jueves, 28 de julio de 2011

TRAMPAS ARTERAS




Las trampas arteras de las políticas de la memoria
http://www.politicaydesarrollo.com.ar/nota_completa.php?id=15453
por Domingo Schiavoni

Para el gobierno insensato que tenemos y para todos los que lo antecedieron, ganaron los heroicos guerrilleros, aquellos que con su estupidez y su insolencia impidieron que al menos por una vez en la Argentina se formara el frente nacional y popular que unificara a la Patria.

En 1992 la Fundación Auschwitz realizó el congreso "Historia y memoria de los crímenes y genocidios nazis".
El escritor búlgaro-francés Tzvetan Todorov presentó la ponencia "Los abusos de la memoria". Se trata de un texto brevísimo, pero muy sustancioso.
Considerando la naturaleza del evento, uno puede prevenirse del contenido de los trabajos presentados. Pero Todorov se las ingenia con maestría para no caer en los lugares comunes a que nos tienen acostumbrados quienes gestionan "la industria del holocausto" en Europa, y aquí en nuestra colonial y dependiente Argentina instalaron como política de Estado “el perverso culto al terrorismo de Estado”, como una forma de contribuir a la destrucción de nuestras fuerzas armadas, nacionales y populares, y reivindicar como héroes de la segunda emancipación a los combatientes extremistas.



Al referirse a lo que llama "el culto a la memoria", Todorov menciona las tres razones principales que lo animan:

La primera es “la combinación de las dos condiciones -necesidad de una identidad colectiva, destrucción de identidades tradicionales- es responsable, en parte, del nuevo culto", dice Todorov. Se trata de un punto de excepcional importancia: todo régimen político y social se apoya en identidades individuales y colectivas que le dan sustento. Mediante el "culto a la memoria", las clases dominantes estarían conformando las identidades funcionales al mantenimiento del status quo. Los problemas "identitarios", entonces, junto al marco conceptual que los envuelve a todos (los "derechos humanos") deben ser abordados con particular detenimiento por el pensamiento crítico, socialista y revolucionario.



La segunda razón para preocuparse por el pasado -dice Todorov- es que ello nos permite desentendernos del presente, procurándonos además los beneficios de la buena conciencia". ¿No tiene razón Todorov? Concentrarnos en "los crímenes de la dictadura", juzgando una y otra vez a los mismos personajes (ya se anunció que este año el show va a continuar con nuevos juicios a Videla, Menéndez, etc.), ¿no desplaza necesariamente el foco de atención del presente al pasado? ¿Y no permite que cualquier "burgués pequeño, pequeño" se sienta orgulloso de sí mismo por sus nobles sentimientos "derechohumanistas"? Pero pegarle hoy a los Videla y Cía., ¿no es casi como patear al caído? La pregunta sería: ¿a quién no le pegamos hoy por el hecho de estar pegándole a Videla, a quien había que pegarle ayer?



Por fin, dice Todorov que "una última razón para el nuevo culto a la memoria sería que sus practicantes se aseguran así algunos privilegios en el seno de la sociedad". Perspicaz, Todorov observa que "nadie quiere ser una víctima, todos, en cambio, quieren haberlo sido, sin serlo más: aspiran al estatuto de víctima". ¿No explica esta "aspiración al estatuto de víctima" que en el mundo haya tantos "sobrevivientes del Holocausto", o, entre nosotros, tantos "ex combatientes de Malvinas", "ex exiliados", "ex familiares", y ex desaparecidos (30.000, dice la historia oficial, 6.000 dicen los datos reales)?



De todo lo anterior, Todorov saca la conclusión de que "sacralizar la memoria es un modo de hacerla estéril". O peor aún, ante tanta insistencia en "la memoria", la pregunta clave sería: "¿para qué puede servir y con qué fin"?



Volvamos a la Patria y consideremos algunos ejemplos, por ejemplo la llamada "Noche de los lápices".
Es el título de una película de Héctor Olivera y de un libro de María Seoane. Ahí tenemos una acabada expresión del "culto a la memoria" y del "abuso de la memoria", como diría Todorov.


