Es una pelea desigual, porque las mayorías sumergidas todavía no logran contrarrestar el poder de los que mandan con el arma más letal de que disponen: la boludez.
Esta es contagiosa y corrosiva, y el boludo cuenta con un arsenal oculto de boludeces que ejecuta de manera sistemática para provocar daño y destrucción.
El olvido de un papel que anula todo un procedimiento, la falta de un dato que derrumba una exitosa operación, no son simples distracciones humanas, en realidad son maneras perversas de boicotear y bloquear cualquier intento de progreso o superación.
Alguien me dirá que “olvidar es humano”, pero el boludo trabaja de manera enjundiosa para el olvido: para empezar, no anota. Asegura que puede confiar en su memoria y es allí donde comienza la trágica ruta del olvido.
La boludez le cuesta a los argentinos el equivalente a todo lo que se gasta en educación y salud. Un cirujano que se olvida la gasa y una pinza en la panza de un paciente, el piloto que confía más en su oído que en las alarmas sonoras de un avión en riesgo (caso Lapa), son diversas manifestaciones de que la boludez no reconoce ámbitos cerrados de aplicación.
El policía que destruye las pruebas de la escena del crimen por la torpeza de sus acciones no siempre es la expresión de una conspiración de los poderosos para lograr impunidad. Es, ni más ni menos, que un boludo vestido de policía.
El intelectual que esquiva el ámbito televisivo para expresar sus muchas o escasas reflexiones sobre un tema determinado porque considera que el medio no es el apropiado para la divulgación de temas profundos, es un boludo con más libros leídos, pero boludo al fin. No entiende que una sola emisión de “Amor en custodia” o “Gasoleros” en su momento, es leída por más gente que todos los libros de García Márquez juntos.
Uno de los problemas de más difícil solución para los argentinos es el de los boludos con poder o una variante muy habitual donde se percibe que el poderoso no es boludo, pero sí lo son sus subalternos.
Cuántas veces hemos escuchado que el dueño de la empresa es un fenómeno, pero ese gerente “es un boludo que no entiende nada”.
Cuántos padres dejaron negocios en manos de hijos que dilapidaron fortunas, industrias y empresas que habían sido construidas con ingenio y esfuerzo. Grandes boludos que destruyeron imperios.
Los hombres con poder que confían en la memoria de colaboradores boludos se convierten en responsables totales del fracaso. La boludez, más que un accidente, es una fórmula de acción que se va diseñando con precisión de artesano.
Samuel Gelblung
fuente: www.politicaydesarrollo.com.ar
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