya que el 74 sería el número de "color" y no de los popularmente llamados "negros", por su origen africano, caribeño o del sur estadunidense.

En fin, todo es posible en esta realidad mediocre, hipócrita, cínica y "moralmente" correcta.

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Ignacio F. Bracht es licenciado en historia y consultor

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