JUSTO, LIBRE Y SOBERANO
KIRCHNER Y SU INTOLERABLE DOBLE DISCURSO
Por Fernando Paolella
"Al doctor Rato le digo, que se preocupe alguna vez de ayudar a la Argentina. De ayudar, pero en serio. A ver, doctor Rato, si empieza a tener un gesto de solidaridad con este pueblo que salió por sí solo de una de las peores situaciones que se pudo tener. (.)La Argentina es un país independiente, soberano, que sabe como tiene que administrar sus cosas", le tiró mal al titular del FMI el presidente Néstor Kirchner el miércoles 16 de marzo de 2005. Al día siguiente, sus dardos envenados la emprendieron contra el diario La Nación: "No se puede decir cualquier cosa, de cualquier manera". Pero, por las dudas, aclaró que su exabrupto no lesionaba para nada la libertad de prensa. A ojo de buen cubero, luego de escuchar esto, cada vez se entiende menos. Y lo peor, es que cuando Kirchner utiliza el estrado del Salón Blanco para propalar esta sarta de sandeces, los aplausos atronan el recinto. Pues en realidad, no se alcanza a comprender que están celebrando. Porque, sinceramente, no se ha decretado la independencia económica y política; evocando aquel delirio duhaldista de consagrarla el 9 de julio de 2002. Delirio cesarista de carnaval que, como se puntualizó anteriormente, quedó tirado junto a la sangre y las balas del Puente Pueyrredón un 26 de junio del mismo año. Tampoco se puede afirmar que Kirchner es Perón, o un clon del líder justicialista. Aquel que, en 1949, sí pudo decirle al pueblo argentino que su patria era económicamente libre, socialmente justa y políticamente soberana. Por un tiempo así fue, por lo menos para aquellos que continúan amando a la figura del General, ése que dijo que la "única verdad, es la realidad". Con semejante prisma de peso, se cae en la cuenta de que el presidente Kirchner no miente. Es algo peor. Porque en su cerebro, es probable que se haya formado una suerte de country mental, una zona dorada donde salen y confluyen solo buenas noticias. Pero esto no es nuevo, pues semejante característica fue propia de muchos gobernantes argentinos. Por ejemplo, los militares del Proceso genocida estaban absolutamente convencidos de que conformaban la celestial milicia de centuriones, que librarían a Occidente del maldito peligro comunista. Alfonsín tenía la convicción absoluta de que los libros de historia hablarían de él como el fundador del tercer movimiento histórico, Carlos Menem se emputecía declamando que Argentina era, bajo su gestión, parte del Primer Mundo, mientras que Fernando De la Rúa se veía a sí mismo como el paladín que terminaría con la corrupción endémica argentina. De más está decir como terminó este cuarteto, unos devorados por el escarnio público, mientras que otro patéticamente pegado al oficialismo haciendo oídos sordos al llamado del retiro efectivo.
Sí, bwana
El duelo permanente del mandatario venido de Río Gallegos, con lo que él llama periodismo amarillo, tampoco se entiende plenamente. Pues si es tan democrático como aparenta ser, ¿porqué esas rabietas cuando en cierto medio se desliza alguna crítica hacia su gestión?. Todo lo contrario, porque para garantizar el libre juego democrático es absolutamente necesario que se respete el rol controlador de la prensa. Y como recientemente, la Sociedad I nteramericana de Prensa descalificó los turbios manejos del oficialismo, él se plantó declamando que esa gente no tenía nada que hacer acá. ¿Cómo se atreven a meter las narices, si el bueno de Alberto Fernández se declara en persona garante de la libertad de expresión en este país?. Pero ni el presidente ni el jefe de ministros parecen caer en la cuenta de una verdad de Perogrullo. Que el citado Perón tuvo siempre muy en cuenta, puesto que el precio de tener una prensa genuflexa siempre se paga muy caro. Lo del diario de Yrigoyen, si bien es un mito, es dable concebirlo para ilustrar la estupidez de los gobernantes que pretenden seguir transitando calles donde se exhiba una realidad de cartón pintado. No es amarillismo señalar críticamente los errores de una gestión, es un gesto de buena voluntad, para que se modifiquen algunos rumbos para el bien de todos. Pero si se empeña sordamente en creer que no necesita de nadie, viendo enemigos supuestos o reales debajo de cada baldosa, esa única verdad lo señalará con el dedo.
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