Las llamadas "políticas de la memoria" han transformado a la "Noche de los lápices" en un episodio emblemático del supuesto "genocidio" que habría tenido lugar en la Argentina en un período no precisado del todo que va desde el tercer gobierno de Perón hasta el fin de la dictadura militar en 1983 (esta deliberada falta de precisión, digamos entre paréntesis, contribuye a generar la idea de que entre el peronismo y la dictadura hubo cierta continuidad política).


La historia que cuenta la "Noche de los lápices" es ampliamente conocida: un grupo de estudiantes secundarios salió a reclamar por el boleto estudiantil, pero la dictadura militar secuestró, torturó y asesinó a la mayoría de sus miembros. Sólo se salvaron unos pocos, de modo de permitir que la tragedia pudiera ser conocida por la posteridad. Los protagonistas centrales de la "noche de los lápices" fueron Pablo Díaz, sobreviviente, y Claudia Falcone, desaparecida. Todos los 16 de setiembre se conmemora el episodio, con grandes movilizaciones estudiantiles y actos oficiales en escuelas que reclaman por el "nunca más".



Primera cuestión: ¿cuánto de cierto hay en la historia que cuenta la "noche de los lápices"?
Resultará útil conocer el testimonio de Jorge Falcone referido a su hermana Claudia. Dice Jorge: "Mi hermana no era una chica ingenua que peleaba por el boleto estudiantil. Ella era toda una militante convencida".
Y agrega: "Ni María Claudia ni yo militábamos por moda. Nuestra casa fue una escuela de lucha".
Ante la pregunta de si él y su hermana eran montoneros convencidos, responde: "Sí. Nadie nos usó ni nadie nos pagó. No fuimos perejiles como dice la película de Héctor Olivera, que yo mismo asesoré hasta donde pude. Nadie nos escribió los libretos. Fuimos a la conquista de la vida o la muerte".
Luego de tomar distancia del film, continúa: "En el departamento donde cayó mi hermana se guardaba el arsenal de la UES de La Plata. Mi hermana no cayó solamente por el boleto secundario, sino por una patria justa, libre y soberana (y socialista, seguramente se le olvidó en la entrevista). La compañera María Clara era su responsable. No se agarraron a los tiros con el pelotón que las fue a buscar por no hacer mierda a los vecinos en un edificio de departamentos. No porque no querían o no podían".



Se trata de un testimonio revelador para millones de jóvenes que han comprado la historia rosa que le vendieron los derechohumanistas que "abusan de la memoria", es decir, que usan el pasado en función de sus intereses presentes.
Sigamos con el testimonio: "Cuando se exhibió la película -continúa Jorge Falcone-, yo fui llevado en andas con Pablo Díaz, el sobreviviente, del cine al Obelisco. Allí dije que mi hermana estaba en la clandestinidad con documento trucho, que respondía a una orgánica nacional revolucionaria. Eso puso a todos nerviosos. No querían escuchar esas cosas. Mi hermana no era una Caperucita Roja a la que se tragó el lobo, aunque tampoco tengo la intención de convertirla en una guerrillera heroica. Era una militante revolucionaria." Y precisa la adscripción de Claudia a Montoneros: "Era miliciana. El miliciano era un tipo que podía revolear una molotov en un acto relámpago gritando Perón o muerte. También podía hacer una acción de apoyo a un acto militar de mayor envergadura sin saberlo, como cuando participamos en una serie de actos relámpago que sirvieron de cerco en agosto de 1975 para el hundimiento de la Fragata Santísima Trinidad. La gente que tenía conducción en un colegio secundario no se chupaba el dedo. Tenía práctica política y militar".



La conclusión salta a la vista: los centuriones de la dictadura contrarrevolucionaria que asaltó el gobierno en 1976 en defensa de los intereses oligárquico-imperialistas liquidaron físicamente a Claudia Falcone (y a tantos otros).


Los herederos civiles de esa dictadura (defensores también de los mismos intereses oligárquico-imperialistas), invocando los "derechos humanos", la liquidan política y simbólicamente: ocultan que fue una militante revolucionaria y la presentan como a una adolescente "inocente" ignorante del torbellino histórico en que estaba envuelta. Típico "perejil".


