domingo, 11 de diciembre de 2011

REVISIONISMO


EL REVISIONISMO NO NECESITA INSTITUTO
Por Alberto Asseff *
Hace casi medio siglo que el revisionismo histórico ganó la memorable batalla por integrar la historia argentina. No triunfó para hacer otra historia, sino para sincerar y completar la que hasta entonces estaba escrita y que ostentaba el carácter de ‘oficial’. Así, Rosas se ubicó al lado de todos los otros. Todos con sus yerros y sus logros.
Cierto es que, como producto natural de la antítesis acción-reacción, existió un revisionismo que pretendía suplantar al relato histórico a la sazón vigente por la nueva versión. El archiconocido vaivén, tan impropio de un país maduro, pero común entre nosotros como síntoma pertinaz de nuestra adolescencia nacional.
Empero, la victoria revisionista se obtuvo sin inhumaciones. Nadie sepultó a Mitre ni a ninguno de los grandes varones de la historiografía. Ellos coexistieron, en una única galería, con Julio Irazusta, Ernesto Palacio, Arturo Jauretche, Roberto H. Marfany y tantos otros estudiosos de nuestro pasado, sin olvidar a los precursores Adolfo Saldías y Manuel Gálvez.
El revisionismo salió airoso sin necesidad de ‘sangre’ ni entierros. Fue un raro caso de un éxito de la unión argentina. Nadie se ensañó con sus antepasados que habían escrito una historia parcial. El revisionismo fue indulgente porque era consciente que aquella historia se forjó en medio de los cañones humeantes y de los odios frescos.
A su vez, los ‘oficialistas de la historia de visión sesgada’, obraron pacíficamente. Recibieron, entre resignados y comprensivos, a la historia completa como quien sabe que ineluctablemente llegaría la hora de integrar la verdad.
Entonces, ¿qué motivos existen para erigir un Instituto del Revisionismo y llamarlo Manuel Dorrego?
No existe argentino que no llore, en el fondo de su alma y sin siquiera estar compenetrado de ese hecho nefando, el crimen de Dorrego, en Navarro, en 1828. Fue horrendo. Sin cortapisas.
El gobernador de Buenos Aires, soldado de la Independencia y uno de los padres del federalismo tampoco pide reivindicación. La tiene y sobradamente.
Al anunciar al flamante Instituto, la presidenta dijo que “nosotros perdimos en Caseros y ellos (los norteamericanos) ganaron la Guerra de Secesión y por eso fueron la potencia más fuerte del mundo…”.
En rigor, Caseros podría merecer una catarata de opiniones negativas, así como es innegable que por algo aconteció. En suma, fue. No podemos conjeturar retrospectivamente. Así escribamos un volumen no lo podremos testar.
Sin embargo, me preocupa lo que escribió Julio María Sanguinetti, ex jefe del estado uruguayo cuando colige que de esas palabras podría derivar “una Argentina intervencionista”. ¡Claro! El derrotado en Caseros estaba empeñado en reconstruir la Confederación Argentina, con todas sus provincias, incluidas la otra banda y el Paraguay (sin omitir a Tarija y quizás a otras del Alto Perú). El Instituto no anulará a Caseros y sus consecuencias. Y si actúa a destiempo, podría agudizar sus efectos perniciosos por la vía de las reacciones y confrontaciones que generaría, sobre todo en la región. Lo de Sanguinetti es un anticipo.
Hoy a esa división del pasado – tan dolorosa y perjudicial para todos (así como nosotros lo perdimos, el Uruguay – el Paraguay y Tarija también – nos perdió a nosotros…)- sólo la vamos a sanear y reparar con unión. Pero unión de verdad, traduciendo en hechos las caudalosas palabras que se verbalizan y escriben en los foros sud y latinoamericanos.
Resultan tan disonantes la creación del Instituto como la velada advertencia de Sanguinetti. Tan inútiles.
Abogo por un Instituto de la Unión Sudamericana – que incluye a la prioritaria rioplatense. En su seno podríanse estudiar y proponer estrategias hacia el futuro, ese que nos convoca a concertaciones y no a polémicas estériles ¿Podremos elevar la mira?
*El autor es diputado nacional por la provincia de Buenos Aires

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