Si bien todas las muertes evitables se convierten en asesinatos, pareciese que la matanza de un docente envuelve en ella los crímenes que averguenzann a la sociedad argentina
Una muerte, todas las muertes
PUNTOS DE ANÁLISIS
MARÍA HERMINIA GRANDE
Ante una muerte no natural, todos fracasan. Fracasa una sociedad cuando por robar zapatillas matan a una persona. Fracasa una sociedad cuando muere ahogado un inundado, como ocurrió recientemente. Fracasa una sociedad cuando se mata por conducir ebrio. Fracasa una sociedad cuando se muere una persona porque no se dispone de cama para internarla o medicamento para sanarla. Fracasa una sociedad cuando desaparece una persona. Fracasa una sociedad cuando matan a Carlos Fuentealba. Doblemente fracasa una sociedad cuando la política está vaciada y el poder muestra su peor costado: incapacidad y deserción para asumir los costos de los errores. Si bien todas las muertes evitables se convierten de una u otra manera en asesinatos, pareciese que además la matanza de un docente envuelve en ella los distintos asesinatos, dado que en todas las enumeraciones realizadas la sociedad ha fracasado porque fracasó la educación. Una sociedad que viva en sus valores, no podría estar contabilizando los muertos de sus fracasos.
Días atrás recordábamos tragedias argentinas. Todas con un alto número de muertos. Personas que se encontraron con la muerte, porque las llevaron a la muerte. En definitiva pareciese entre otras cosas, que el valor vida no es un bien supremo en Argentina. Hoy millones de personas en el mundo recuerdan a alguien cruelmente asesinado en el comienzo de los tiempos. En aquel entonces también fracasó el diálogo, la justicia, la responsabilidad de los hombres que gobernaban. Queda claro, a lo largo de la historia, que cuando el diálogo, la Justicia y la responsabilidad de quienes gobiernan están ausentes, la muerte está presente. Resulta inentendible, volviendo a Argentina, que en una sociedad con perfil democrático, no se privilegien los instrumentos con que se cuenta para resolver los conflictos. Una de las tantas preguntas a realizarse es ¿para qué se quiere gobernar si no se sabe dialogar? Todo lo ocurrido enrededor de Fuentealba, salvo el dolor inapelable de su familia, resultó absurdo y grotesco. Los máximos responsables de la política nacional y provincial, se alejaron vergonzosamente de las responsabilidades que sus cargos les confieren. En una actitud indigna, Poncio Pilatos resucitó en ellos. Los medios de comunicación cual cuervos sobre la vaca que agoniza tendida en el campo, anunciaban la muerte del maestro cuando todavía el corazón de Carlos Fuentealba latía.
Argentina suma fracasos porque en realidad y con las excepciones debidas, salvo en los momentos iniciales que la muerte golpea trágicamente a la puerta, la indiferencia continúa, porque en definitiva la incapacidad gobernante es el resultado de la aceptación social mayoritaria que sigue votando con el bolsillo. La enfermedad de una República se manifiesta en la debilidad de sus instituciones; como la debilidad de una familia se manifiesta en la ausencia de sus valores.
Con el entierro de Fuentealba no se sepulta la génesis del problema. Ni del conflicto docente, ni de la falencia argentina para resolver sus conflictos. La máxima autoridad de la República debería pensar por estas horas que la suma del poder en sus hombros, no ayuda. De lo contrario no estaría silencioso. Una manera de honrar la memoria del docente neuquino sería asumir las responsabilidades y con ellas la indelegable función de concertar. No debiese importar la cantidad de horas y los kilómetros de palabras que se utilicen para acordar. Cuando se elige el camino del diálogo, que es el de conversar con quien uno no está de acuerdo, debe saberse además que hay que estar dispuesto a ceder siempre alguna porción de las convicciones que se llevan puestas. Argentina se debe esta clase de diálogos en sus distintos estamentos. No es solo el Presidente quien debe mostrar predisposición e iniciativa –quizás es quien deba dar el primer paso-; pero los distintos actores sociales deben estar atentos y predispuestos a que ello ocurra. De no ser así, debiesen provocarlo. El verdadero fracaso es lo que hoy pasa en Argentina, no si se cedió ante tal o cual posición. Pobre de nuestro futuro si hoy la injustificable muerte del maestro neuquino queda solo en los hechos policiales. Pobre de la sociedad argentina si la muerte de Fuentealba solo sirve para tejer o destejer, para subir o para bajar candidaturas políticas. Pobre de la sociedad argentina si a través de un paro general, se lava la conciencia de la responsabilidad.
Así como en aquella Semana Santa de Alfonsín. “la casa no estaba en orden”; en esta Semana Santa quedó demostrado que aún no lo está.
www.mariaherminiagrande.com.ar
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