El drama político que supone el enfrentamiento entre la revolución y la contrarrevolución, con sus derivados problemas tácticos y estratégicos que se presentan a los individuos y organizaciones que encarnan uno y otro campo de lucha, queda reducido a una tragedia íntima, familiar.
Para decirlo como lo dirían los politólogos académicos: lo público queda subsumido en lo privado.



La segunda cuestión es la que planteaba Todorov respecto de la "construcción de la memoria": "¿para qué puede servir y con qué fin?".
Es decir: ¿a qué intereses resulta funcional la reducción de un fenómeno histórico-político (en el que intervienen clases sociales, instituciones, organizaciones militantes, proyectos sociales antagónicos, etc.) al drama privado de gente que mata, muere, "desaparece", etc.?


En 1937, en plena guerra civil española, un Grupo de Tareas al servicio de la URSS secuestró y "desapareció" al dirigente marxista Andrés Nin. Fue un crimen monstruoso, con un significado claramente contrarrevolucionario. Todavía hoy, más de setenta años después de ocurrido, sigue siendo denunciado por todos los luchadores del campo popular en diferentes partes del mundo.


Sin embargo, a nadie se le ha ocurrido que la desgracia de Nin fue que no se respetaron sus "derechos humanos".
Nadie presenta a Nin como un "inocente" que cayó víctima de "monstruos genocidas" (ni Franco, ni Stalin, ni Churchill, ni Hitler pueden ser entendidos si se los iguala y deshistoriza aplicándoles el calificativo compartido de "genocidas").


Los descendientes de Nin jamás pretendieron cobrar indemnización del estado español o ruso, ni judicializar el hecho político llevándolo ante un "tribunal penal internacional".
Nin fue un luchador cuya tragedia personal no puede entenderse al margen de un contexto signado por la agudización de la lucha de clases. Sería faltarle el respeto subsumir su faceta de hombre público, comprometido con causas sociales que exceden su individualidad, en su faceta privada o familiar.
Si todo esto vale para Nin, ¿por qué no valdría para Claudia Falcone y demás caídos en los combates político-militares de los años setenta en este país?



Cuando el socialismo de la Izquierda Nacional advierte que las fuerzas populares deben construir un puente que las una con el ala nacionalista de las Fuerzas Armadas, superando resquemores mutuos que son producto, en parte, de la acción deletérea de la ideología dominante, lo que hace es combatir la "política de la memoria" diseñada con el objetivo de construir identidades políticas y sociales impotentes para derribar el orden imperante. ¿Y qué clase de socialista y revolucionario es aquel que no trabaja para desmoronar el orden capitalista semicolonial que nos aflige?



Algunos insensatos hablan de la guerra sucia.
En nuestra querida Patria argentina hubo una guerra, ni sucia ni limpia.
Tampoco hubo un demonio ni dos, hubo millares.
Y cada uno atacó con sevicia y con una crueldad horrorosa. Cada uno lo hizo a su modo.
Los Montoneros y el ERP creyeron que liberarían a la nación de la tiranía dictatorial, manteniendo cuarenta días sumergido en un pozo de tierra al Coronel Argentino del Valle de Larrabure, antes de fusilarlo.
También le pusieron una bomba bajo la cama a Paula Lambruschini, de sólo 15 años, hija del comandante en jefe de la Fuerza Aérea, y mataron de un balazo en la frente a la hijita del capitán Viola, de sólo tres años de edad.



Y los dictadores, a quienes se llama injustamente genocidas, lo hicieron a su modo, ayudados por los consejos del mariscal Lacheroy, veterano de la guerra de Argelia, cuando dictaba sus cursos en la Escuela de las Américas: “Para luchar contra la subversión no hay que pretender mantener el uniforme limpio. Hay que meterse en el barro, chapotear y enfangarse hasta el cuello”.


Lamentablemente ganaron los peores, los que perdieron, que mantuvieron las raíces de la dependencia, entregando el país a la extranjería.
Pero para el gobierno insensato que tenemos, y para todos los que lo antecedieron, ganaron los heroicos guerrilleros, aquellos que con su estupidez y su insolencia impidieron que al menos por una vez en la Argentina se formara el frente nacional y popular que unificara a la Patria.



Ya no es posible. La memoria de los que hoy mandan nos tendió una trampa artera.

No hay comentarios: